Dicen que habrá guerra”, escribía la niña de 11 años Marichu Zabala Beotegui a su padre Vicente Zabala Echevarría, embarcado en el buque correo de la Compañía Trasmediterránea que enlazaba Cádiz con las islas Canarias. Corría el mes de febrero de 1936, el del triunfo electoral del Frente Popular y la polarización política llegaba hasta el patio del instituto de Cádiz donde Marichu estudiaba, más menos que más, y era todo oídos, más más que menos, de lo que en el patio se decía y de lo que escuchaba a los profesores. Sus hermanos mayores, Vicente y Javier, estudiaban en el colegio San Felipe Neri, obrador de la burguesía gaditana, y aquello, después me lo contaron, era ya un avispero faccioso.

Guardo la carta en mi archivo personal. Marichu, quizás ya lo hayan supuesto, era mi madre y de cuando en cuando me releía la carta, no para presumir de perspicaz, inteligente o adivina, sino para transmitirme el ambiente prebélico que se vivía en aquel Cádiz al que desde Bermeo habían ido a vivir. Así, en la tradición oral de mi familia, la Guerra Civil se hizo inevitable porque todo el mundo hablaba de ello como probabilidad tan cierta como próxima. Luego se supo que por aquellas fechas el general Mola ya estaba conspirando, que importantes hombres de negocios financiaban la conspiración y que políticos monárquicos y falangistas acudían en solicitud de ayuda militar al Duce de Roma y al Führer de Berlín. Naturalmente, nada de eso sabía Marichu, pero lo que sacó en claro de aquella vivencia es que cuanto más se habla de la guerra tanto más se hace realidad. Por mi parte, añado que esas misteriosas intuiciones resultan proféticas cuando las ambiciones, los odios y la venganza conviven dentro de esa cáscara de nuez que es la política de confrontación. Así que no debemos acomodarnos en el “aquí no pasa nada”, porque vaya que sí está pasando.

El miércoles de la semana pasada asistí en el Palacio Euskalduna a una muy interesante mesa redonda organizada por Eurobasque y el Colegio de Periodistas Vascos. Presentados por Irune Zuluaga y Amaia Goikoetxea y moderados por Amaia Fano, excelentes las tres, los ponentes Eneko Landaburu (ex alto funcionario de la Unión Europea), Nacho Alarcón (joven y brillante corresponsal de El Confidencial en Bruselas) y Javier Diéguez (director de la Agencia Vasca de Ciberseguridad) nos dieron las claves periodísticas, políticas y de seguridad cibernética para mejor comprender lo que nos jugamos en las próximas elecciones al Parlamento Europeo.

No entraré en detalles de lo dicho, imposible tarea dada la extensión de este artículo, pero pueden tener acceso a su contenido ya que fue grabado en su totalidad con intención divulgativa. Mi impresión, después de escuchar sus intervenciones repletas de datos sobre el papel de los bloques EE.UU.-OTAN- Unión Europea / Rusia-China / Israel-Hamás-Irán fue desconsoladora y traumática: debemos ir preparándonos para lo peor. Ese “Dicen que habrá guerra” se expandía por la sala según iban exponiendo los oradores. Una guerra en la que estaríamos personalmente involucradosy resulta inédita para nuestra generación y la que nos sigue. No vivimos la Guerra Civil ni la II Guerra Mundial, supimos de la guerra de Vietnam por los telediarios, de las guerras balcánicas (ex-Yugoslavia) por su atrocidad transmitida casi en directo y de las presentes de Ucrania y Gaza por su barbarie que seguimos al minuto a escala millonaria dado el desarrollo de las redes sociales que no existían en las anteriores guerras. Pero la diferencia es que esta vez, ¡ay!, presentimos que podemos acabar envueltos. Es una sensación de espeluznante y enigmático peligro. Se reimplanta el servicio militar obligatorio en cada vez más países europeos, mandamos soldados a países de la línea del frente (Países Bálticos, Polonia, Rumanía), armamos a contendientes (Ucrania, Israel), reorganizamos el sistema sanitario para dar cabida a hospitales de campaña de segunda línea (Alemania) y elevamos el presupuesto para incrementar el gasto militar (toda la Unión Europea). El “Dicen que habrá guerra” comienza a oírse en los medios de comunicación, tanto más fuerte cuando más cerca de Rusia se esté.

Bibi Netanyahu, ese hombre adulto con nombre de guardería, reconoce a un enemigo en cuanto lo ve y explota con éxito la clave sicológica de Israel: el redescubrimiento del muy antiguo instinto sádico, por vergüenza del exceso de pasividad de los padres inmolados en la Shoah. Pero ha convertido una inicialmente justa guerra de defensa y liberación, tras los actos de terror de Hamás el pasado 7 de octubre, en una guerra de agresión y conquista. Y eso será su Némesis, su perdición, pues no ha tenido la perspicacia, ni la fuerza, para librarse a sí mismo de su maldad; por eso, y lo diré sin tapujos, tiene que juzgarle un tribunal internacional.

Espero y deseo que no sea ese el destino de Israel pues extender la culpa a todo un pueblo es la esencia del totalitarismo, y los vascos algo sabemos de eso cuando no hace tanto tiempo se nos hacía responsables colectivos de los atentados de ETA hasta el punto de que algunos se vieron en la obligación de matizar: “Vascos sí, ETA no”, pues cuando uno es presa del terror los sentimientos se desmesuran y la capacidad racional queda muy mermada.

Al contrario que Netanyahu, Vladímir Putin no necesita de ninguna provocación para ir a la guerra, él es quien la desata. Cuenta con un apoyo popular tan sólido como inexplicable para nosotros occidentales. Este es el orden descriptivo: cierto, el pueblo ruso, debido a la ocupación tártara (mongoles), no tuvo acceso al modo de vida y las instituciones democráticas que comenzaban a desarrollarse en Occidente; verdad, el zarismo y el comunismo produjeron un tipo de ciudadanía letárgica y apocada; comprobado, intelectuales y medios de difusión occidentales, particularmente redes sociales, le disculpan, comprenden e incluso vanaglorian, de forma que como Federico el Grande de Prusia podría afirmar: “Yo puedo realizar cualquier acción inmoral y siempre hallaré, si lo deseo, intelectuales que lo justifiquen”.

La estrategia de Putin

El exagente del KGB, leninista de formación, ha resultado ser un lector aprovechado de la Biblia: “Mas el que persevera hasta el fin, ese será salvo” (Mateo 24:13). Y por el momento no le va mal. Su perseverancia, su pretensión de girar por el gozne el orden internacional existente –el gozne somos nosotros los europeos– pretende convertir el mundo en un estado de sitio en el que los especialistas en la guerra se hallarán al timón y la vida económica y social quede subordinada al poder de quien amenace o ejerza la violencia. Así que contemporizar con Putin supone adoptar la pasividad más sórdida con la forma de civilización distinta que nos propone que es el canto de sirena que conduce a la tiranía. Su estrategia comienza con su alianza militar y económica con China y sigue en su alianza comercial con la India y terceros países del sur global. Y atizar todos los conflictos que ponen en jaque los interese occidentales. De alcanzar sus objetivos, sufriremos una potencial merma de nuestro nivel de vida: “Porque la cama será corta para poder estirarse, y la manta demasiado estrecha para poder envolverse” (Isaías 28:20).

Para dar respuesta a esa estrategia debemos construir una humanidad práctica, una forma de civilización con mentalidades, conciencia política y condiciones materiales distintas con fundamento en la democracia representativa y sin tener que pagar reparaciones para mantener nuestra libertad.

Eso es lo que está sobre el tablero y eso nos lleva a considerar la guerra defensiva como una eventualidad existencial. “Dicen que habrá guerra”, tal vez, pero que sepamos que ni la iniciaremos ni tendría otra justificación que defendernos de quienes transforman el poder en un fin en sí mismo que conduce a la tiranía. Mantenerse alerta, movilizado y en guardia es una prudente medida preventiva. Mejor ser pesimista. En una reciente entrevista, Michel Ignatieff, profesor y exministro canadiense, nuevo premio Princesa de Asturias, sentenciaba: “Si un pesimista es alguien que imagina lo peor con el objeto de evitarlo, todos deberíamos ser pesimistas”. Por lo tanto, ese “Dicen que habrá guerra“ no es recurrir a un sensacionalismo repulsivo, sino constatar hechos de gran crudeza, como lo que está pasando en Ucrania y la frontera este de la Unión Europea. La culpa exige un comportamiento activo, culpable es quien hace; por el contrario, la responsabilidad es pasiva, consiste en permitir que el otro haga. Los europeos seremos responsables si permitimos que el totalitarismo avance posiciones en Europa a rebufo del belicismo de Putin y sus apoyos entre nosotros, una amalgama que va desde la extrema derecha –a la que empieza a hacer ojitos Ursula von der Leyen– a la izquierda más radical.

La derecha extrema cuenta con serias posibilidades de constituirse en mayoritaria en el nuevo Parlamento Europeo. Si tenían algunas dudas sobre votar el próximo 9 de junio, espero que esta reflexión, con fundamento en la mesa de cocina familiar, les haya servido para despejarlas. Marichu estaba en lo cierto.