Cada vez que se cambia la hora me trastorno. Es como si alguien agitara mi reloj biológico y se me desacompasara lo magro y lo inmaterial. No solo he perdido una hora de sueño, que eso por sí mismo desequilibra, sino que me noto incómodo con las circunstancias. Como cuando la goma del calzoncillo te estrangula un huevo y no aciertas con la postura que mitigue el pellizco. En resumen, que estoy un tanto irascible. Para colmo, se me ha estropeado el reloj de pulsera. Fue un regalo de mis antiguos compañeros de curro y no me lo he quitado en años. Al parecer, por muy sumergible que la máquina fuera, le ha podido el roce y en la esfera aparecen gotitas de humedad. Lo he tenido que sustituir. Y me ha costado encontrar un peluco que no tuviera las pilas agotadas.

Me encuentro extemporáneo total. Como si necesitara una descarga para despertar plenamente. Creo que a mi cerebro le cuesta adaptarse a ese brusco cambio de hora. Siempre he pensado que mi materia gris se licua cuando duermo. Y gracias a esa liquidez se producen los sueños más insospechados. Las ideas fluyen y ocupan toda la cavidad craneal en una reparadora calma. Por eso, tras despertarme, procuro no incorporarme bruscamente. Si lo hago, los sesos aún acuosos se golpean con las paredes óseas y provocan desazón. Por eso me tomo mi tiempo para salir de la cama. Hay que permitir que pase un rato para que la sesera se solidifique y comenzar a hacer actividad normal.

Con la alteración del horario, mi cuerpo experimenta una especie de resaca que no desaparece ni tras ingerir las grageas efervescentes de un tubo entero de Redoxon. Ojo que este preparado es un complejo vitamínico aunque parezca un sistema profiláctico si su nombre se lee de atrás para adelante.

En ese trance me hallaba cuando alguien me sugirió un remedio mucho más natural para reaccionar. “Tu abuelo –me dijo una voz– cuando se encontraba entumecido y necesitaba tonificarse para espabilar, lo tenía claro”. “Tonificar –pensé para mí–. ¿Se tomaría un gin tonic?” No. “Estimulaba su cuerpo favoreciendo la circulación sanguínea al aplicarse unas friegas con un ramo de ortigas” ¿Un ramo de ortigas?

Al parecer, restregarse el cuerpo con ortigas resulta eficaz. Así parece que lo ha demostrado un estudio clínico realizado por investigadores británicos. Según ellos, la acetilcolina liberada por los pelos urticantes de la planta, un vasodilatador que aumenta el tamaño y la permeabilidad de los capilares, ayuda a la reparación de la zona entumecida. Según cuenta el mencionado estudio, para ser eficaz la terapia, la aplicación de ortigas debe ser de 30 segundos al día y repetirse entre dos y siete jornadas.

Pero hay más. Desde la antigüedad grecolatina se ha utilizado la urticación como remedio afrodisíaco, como lo mencionaban Petronio en el Satiricón y Rabelais en el siglo XVI. ¿En qué consiste la urticación con efectos afrodisíacos? En azotarse con un ramo de ortigas en el bajo vientre y en las nalgas.

“Jodé con el abuelo”, pensé. Yo, una vez, cogiendo moras en un zarzal, pretendí llegar a una enorme baya supermadura. La fruta era de exposición y parecía decir “¡cógeme!”. Ni corto ni perezoso, fui a por ella. Pero la muy tramposa estaba situada dentro, muy dentro, de la maleza. Dejé de respirar. Me incliné. Extendí el brazo. Me volvía estirar. Me puse de puntillas. Por fin agarré la mora con dos dedos. Pero cuando tiré de ella para arrancarla, mi cuerpo se balanceó en sentido contrario. Perdí el equilibrio y caí sobre un matojo de espinas. Y encima de una frondosa capa de ortigas. ¡Qué sensación! Ni las prácticas del marqués de Sade. Las ortigas me excitaron. Y me aceleraron mi riego sanguíneo, hasta el punto que mis hematíes parecían bólidos de Fórmula 1.

Solo pensar en los habones y en la picazón entonces provocada por las peludas hojas de la ortiga, me reseteó mi atolondramiento horario. Y desperté.

Ha comenzado ya la campaña electoral. Aunque no lo parezca. Unos se encuentran enfrascados en la final de Copa, en una fiebre rojiblanca que lo opaca todo y no deja margen para otras sensaciones. Es, salvada la distancia, como un fervor cuasi religioso en el que el conjunto de la sociedad parece poseída por una fe fanática en unos colores y en el convencimiento de una victoria épica de una cuadrilla de jóvenes que patean un pelotón.

El grado de entusiasmo desbordado raya lo insospechado. Incluso para los más futboleros –como es mi caso– el clima generado y las expectativas creadas resultan excesivas. En Bizkaia hoy por hoy no hay nada más importante que la final, el Athletic y la gabarra. Ni elecciones ni gaitas. Otra cosa será lo que, terminado el partido de esta noche en Sevilla, ocurra mañana. La fiesta o la depresión.

En los otros dos territorios vascos y, abstraídos de esta locura colectiva, tampoco se observa, por el momento, especial pulsión por las elecciones que se celebrarán el próximo día 21. No hay, aún, olor a voto y las encuestas indican que el porcentaje de participación continua siendo bajo –alrededor del 60%–.

Habrá que estar atentos para si en las dos semanas que restan para el encuentro con las urnas el electorado vasco despierta y muestra su voluntad de tomar parte activa en la elección.

Además, más allá de la identificación de las tendencias de voto, los estudios prospectivos publicados advierten de la existencia de una importante bolsa de electores indecisos. Censados vacilantes que no contemplan todavía si el domingo 21 acudirán o no hasta los colegios electorales. Y, en caso de haber decidido ya su presencia, dudan abiertamente a quién votar.

En cuanto a los pronósticos, las elecciones parecen, en un primer vistazo, escenario de una polarización política que vaticina un empate técnico. Empate entre EH Bildu, cuyo incremento de votantes parece notable, y el PNV, que no consigue movilizar al conjunto de sus seguidores tradicionales. El resto –PSE y PP– parecen repetir resultados. No así los representantes de la izquierda españolista, cuya división les conducirá a la marginalidad parlamentaria, cuando no a la desaparición.

La opción representativa de la izquierda abertzale aparece en los sondeos con una fuerza desconocida hasta ahora. Su electorado arraigado aparece tremendamente motivado y su operación cosmética de moderación le está sirviendo para presentarse ante los votantes de izquierda (anteriormente reunidos en derredor de las siglas de Podemos) como opción de “refugio”. El viento sopla a favor de la opción que encabeza Pello Otxandiano, un teórico de Sortu convertido en un moderado cabeza de cartel.

El PNV, interpelado en los dos anteriores comicios por una parte de sus seguidores habituales, había tomado la arriesgada decisión de renovar a sus principales figuras para representarle en estos comicios. Una posición comprometida y atrevida que, a tenor de los primeros sondeos, no le está penalizando. El problema del PNV no es una migración de su votante a otra formación. Su inquietud pasa por recuperar la confianza de quienes se han sentido abandonados o supuestamente maltratados por su gestión pública. Un importante número de electores que necesitan ser convencidos de recobrar la confianza perdida en el PNV.

Los sondeos apuntan a que EH Bildu difícilmente medrará más en el avance de los días. Por ellos, la campaña podría acabar ya. No necesitan ni debates ni entrar en polémicas que polaricen más la elección. Al PNV le interesa todo lo contrario, provocar una movilización de última hora que haga crecer la participación

Todo apunta a que los últimos días de campaña serán cruciales. A EH Bildu, aunque parezca extraño, la posibilidad de gobernar le importa poco. Su anhelo es ganar al PNV. Superarle. Bien en escaños o en votos. Ya tendrán tiempo de gobernar más adelante (salvo que los socialistas entren en esquizofrenia).

El PNV, por el contrario, necesita convencer a los indecisos de que su voto será determinante para, bien favorecer el gobierno que encarna Pradales –un tipo solvente y de garantías– o , en sentido contrario, aventurarse a que Otxandiano –un candidato indefinido con cara de profesor– tenga alguna opción de mando en el próximo ejecutivo autónomo.

La clave, la última semana. Todo pendiente de la participación. Si los indecisos salen de su letargo y valoran que la gobernabilidad futura de Euskadi depende de su voto. Toca devolver el reloj del país al huso horario de la racionalidad y la certidumbre. De lo contrario, algunos pueden tener la tentación de aplicar sus remedios en el “cambio de ciclo” que preconizan. Ortigas. l

*Miembro del Euzkadi Buru Batzar del PNV