Respecto a lo que ocurre en Oriente Medio y más concretamente entre Israel y Hamás, no voy a entrar en motivaciones que se remontan incluso a tiempos bíblicos. Las hay, pero por mucho que puedan ser el origen último de la situación, no dejan de ser remotas. Creo que entender mejor el contexto más reciente contribuye mucho más a un mayor entendimiento –que nunca justificación– del escenario en que se producen los crímenes de guerra de los que hemos sido testigos. Me temo que desgraciadamente, esto aún no se ha acabado.

Hay quien dice que el detonante de las actuales confrontaciones fueron los acuerdos de Abraham, por los que en los últimos años, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, y Marruecos han entablado relaciones diplomáticas con Israel. Y que fue el hecho de que Arabia Saudí estuviera, al parecer, a punto de hacer lo mismo, lo que propició que Hamás detonara los ataques del 7 de octubre. Entra dentro de lo posible en el ámbito geopolítico, sin duda. Pero el escenario en el que se produce todo ello tampoco es ajeno a todo ello. En primer lugar, a los palestinos, pese a verse afectados por tales acuerdos propiciados por Estados Unidos, ni estuvieron en los acuerdos, ni se les esperaba por ninguna de las partes. El hecho de que los sucesivos gobiernos ultraderechistas israelíes desecharan los acuerdos de Oslo, siguieran una política del “divide y vencerás” propiciando un escenario en el que la Autoridad Palestina perdiera apoyos en su población a favor de Hamás, no deja de ser otro ingrediente necesario.

Nietzsche dijo, muy acertadamente, que “quien con monstruos lucha, que cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”. Y es que los distintos monstruos siguen distintas estrategias, pero tienen en común su monstruosidad. Esa monstruosidad se ve en la distinta forma que tienen unos y otros de medir el éxito. Para Israel, el éxito se mide en términos militares, en pérdidas en vidas humanas, en pérdidas de instalaciones militares y de infraestructura militar infligidas al enemigo, mientras que todo ello resulta, en el fondo, relativamente indiferente a Hamás. Hamás mide el éxito en términos del “apoyo del pueblo”. ¿Y a quién va apoyar un pueblo bombardeado con el último grito de la tecnología militar más sofisticada, utilizada en una zona poblada de civiles como si fuera en medio de un campo de batalla más al uso entre combatientes? Sucesivos gobiernos israelíes, que se podrán calificar de diversas formas –pero nunca de moderados– han propiciado un escenario en el que ser gazatí o habitante de Cisjordania te convertía por ese mero hecho en ciudadano de tercera o cuarta categoría, sometido a un apartheid en la práctica. Y Hamás, organización fundamentalista, como otras muchas en la zona, administrando un territorio de forma acaso muy pragmática, pero nunca calificable de moderada. Como señalaba Nietzsche, unos monstruos alimentan a otros y si, para ello, hay que cargarse el derecho internacional humanitario, pues que descanse en paz tal derecho. Derecho internacional humanitario que establece en diversos tratados, que los civiles desarmados y no combatientes deben ser protegidos en las hostilidades bélicas a la vez que proclama la prohibición de tomar rehenes, todo sea dicho.

En un conflicto de estas características, la información suele ser otra arma más. Esto provoca un ambiente en el que por pura empatía humana, resulta muy complicado realizar análisis desapasionados. O estás a favor de un bando, y das muestras evidentes de ello, o estás en contra. La realidad se refleja y se percibe en blanco y negro, sin siquiera grises.

El maniqueísmo es el nombre que atribuimos a la religión universalista fundada por el sabio persa Manes (c. 215-276), que además afirmaba ser el último de los profetas enviados por Dios a la humanidad, siguiendo a Zoroastro, Buda y Jesús. Su doctrina se fundaba en comprender que existen dos principios creadores en conflicto constante: el bien absoluto y el mal absoluto. Sin medias tintas. De ahí que, por extensión, hoy utilizamos ese término para referirnos a una tendencia a reducir la realidad a una oposición radical entre lo bueno absoluto y lo malo absoluto. Prefiero el relativismo a la hora de analizar. Básicamente porque la realidad no es en blanco y negro. No sólo porque hay multitud de tonalidades de gris entre medias, sino porque –además– hay muchos otros colores.

Y que conste: con ello para nada pretendo arremeter contra quienes, movidos por un mínimo sentido de humanidad, viendo esos crímenes perpetrados contra civiles desarmados, tienen la reacción de tomar partido, poniéndose esas gafas de blanco y negro que yo me niego a utilizar. Como digo, es una reacción humana, movida por emociones que sentimos. Es humano tenerlas, pero considero que para acertar en el análisis hemos de ser al menos igual de fríos y calculadores que los perpetradores, precisamente para poder luego ser más certeros y eficaces en el desenlace final –que no solución– del problema y así contribuir a que nada de esto pueda volver a ocurrir. Pues sí, creo que el problema como tal ya es irresoluble. El odio no sólo ha sido sembrado, sino que ha florecido y tenemos una cosecha de horror. Sí es necesario aportar racionalidad para propiciar un desenlace que lleve a aplacar –y con mucho tiempo de por medio– remediar odios.

Lo primero es un cese de las hostilidades. Es escandaloso cómo nuestros representantes en parte de la comunidad internacional han tolerado estos hechos y lo lento que se han movido para, recién ahora, tras tantas semanas de matanza, tan solo empezar a exigir ese alto el fuego. Y lo poco que se mueven viene dado por el hecho claro de que Israel ganará la guerra en términos militares, pero está claro que ya la ha perdido en términos de opinión pública mundial. Está claro que lo poco que se ha movido la comunidad internacional no ha sido por decencia, sino por la presión de su opinión pública. Con excepciones como la del Secretario General de Naciones Unidas, lo que mueve no son los principios, sino otras cosas.

Lo segundo es buscar una situación sostenible en la que las dos comunidades ahora enfrentadas puedan convivir. Se impone un análisis de por qué los acuerdos de Madrid y de Oslo fracasaron y hay que buscar la forma en que puedan existir los dos estados como forma de garantizar una igualdad de derechos de todas las personas que habitan esos territorios. Y sí, habrá que corregir muchas cosas posteriores a Oslo para que no vuelvan a ocurrir.

Que nadie busque equidistancia en este análisis. En primer lugar porque la equidistancia es un ejercicio en el que mides dónde se colocan unos y otros en el escenario y mides dónde colocarte en el mismo escenario para no verte salpicado por unos y otros. Creo que es obvio en lo que llevo de artículo que no es mi caso, básicamente porque lo creo que hay que buscar es otro escenario. En segundo lugar porque no la puede haber. Que unos bestias maten a unos 1.200 civiles y otros a 20.000 (en números redondos) para mí no hace más simpáticos o menos detestables a unos que a otros. El recuento numérico importa, claro que sí, pero si luchas contra las violaciones de derechos humanos, individualmente, el horror por todas y cada una de esas muertes ha de ser el mismo.

Son admisibles, como no, explicaciones que aporten contexto sobre las motivaciones de los hechos, pero nunca justificaciones. Y todas y cada una de esas conculcaciones del derecho a la vida, junto con las cometidas contra el derecho a la integridad física y psíquica de no-combatientes son inadmisibles a la luz del derecho internacional humanitario, y deben tener consecuencias penales. Si no es posible depurarlas ante tribunales nacionales será preciso habilitar tribunales internacionales ad hoc o habilitar a la Corte Penal Internacional para ello. Desde luego, la geopolítica ha propiciado una carnicería absoluta a vista de todos. Y si no queremos que vuelva a ocurrir impunemente, se impone un sistema de justicia internacional.

Y me temo que ya no va a bastar más horrorizarnos cuando todo haya explotado ya. Ha llegado el momento de retomar el nunca más posterior a la segunda guerra mundial, y obrar en consecuencia, antes de que ocurran estas barbaridades. Incluso por ciudadanas y ciudadanos de a pie.

Activista por los Derecho Humanos @Krakenberger