Para hablar de la empresa Inclusiva Participativa en el País Vasco es obligado hacer referencia a la figura de José María Arizmendiarrieta, ya que mostró desde un inicio una visión, una capacidad de acción y una vocación de ayuda y promoción hacia la clase trabajadora sin par. Esta vocación de ayuda unida a un destacado sentido práctico le llevó a iniciar el movimiento cooperativo de Mondragón.

En 2021 el movimiento cooperativo tiene como cabecera la Corporación Mondragón, compuesta por 98 cooperativas, ocho Fundaciones, una mutua, diez entidades de cobertura y siete Delegaciones Internacionales. Todas estas entidades, englobadas en cuatro áreas: Finanzas, Industria, Distribución y Conocimiento. El éxito indiscutido e indiscutible de Mondragón no es producto de la casualidad, ya que detrás de él hay una visión, unos valores, un liderazgo y una gran capacidad organizativa.

Arizmendiarrieta tenía una clara visión: la justicia social. Una sociedad no se puede configurar de forma extractiva en la que unas elites se benefician del esfuerzo de la mayoría. Una sociedad debe regirse según los más altos estándares de Justicia Social. Para materializar este modelo de sociedad, se adhirió en su conducta a una serie de valores entre los que primaba la dignidad del hombre. Esa dignidad del hombre tenía que tener su reflejo tanto en su modelo de justicia social como en el sistema organizativo de las cooperativas. Para las que promovió un modelo organizativo abierto, sin distinción de razas, creencias, clases ni género y que era, a su vez, participativo e interdependiente.

Aunque todavía no se había acuñado el término Grupo de Interés (estamos hablando de los años 50 del siglo XX), identificó qué grupos de interés eran los actores principales en función la actividad desempeñada por cada empresa específica. Estos Grupos de Interés eran los únicos con voto para elegir democráticamente los órganos de gobierno

Para las empresas industriales consideraba socios solamente a sus trabajadores. En las cooperativas de crédito los trabajadores y las empresas. En las cooperativas de consumo eran los trabajadores y los socios usuarios, los clientes. En las cooperativas de formación eran socios los trabajadores, las empresas y los estudiantes.

Estas precisiones llevan a subrayar la idea de que en el éxito de las cooperativas del Grupo Mondragón el desarrollo organizativo ha jugado un papel central. Por ello no debe extrañarnos que cuando en los años 90 del siglo XX surgen los grandes modelos formales de gestión –Deming en Japón, Malcolm Baldrige en USA y EFQM en Europa–, la Corporación Mondragón, personalizada en la figura de Manolo Quevedo, estuviera perfectamente al tanto y por ello formara parte de los socios fundadores de Euskalit.

En consecuencia, dichas cooperativas estuvieron entre las primeras que sumaron a su saber tradicional en gestión adquirido por sus propios medios el aprendizaje sistémico aportado por el modelo europeo de la EFQM.

Todos los citados grandes modelos tienen un origen común: el desarrollo organizativo llevado a cabo en Japón como consecuencia de su derrota en la Segunda Guerra Mundial. En esa guerra el nivel de destrucción experimentado por Japón excedió del 90%. Su único recurso eran las personas, con su conocimiento, por lo que por primera vez en la historia ocuparon por ello el nivel central en la organización de las empresas.

Ese enfoque humano encajaba perfectamente en la filosofía de las cooperativas, por lo que asumieron esos modelos, especialmente el de la EFQM, con toda normalidad, como algo connatural con sus propios valores.

Como consecuencia de la simbiosis entre ese saber ancestral de las cooperativas y del aportado por el Modelo EFQM, la Fundación Arizmendiarrieta ha sintetizado los principios y prácticas de gestión actual de dichas cooperativas en un modelo de autoevaluación de tal manera que la empresa que desee avanzar por ese camino tenga unas buenas prácticas contra las que pueda medirse.

El Modelo propugna contar con un “proyecto compartido por los propietarios, directivos y profesionales/trabajadores de la empresa, que mejore la competitividad de la compañía, sea beneficioso a largo plazo para todos y en el que se dé prioridad a la sostenibilidad del proyecto colectivo sobre los intereses de cualquiera de los grupos citados”.

Precisamente este mes se cumplen cinco años de la aprobación por unanimidad de los cinco grupos políticos entonces presentes en el Parlamento Vasco de dicho Modelo inclusivo participativo que, básicamente, busca sustituir un modelo de confrontación por otro de colaboración de los distintos agentes, en el marco de una preocupación por el desarrollo de las personas como base para la mejora de la competitividad empresarial.

Es de suponer que un órgano como el Parlamento Vasco, que representa a toda la sociedad, no entrara en el contenido técnico del Modelo. Pero sí en su posible impacto social. Y es a lo que concedió su respaldo entusiasta ya que las Cooperativas de Mondragón han demostrado que, con el respeto a los principios de este modelo, es posible superar un sistema tradicional de gestión confrontativo por otro colaborativo, que además sea competitivo en el mercado.

Este Modelo Inclusivo Participativo de Empresa, MIPE, se estructura en cuatro ejes: 1. Gestión y cultura de empresa. 2. Participación de los trabajadores en la gestión y/o en los resultados. 3. Proyecto compartido. Y 4. Impacto Social.

Con todo, el MIPE es solo una herramienta al servicio de una ideología. Esta ideología parte del principio de que el hombre es un ser social. Y ese ser social para supervivir en grupo necesita una argamasa que dé cohesión al grupo. Esa argamasa es la justicia social que se concreta en la inclusión y en la participación de todos los componentes en el gobierno del grupo.

Por otro lado, conviene recordar que uno de los actores clave del conjunto social es la empresa, por medio de la cual las personas allegan sus medios de subsistencia. Y como grupo social la empresa se plantea las mismas exigencias que el conjunto de la sociedad: debe regirse por los principios de la justicia social utilizando para ello mecanismos de inclusión y participación

En ese contexto, el MIPE aporta una métrica para que cualquier empresa con vocación inclusiva y participativa verifique si está utilizando debidamente y con éxito el capital de compromiso y creación de conocimiento de sus personas mediante instrumentos de participación e inclusión. l Expresidente de Euskalit y miembro de la Fundación Arizmendiarrieta