alas puertas de un nuevo curso observo desde la dirección de mi ikastola, no sin una pizca de frustración por momentos, el esfuerzo sobre humano que supone variar mínimamente la orientación de un sistema educativo que requiere no de cambios sino de una metamorfosis profunda y transformadora.

Recuerdo haber escrito anteriormente que el talento competencial parecía ser la piedra filosofal de la nueva educación. También hablaba sobre que todos perseguimos la capacidad, la disposición y la actitud para el aprendizaje, la cooperación y el rendimiento basado en la fuerza del equipo, la investigación y el disfrute por lo que uno hace.  

A quienes nos toca asumir la responsabilidad de liderar proyectos educativos que sueñan y trabajan con el fin de responder a las necesidades reales de nuestros niños y jóvenes, que por cierto en algún momento liderarán una sociedad cada vez más volátil y cambiante, nos toca analizar, proponer, trabajar y exigir una cooperación y colaboración entre todas las partes implicadas para que cada día seamos como colectivo un poco mejores.

Un sistema educativo vasco en el que, a veces, perdemos demasiada energía ante lo que aparentemente nos aleja del entendimiento y la cooperación, en vez de intentar entonar las notas musicales de una partitura que deberíamos compartir todos y todas los que amamos esta profesión.

Diversos expertos que analizan los perfiles que el mercado laboral demandará en el futuro, hablan de lo importante de la transversalidad, polivalencia, autogestión, aprendizaje continuo y todos aquellos términos que nos acercan a la frase más escuchada en el mundo de la educación en los últimos tiempos. “Del contenido a la competencia y tiro porque me toca”.  

Pero cuidado por regirse únicamente por los parámetros que el mercado laboral nos marque, ya que si hablamos de educación obligatoria, nuestro foco debe estar dirigido a ámbitos mucho más amplios y humanos. Enfoques constructivos y sustentados en unos valores sólidos y saludables que hagan de nuestros hijos e hijas ciudadanos del mundo dispuestos a aportar un valor añadido a su entorno más cercano. Un entorno, territorio, país y mundo que requieren de personas autónomas, cooperativas, plurilingües, creativas, analíticas y críticas. Conocedoras de sus orígenes y arraigadas a sus raíces culturales, lingüísticas y familiares pero a su vez con la capacidad y la ambición de abrazar al mundo.

Queremos jóvenes competentes, con sentido crítico, que persigan el crecimiento desde la aportación y el cuidado del entorno que les rodea. Para ello, el sistema educativo se encuentra posiblemente inmerso en la revolución más profunda a la que se ha enfrentado en las últimas décadas.

No cabe duda de que la nueva ley de educación vasca que se debe aprobar, integrar, compartir y desplegar en los próximos meses, es una de las grandes oportunidades que debería servirnos como palanca para la mejora y la creación de un nuevo contexto educativo, ilusionante y que debemos alimentar quienes estamos en él.

Hago uso del verbo transitivo deber, de manera insistente ya que no podemos dejar pasar un tren que de no parar en esta estación no sabemos cuando volverá a pasar.

Necesitamos una ley que nos generé certidumbre y nos aleje de la incertidumbre que la propia realidad que vivimos nos presenta. Una caída de la natalidad histórica que nos obligará a redimensionar nuestras estructuras; una tensión y necesidad de recursos económicos y humanos para impulsar y favorecer aspectos innovadores como son la codocencia, cotutorización, educación digital, adaptación de espacios para el aprendizaje y otros que no deben recaer en las propias familias si queremos ser fieles a la filosofía de la propia ley; un relevo generacional entre las y los profesionales que debe posibilitar y fomentar la integración de una energía y entusiasmo junior con la experiencia y conocimiento senior que bien orientada y gestionada permitirá construir buenos equipos para el aprendizaje de alto rendimiento.

Sentir que estamos participando activamente de un capítulo importante en la historia de nuestro sistema educativo, pienso que no se paga con dinero. Toca desaprender ciertas cosas para aprender otras que ni nos las habíamos planteado hasta ahora. Toca replantearse qué enseñamos, cómo lo enseñamos y sobre todo el para qué lo enseñamos.

Nuestra obligación pasa por responder a las necesidades reales de nuestros hijos e hijas. Unas generaciones que han de ser los principales agentes para el cambio. Por ello, las planificaciones a largo plazo ya no sirven. La velocidad, los ritmos, y la flexibilidad de esta sociedad marcarán los retos que se nos van a presentar y a los que debemos responder desde la valentía y la solidaridad conjunta.  

Se prevé, una vez más, un curso 2023-2024 “movidito”. Movilizaciones, mesas de negociación, mensajes envenenados, comportamientos que a veces nos hacen dudar de si los intereses que se esconden tras ellos persiguen aportar o no a la consecución del objetivo de mejorar un sistema educativo del que depende gran parte del futuro de nuestro país.

Hablamos de solidaridad y valentía para nuestros alumnos. No estaría mal que nos aplicásemos el cuento. Administración, plataformas sindicales, patronales, y cada uno de nosotros, tenemos la responsabilidad de trabajar en equipo. Antepongamos los intereses reales para que nos sintamos en unos años orgullosos de lo construido entre todos y todas.  

Necesitamos cambios reales, actitudes valientes y solidarias. Auto exigencia, practicidad y crecimiento de un sistema que requiere de retoques importantes.

Hablemos de manera sincera de formación y crecimiento continuo, de rendimiento laboral, de la necesidad de desarrollar y fomentar la implicación y el liderazgo en los equipos directivos. De la falta de vocación o profesionalidad entre algunos de nuestros compañeros y compañeras que denigran una de las profesiones más importantes de la sociedad. La universidad y las escuelas de magisterio son claves y estratégicas para el desarrollo de itinerarios formativos, coherentes y competentes que nos permitan contar con los y las mejores profesionales para nuestro sistema educativo.

Hablemos de la exigencia desproporcionada respecto al cumplimiento de ciertas obligaciones de algunas familias que pretenden descargar en la escuela su incapacidad para ejercer su deber como padre o madre. La escuela debe ser la más autoexigente pero a su vez un espacio sagrado, mimado y sobre todo respetado.

Hablemos de ello pero sobre todo diseñemos estrategias conjuntas e individuales para cada uno de nuestros proyectos educativos para convertirlos en auténticos y genuinos.

Hace unos pocos días participé como ponente en el ciclo de conferencias virtuales del Laboratorio de Aprendizaje Abra liderado desde Chile por el donostiarra Javier Martinez Aldanondo, gran experto internacional en la gestión del conocimiento y desarrollo de procesos de aprendizaje, y reflexionamos sobre aquellas claves que impactan directamente en ese aprendizaje.

Insistimos en que la experimentación individual y grupal, la evaluación formativa, la tolerancia al error y la confianza entre las personas son claves aceleradoras para el aprendizaje. La eliminación de emociones tan tóxicas como son el miedo o el abuso de autoridad de nuestro vocabulario escolar surgieron en nuestra conversación como algunas de las claves para seguir por el camino de la transformación pedagógica generando de esa manera comunidades de aprendizaje diferenciales respecto a otros ecosistemas.

Hablar de sentir miedo, es hablar de generar expectativas u objetivos inalcanzables para el alumno. De procesos de evaluación numéricos y limitantes que minan la motivación en vez de alimentarla. Es hablar de situaciones en las que la libertad para expresarse en su forma de ser, de sentir, de amar o de querer vivir la vida se ve coartada por unos parámetros caducos que aún hoy están presentes en algunos espacios escolares.

Es evidente que somos privilegiados respecto a otras realidades sociales mucho más desfavorecidas y con dificultades estructurales mayores, pero siendo un país en extensión y población diminuto en el mundo, tenemos la oportunidad de seguir trabajando y aportando para que la cohesión, la justicia social, la equidad y la igualdad de oportunidades esté en el centro de nuestro sistema educativo haciendo de él una marca de país reconocida y envidiada por el resto. Ello obliga a ser solidarios y generosos respecto a actitudes del pasado en el que nuestra zona de confort no nos invitaba a mirar más allá de nuestra realidad cercana.

La aspiración de convertirnos en un sistema referencial a nivel internacional y del que sentirnos orgullosos debe ser una de nuestras mayores motivaciones entendiendo nuestro sistema educativo como una de las herramientas para hacer país, generar y compartir valores humanos y constructivos, además de impulsar procesos, comportamientos y visiones innovadoras y emprendedoras que busquen y encuentren las respuestas que merecen las preguntas del futuro.