Resulta llamativa la coincidencia entre la reivindicación de la memoria histórica que realizan algunos grupos memorialistas, partidos e instituciones, y el esfuerzo empleado por una parte de nuestra sociología para imponer la amnesia. El fenómeno tendría lógica si quienes defienden una cosa y los que imponen la otra fueran sujetos distintos. Pero no. En la izquierda antes abertzale y ahora independentista ambas tendencias coexisten de manera paradójica.
EH Bildu es defensora a ultranza de la recuperación de la memoria histórica y, al mismo tiempo, nos pretende imponer una mordaza mental para que olvidemos determinadas décadas de esa memoria. De tal manera que, en una reciente entrevista, el coordinador general de EH Bildu ha afirmado que el hecho de que se explicite una exigencia ética suficiente, todavía pendiente, sobre la responsabilidad del daño causado por ETA durante tantos años “es un recurso fácil que no eleva en términos intelectuales el debate político y lo que es más grave, lleva el debate de la convivencia al barro”.
La actual EH Bildu no coincide exactamente con lo que en su día fue Herri Batasuna, o las distintas siglas previas a la ilegalización de la izquierda abertzale. Pero casi que sí. Y, desde luego, una inmensa mayoría de todos aquellos militantes de “los movimientos populares” de la izquierda abertzale clásica en su estrategia combinada, política y militar, son hoy militantes o simpatizantes de Sortu y, por lo tanto, de EH Bildu.
Es más, para justificar la amnesia colectiva –y muy selectiva– que defienden, ni siquiera cabe aducir aquello de que la gente joven “no vivió ni conoció” aquellos tiempos, como si estuviéramos hablando de las guerras carlistas. Y no cabe hacerlo, entre otras cosas, porque todavía no hace quince días que Ernai publicó unos tuits muy “reivindicativos” de la memoria de ETA. “Los jóvenes seguimos trabajando en la misma dirección que se inició hace 60 años”, afirmaban. Y añadían: “Una generación creó ETA por la responsabilidad de mantener con vida a este pueblo”. Eso sí, aclaraban que ellos mantienen la misma dirección mediante “una estrategia renovada”, lo de seguir haciendo el mismo camino “cambiando de zapatos”, que dijo en su día el secretario general de Sortu. Un cambio de zapatos y estrategia que, no cabe duda, es muy de agradecer. Pero que, en cualquier caso, parece dar a entender que abandonar la violencia fue más una necesidad de responder, por ejemplo, al aval de Europa a la Ley de Partidos –que había ilegalizado las marcas de la izquierda abertzale– que la consecuencia de una reflexión ética. Un inciso: el PNV siempre estuvo en contra de la ilegalización.
A lo que voy: cuando se leen cosas como ésta surge la pregunta de cómo es posible “hacer la magia” de mantener, al mismo tiempo, la imposición de la amnesia –mencionar la cuestión es “entrar en el barro” y echar por los suelos “los términos intelectuales del debate político”– y la reivindicación del continuo histórico de los 60 años de ETA.
Dándole vueltas a todo esto se me ocurre que, a lo mejor, los demás no estamos intelectualmente capacitados para entender la sofisticada plasticidad que posee el término “memoria” para la izquierda independentista. Los demás tenemos una memoria tenazmente lineal: hemos vivido.
No me hubiera puesto a escribir esto si no fuera por la entrevista a Otegi. “El recurso permanente a ETA es el recurso de los que no son capaces de defender la gestión que han hecho”, decía. Y, a continuación, la cantinela que repite toda de seguido: que si Osakidetza, que si la pérdida de peso industrial, que si no tenemos hoja de ruta para la transición energética y que no tenemos proyectos. La mejor defensa, un buen ataque con desparpajo y hala, pa’lante.
Y, así, ya estamos donde siempre, intentando hacer frente a la sempiterna estrategia de EH Bildu, los profetas de calamidades; la estrategia envolvente que consiste en morder inmisericordemente la pantorrilla al PNV, a ver si cae y pueden levantar la bandera de la victoria electoral. Basada en la amnesia, claro. Y, ahora, no me refiero a la amnesia impuesta sobre la cuestión ética, no; me refiero a la amnesia de su trayectoria “civil”. Porque de ésta también nos acordamos.
Nos acordamos de que no estuvieron cuando logramos el Estatuto y de que no les interesó la creación de las instituciones vascas. Porque ellos estaban a otras cosas. Por ejemplo, a deslegitimar al Gobierno y al Parlamento “vascongados”; o a combatir las políticas industriales porque, según ellos, lo único que pretendían era beneficiar “al empresariado”.
Nos acordamos de que no estuvieron en el debate de la Ley del Euskera. Tampoco cuando se creó EITB. Tampoco cuando se aprobó el estatuto de las ikastolas (EKIE) –“como el PNV no controla la escuela transferida, desea apropiarse de las ikastolas” y “no aceptaremos que las actuales escuelas vascas se conviertan en un gueto”, decía HB, con ese ojo clínico tan característico suyo–. Ni cuando se creó Osakidetza. Ni la UPV. Ni Emakunde. Ni el Ingreso Mínimo de Inserción. Ni la Ertzaintza. Ni, básicamente, nada.
Más tarde, empezaron a aparecer por el Parlamento, a veces sí, a veces no. En las Juntas Generales de Gipuzkoa, similar. Por poner un ejemplo –entre muchos más–, cuando en 1993 se debatieron medidas fiscales para hacer frente a la brutal crisis que se vivía entonces –que también había crisis “colosales” cuando fuimos jóvenes– sí estuvieron. Entonces, el portavoz de HB se posicionó en contra aduciendo que las medidas eran “aspirinas para un enfermo de cáncer”; insistía en que los problemas de Gipuzkoa “no eran coyunturales, sino estructurales” y que no cabían “parches”.
Y en toda esta historia existe un hilo conductor: los argumentos “históricos” que utilizaba la izquierda abertzale del siglo XX se han mantenido sorprendentemente invariables hasta la actualidad. De hecho, en 2022, el que ha sido portavoz en las Juntas por EH Bildu hasta ahora mismo hablaba de que “no valen los parches ante crisis estructurales” y de que las medidas anti-covid y anti-crisis de la Diputación Foral han sido “tiritas”.
Conclusión: aquí hay dos modelos entre los que decidir el próximo 28 de mayo.
Una trayectoria, la del PNV, que ha tomado muchas decisiones a lo largo de los años, decisiones que han marcado el devenir de Euskadi y Gipuzkoa –la inicial no tiene discusión: la apuesta por vías exclusivamente pacíficas y democráticas–. Un modelo que ha trabajado incesantemente para reconstruir este Pueblo. Es seguro que se podría haber hecho mejor –no hay nada que no sea susceptible de mejora–; y, también, que entre todas esas decisiones habrá habido errores. Pero reivindicamos nuestra trayectoria con un punto de orgullo bien entendido porque, en general, ha sido y es un modelo que nos ha posicionado como una de las sociedades más desarrolladas y equilibradas, no solo del Estado, también de Europa. Y eso no es decir poco.
Y otra, tan larga, tan conocida y tan opinable como la nuestra, que nadie –y menos sus protagonistas– tienen derecho a obligarnos a olvidar y callar. Un modelo que ha estado missing en la construcción de este pueblo. Un modelo que, ciñéndonos a la parte política, durante décadas combatió desde las calles la legitimidad de nuestras instituciones y de sus políticas. Un modelo al que le costó años darse por concernido y ocupar los escaños que lograban y que, durante otros tantos años, decidía acudir o no con total displicencia, dependiendo del rédito que pudieran sacar del tema. Un modelo que se ha posicionado sistemáticamente en contra de todo: a la contra cuando salíamos de la crisis, a la contra cuando nos llegó la pandemia, a la contra cuando la invasión de Ucrania. Y esto no es “historia” sino el resumen de esta última legislatura en las Juntas Generales de Gipuzkoa. No se les puede negar coherencia histórica en su posición “a la contra”.
Tuvimos la oportunidad de conocer la praxis de ese segundo modelo en la Diputación Foral, y se califica con la palabra “imposición”: ni tomaban en consideración la mayoría democrática de las Juntas Generales, ni respetaban las normas en vigor, ni pararon en mientes a la hora de echar a la basura –nunca mejor dicho– millones de euros públicos porque estaban dogmáticamente en contra de las instalaciones adjudicadas. Además de otras muchas cosas.
Ahora se presentan como si no tuvieran trayectoria. Inmaculados e impolutos, recién inventados. Eso sí, dispuestos a repetir “la magia” que les llevó a ganar en 2011 –esta parte de su historia sí nos la recuerdan–. Lo que no dicen es que confían en que la pócima mágica que les puede valer es la desmotivación y la abstención. No lo dicen, pero sistemáticamente alimentan el fuego en el que cuecen esa pócima, azuzando el malestar social y la exageración de problemas para desmotivar a la gente.
Lo que está en juego el próximo día 28 es decidir cuál de los dos modelos se hará cargo del futuro de Gipuzkoa. El modelo de avanzar o el de los problemas.
Burukide del EBB de EAJ-PNV