Los últimos acontecimientos que se están produciendo en Irán, tras la muerte de Masha Amini y las revueltas de mujeres y bastantes hombres desde hace semanas, con miles de personas arrestadas y varias personas ejecutadas, nos invitan a preguntarnos sobre el papel de las mujeres musulmanas, y especialmente las iraníes, en este proceso que alguien compara con las primaveras árabes que, por cierto, no han resultado ser tan primaverales, y nos sugiere la pregunta de si existe un feminismo islámico.

Mir-Hosseini, antropóloga y especialista en derecho islámico, considera que las feministas musulmanas tienen una conciencia propia de su discriminación, y un estilo propio de resistencia desde la vivencia de su religión, y su vía es enfrentarse a la interpretación más extremista del islam, pero desde la tradición. Claro que todo ello tiene que ver, entre otras cosas, con el surgimiento del islam político ya que, aunque desde el nacimiento del islam se unían poder político y religión, el colonialismo cercenó su hegemonía en diversas partes del mundo, y el rechazo al colonialismo sufrido sigue siendo una marca a tener en cuenta en el surgimiento de tal islam político. Parece que también lo han reforzado invasiones como las de Afganistán e Irak que, presuntamente, se realizaron en nombre de los derechos humanos y de la democracia, pero con injusticias y atrocidades varias. Mientras el islam político considera que países de occidente invaden otros países para cambiar sus vidas, pero esas vidas no mejoran, afirma que acude a la tradición y rechaza lo que suene a secularidad, porque eso es de los occidentales, y se salta los derechos humanos, en nombre de la tradición, especialmente los derechos de las mujeres, a quienes dicen “proteger” con reglas patriarcales. ¡Menudo avance! En ese contexto, algunas mujeres consideran que es clave analizar si esa apelación a la tradición, a los textos sagrados del islam, justifica tan directamente leyes discriminatorias, y si cumplen el objetivo de crear una sociedad justa en todos los aspectos de la vida.

Parece que cierto feminismo islámico es un movimiento de elite, pero, al mismo tiempo, debido a su conexión con la tradición religiosa, tiene el potencial de llegar hasta las raíces, hasta muchísimas mujeres no tan ilustradas que saben lo que significa sufrir tal discriminación, y lo hacen desde sus experiencias y con respuestas propias. La paradoja es que podríamos decir que este movimiento se encuadra dentro del islam político. Y hay quien dice que el feminismo islámico es como el hijo no deseado del islam político. Cuando las mujeres aumentan su nivel educativo pueden preguntarse si determinadas leyes injustas pertenecen a la Sharia, aunque algunas interpretaciones digan que sí. Así pues, con el auge del islam político, con los islamistas proclamando que lo que están llevando a cabo es la ley de Dios, muchas mujeres se sienten empoderadas también para confrontarlo, y realizan preguntas sobre la fidelidad al espíritu del Corán, y, analizando fuentes originales, plantean que el patriarcado no es una parte del islam.

No hay duda de que esta corriente no se encuentra totalmente desprotegida y aislada. La Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer fue ratificada por la ONU en el año 1979; esto ayudó a que naciesen organizaciones no gubernamentales de mujeres en el contexto musulmán. Pero ese año el islam político triunfaba en la revolución iraní, y su política de islamización paralizaba conquistas y afianzaba restricciones. Entonces la reflexión y el activismo de muchas mujeres se posicionaba reclamando la igualdad desde la fe. Y vuelve a resultar paradójico que haya sido el islam político el que ha agudizado una conciencia de activismo a favor de los derechos de las mujeres dentro del islam. Parece que la participación de las mujeres en las manifestaciones contra Ahmadineyad en junio de 2009 se enmarcaba en este contexto. En las elecciones presidenciales, el Movimiento Verde, con las mujeres al frente, reivindicaba la democracia y los derechos humanos, que también son reivindicados hoy, aunque la situación siga siendo muy compleja, prueba de ello es la fuerte represión ante la respuesta valiente de tantas mujeres. No parece que la situación actual se deba solamente a una simple reacción ante un hecho puntual, sino el resultado de un proceso, aunque también existan más variables. El caso es que, en el mundo árabe, hay muchas mujeres que se encuentran en la política y contribuyen a cambiarla desde dentro. En Egipto y Marruecos, por ejemplo, el islam político está en la oposición, pero las mujeres participan, y ellas democratizan el islam político. Hay una “masa crítica” de mujeres musulmanas con estudios, ilustradas, con análisis muy documentados sobre el islam, la mujer y sus derechos, que facilita un avance hacia sociedades musulmanas igualitarias y modernas.

También hay otro enfoque, similar, en el interior del islam, que hay quien denomina como “secularización desde abajo”. Hay musulmanes en Irán que desean que se separe el islam del poder, e inciden en la idea de que no es el poder quien debe fijar desde la presión, o represión, las obligaciones religiosas, porque eso es contraproducente. Si religión y poder están juntos, la interpretación del poder es la oficial, y muchos iraníes consideran que para cumplir sus obligaciones religiosas necesitan libertad, que el gobierno y la religión se mantengan separados. Y ya no se trata de una disyuntiva entre secularismo o religión, ni entre feminismo e islam, sino entre despotismo y democracia, entre absolutismo y pluralismo. Hay musulmanes que reivindican que la religión no sea ideológicamente utilizada para propósitos autoritarios. En el fondo, defienden la postura de que cuando alguien justifica la desigualdad y la injusticia en nombre de la religión, una forma efectiva de lucha es retarlos desde dentro, desde la tradición.

Tal actitud, desde la religión, puede contribuir a poner en cuestión la postura victimista de quienes consideran que la religión, la identidad y la forma de vida islámica son atacadas. Una interpretación de los textos sagrados del islam en línea con la idea de justicia contribuye a reconciliar la fe musulmana con las propias aspiraciones de justicia, que es una clave fundamental de engarce, y es, también, una tarea del feminismo islámico, al que se le reconocen algunos logros beneficiosos para las mujeres en los últimos años, entre esos vaivenes en los que, a veces, ha aflojado el fundamentalismo y que en estos momentos se ha endurecido.

Claro que hay quien lo minusvalora y considera que es una contradicción unir islam y feminismo por su compromiso con la religión, que es incompatible. Y, aunque, en Irán, o en el exilio, mujeres con velo o sin velo trabajan hacia el avance de la igualdad de género, se cuestiona si con ello contribuyen a legitimar la política de género del estado. También se cuestiona si, de forma consciente, o de manera involuntaria, son una amenaza para las alternativas laicas y para otras fuerzas sociales muy organizadas, pues consideran que no puede mejorar la situación de la mujer hasta que deje de existir esta República Islámica donde las fuerzas conservadoras, aunque no tienen el apoyo de más de la mitad de la población, controlan la policía, el ejército, el poder judicial, y muchos de los medios de comunicación. También se dice que las feministas islámicas en Irán se han alineado con la facción moderada del movimiento de reforma y no han sufrido los arrestos, los encarcelamientos y las multas que han tenido que soportar las feministas laicas y los reformistas masculinos.

Sea lo que sea, en Irán, en este momento, las revueltas parecen decirnos que el velo se ha convertido en un símbolo revolucionario, pero no es el velo el centro del debate, es la imposición, el elemento de control, la búsqueda de sumisión al hombre, desde el islam político, con una visión del islam que se les escapa ya de las manos, y que manifiesta su exceso de crueldad en las últimas ejecuciones. Cambie o no cambie el régimen, la tarea de poner en cuestión las interpretaciones patriarcales al uso desde hace muchos años no deja de seguir siendo pertinente para desbrozar el camino hacia nuevas situaciones con fundamentos igualitarios y emancipadores.

Mientras tanto, cruzamos los dedos para que esa versión de un islam político totalitario y fanático, cuya legitimidad se mantiene por la fuerza a nivel interno, pues siguen de nuevo en la retina las últimas y brutales ejecuciones, no cause más dolor en su propia población. No parece que el futuro augure un camino lleno de rosas. l

Escritor