Cuando la pasada semana escribía sobre la guerra judicial o lafware desconocía el recalentón que el proceso sufriría esta semana con la irrupción por sorpresa del Tribunal Constitucional alentado por un recurso exprés de la derecha ante las reformas legales promovidas en el Congreso de los Diputados.

Que un tribunal intervenga como medida preventiva a decisiones que aún no se han tomado (legítimamente por quienes las pueden tomar), revela una tara democrática que hasta el momento no habíamos conocido.

En esa guerra sin cuartel en la que se ha convertido la política en el Estado español, se está utilizando a uno de los poderes del Estado –la justicia– como herramienta al servicio de una estrategia de poder. La estrategia de acosar, de derribar al adversario utilizando los métodos que sean precisos para hacerle hincar la rodilla. Esto, que no lo habíamos visto hasta ahora, es de una gravedad inusitada ya que acaba con uno de los principios garantistas de la democracia liberal cual es la separación de poderes. No son ya tiempos de política líquida. La ebullición ha pasado a ser sublimación y la política es ya evanescente, gaseosa, porque su objetivo no es el bien común sino la destrucción del oponente.

La base programática de esta deriva la diseñó el populismo de la extrema derecha que comenzó acusando al Gobierno español de “traición” a la “patria” por sus acuerdos establecidos con vascos, catalanes y “comunistas”. El segundo escalón de esta huida hacia delante fue calificar al ejecutivo de “ilegítimo”. Y ahora la dinámica de la crispación sube más su temperatura con la imputación pública de “golpismo” a la actividad gubernamental.

El problema añadido de esta hipérbole continuada estriba en que siendo Vox la autora de la misma, ha sido el PP del “moderado” Núñez Feijóo quien ha comprado el discurso y lo ha puesto en circulación con la inestimable colaboración de la caverna mediática, auténtico poder fáctico del mundo conservador. Y claro está, las invocaciones al “golpismo” no se quedarán ahí. Les sucederán, como ya ha comenzado a ocurrir, los llamamientos a la movilización y a la insurrección. Como tal puede entenderse el reclamo popular al Tribunal Constitucional. Un llamamiento a “restablecer “el orden impidiendo a que el Parlamento se pronuncie.

Sí, el panorama da miedo. El avance de las “derechas” ha llegado al río Rubicón y nadie conoce si terminarán atravesándolo o si sentarán su campamento en la orilla como gesto de apaciguamiento. Núñez Feijóo tiene la palabra. Hasta ahora ha incumplido su promesa de hacer volver la política a la senda de la templanza y la estabilidad institucional, echándose en brazos del “trumpismo” más exacerbado. ¿Seguirá arengando a sus seguidores hasta reclamar el asalto al capitolio o utilizará su influencia para buscar puntos de acercamiento que hagan desescalar la actual convulsión?

Su insistencia actual por adelantar las elecciones no hace sino alimentar la estrategia de quienes comenzaban a perder fuelle demoscópico por su radicalidad continuada. Les da aire y terreno que ganar pues en una polarización como la que protagonizan, el original siempre rentabiliza mejor sus atributos que la copia.

Y todo esto, sin observar el descrédito provocado en unos órganos jurisdiccionales que lejos de cumplir con su papel de intermediación y de servicio a la justicia se han plegado al servilismo político de parte, invalidándolos para seguir jugando el papel de árbitros en una sociedad democrática.

A un nacionalista vasco la actual coyuntura le incita a querer borrarse de la escena (hoy todavía con más fuerza que nuestra querencia natural). Pero, ante la imposibilidad de esta hipótesis, la posición del nacionalismo vasco será la que históricamente ha mantenido. Es decir, del lado de la libertad, de la independencia, la separación de poderes y el diálogo democrático como mejor manera de resolver las diferencias.

Para opinar sobre una problemática concreta hay que tener información suficiente y veraz que permita dar con un diagnóstico acertado en una situación conflictiva. En el caso de la convulsión suscitada en torno a la Organización Sanitaria Integrada (OSI) de Donostialdea, no dispongo de datos suficientes para tener una opinión clara de lo que allí está ocurriendo ni de las razones que han provocado la crisis abierta en la gestión del Servicio Vasco de Salud, Osakidetza. No he encontrado argumentos adecuadamente contrastados para formarme un criterio al respecto, por lo que evitaré –por el momento– tomar posición. Además, a tenor de lo poco que he podido escarbar en el asunto he intuido que muchos intereses, ajenos al problema en sí, han aprovechado la coyuntura para pasar facturas pendientes a quienes, directa o indirectamente, son los responsables del sistema asistencial en nuestra comunidad. Me temo que hay mucho pescador intentando lograr capturas en las revueltas aguas del entramado hospitalario.

De ahí mi decisión de no improvisar una respuesta. Eso no significa que eluda reconocer mi inquietud ante la inestabilidad conocida. Inquietud y reconocimiento de que ha habido cosas que no se han hecho bien.

La Sanidad Pública es un servicio que nos preocupa a todos y cualquier incidencia interna o externa que altere su buen funcionamiento o que ponga en entredicho su reputación nos debe poner en alerta.

Donde sí tengo ya un criterio conformado es en torno a una “información” generada y publicada al albur de este caso. Me refiero a un artículo periodístico aparecido en el diario de cabecera del grupo Vocento.

El pasado miércoles, 7 de diciembre, el diario El Correo publicaba un “perfil” de la directora general de Osakidetza, Rosa Pérez Esquerdo. Para evitar dudas, diré que no conozco a dicha señora. Nunca he estado ni hablado con ella. Y no tengo ningún interés personal en defenderla. Sin embargo, creo de justicia alzar la voz para denunciar el atropello que la citada crónica periodística supuso.

El escrito, titulado Una directora silenciosa fue un cúmulo de juicios de valor difícilmente entendibles. Comenzaron la presentación del personaje tildándolo de “distante” y “hermética”, para a continuación indicar que a la “número uno de Osakidetza le falta el carácter necesario para ejercer el alto cargo que ostenta desde hace dos años”.

Pero los prejuicios publicados no quedaron ahí. “Su gran plus –proseguía la crónica– es el de ser una directora general muy callada y absolutamente obediente”.

Para el redactor firmante de El Correo, la trayectoria pública de la responsable última de Osakidetza es calificada de “meteórica” puesto que, a su juicio, “en dos años poco más o menos, pasó de ejercer como médico de familia en San Ignacio –un populoso barrio bilbaino– a convertirse en la máxima responsable de Osakidetza, la mayor empresa de Euskadi con unos 30.000 trabajadores a su cargo”. En esta proyección político-profesional, el elaborador del desenfocado “perfil” desliza un hecho absolutamente fuera de lugar: haber contraído matrimonio “con un médico, hijo de un reconocido facultativo muy bien relacionado con la cúpula del PNV”.

Por lo demás, la “información” de El Correo comete errores fácilmente contrastables a la hora de analizar la trayectoria profesional de Rosa Pérez. Basta para comprobar los desaciertos acudir a la página web del “gobierno abierto” donde consta su currículum oficial. Pero, la mirada “crítica” no acaba ahí, ya que concreta que gracias a su paso como directora médica por el hospital de Basurto obtuvo “una muy buena relación con el alcalde Juan María Aburto y, sobre todo, con los exconsejeros Jon Darpón y Nekane Murga”.

Es decir que la meritocracia de la directora de Osakidetza se forjó, según se desprende de este desafortunado escrito, por su carácter “discreto” y “obediente”, su matrimonio y los vínculos familiares de su suegro vinculado “con la cúpula del PNV” y de sus magníficas relaciones con Aburto, Darpón y Murga. Indecente, por decir algo.

¿Por qué describir a la directora general “de la empresa más grande de Euskadi” con el cliché tan sesgado y machista como el publicado por el “perfil” de El Correo? ¿Se hubiera atrevido El Correo a publicar algo en similares términos si en lugar de Rosa Pérez fuera un hombre el que ocupara su puesto?

Confío en que despropósitos como el perpetrado en el referido artículo no vuelvan a repetirse. Por impulso a la libre y veraz información. Y también en consonancia con el derecho que nos asiste a todos y todas a ser tratados con respeto e igualdad. l

Miembro del Euskadi Buru Batzar de EAJ-PNV