El horror bélico
Las guerras no son un invento reciente del ser humano. Jalonan un amplio marco histórico que ha determinado, en buena medida, culturas y sociedades. Unas han sido devoradas por ellas y otras destruidas. La guerra nunca ha sido un factor inocuo ni tampoco un combate entre caballeros, de hecho, con el paso de los siglos las agresiones se han convertido en fenómenos más crueles y devastadores, que han afectado a más seres humanos en la medida en que se hacían más complejos y se podía movilizar a más personas y recursos.
A pesar de que conocemos sus resultados, la muerte de miles de inocentes, sigue siendo un elemento presentista, incluso con los mecanismos internacionales que se han establecido para evitarlas, como la ONU. Nada hay nuevo bajo el sol, salvo que no deja nunca de horrorizarnos.
Hace poco, en una clase que impartía sobre la Gran Guerra, un alumno me preguntaba las razones que hicieron que la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial fueran tan distintas en el trato dispensado a los civiles. Un factor clave sería el nazismo. Pero habría de ser más preciso y constatar que, por ejemplo, en la primera, Alemania no pudo ocupar tantos territorios como en la que vino después y que, aún, los europeos sostenían ciertas reglas de caballerosidad, a pesar de que las batallas fueron cruentas. El contexto fue diferente, pero curiosamente la propaganda gala inventó toda una suerte de bulos acerca de los horrores perpetrados por los alemanes sobre su ocupación de Bélgica y el norte de Francia. No fueron ciertos, los ejércitos del káiser jamás llegaron a comportarse como sus homólogos de la siguiente contienda. Pero, en este caso concreto, aunque se inventaron tales matanzas, sirvió para generar el suficiente odio contra los alemanes e insuflar ese espíritu combativo a las tropas contra el odioso enemigo, que fue muy eficaz. No era la primera vez que sucedía. No es fácil movilizar a miles de jóvenes incautos para dar su vida por la patria amenazada, sobre todo, si no sabemos cuál es el motivo de esa confrontación. Pero, una vez que los odios (reales o inventados) se encienden, luego, es más difícil apagarlos. Y en el transcurso de la lucha hay más posibilidad de que este enardecimiento conduzca a actos inhumanos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los horrores fueron tales que no hubo necesidad de inventar nada, porque se produjeron de verdad, porque el perverso espíritu nazi deshumanizó a toda una generación de alemanes. Nunca se ha vuelto a repetir nada tan dantesco en el alto número de víctimas, pero no es ningún consuelo. Digo todo esto porque la guerra en Ucrania empieza a revelar poco a poco los espeluznantes padecimientos que la población civil está sufriendo. Por mucho que el Kremlin haya querido justificar esta operación especial para acabar con un supuesto gobierno neonazi y evitar el exterminio de la población prorrusa, lo cierto es que sus unidades están sufriendo innumerables bajas y sus derrotas solo las conducen a actuar de una manera impropia de quienes han ido allí como salvadores.
Por de pronto, el pasado 7 de diciembre, la ONU publicaba un informe en el que se recogían “serios indicios” de toda una suerte de asesinatos, incluidos niños, perpetrados por las tropas rusas. En total, en las provincias de Kiev, Chernihiv y Sumi, desde febrero a abril de 2022, se han contabilizado 441 muertes de civiles (no es el cómputo total, pero sí las que se han podido validar, se considera que hay muchas más víctimas). En ciertos casos, se han producido en controles militares donde los soldados rusos, a la más mínima sospecha de que los civiles formaban parte de la resistencia o eran combatientes, no han dudado en pasarlos por las armas…
El mismo informe destaca que tampoco se atienen a las normas de la Convención de Ginebra en materia de confrontaciones armadas, al no diferenciar objetivos militares legítimos de civiles, disparando de forma indiscriminada a civiles que huían o se desplazaban por carretera alejándose de los combates. Y destaca que algunos de los asesinatos tuvieron lugar en centros de detención. A pesar de las dificultades de investigar con garantías cada uno de tales casos y de identificar a los responsables, de nuevo queda claro el sórdido y amargo marco que provoca cualquier contienda. Desde luego, el mando ruso niega cualquiera de estas acciones. Si se han descubierto civiles asesinados, como en Bucha, culpan a los propios ucranianos de haber provocado su muerte, dándole así la vuelta a la realidad, aunque sin interesarse en verificar si alguna de sus unidades ha participado en tales crímenes.
Pocas guerras se desarrollan de forma limpia. Hasta los propios aliados occidentales, durante la Segunda Guerra Mundial, padecieron la lacra de soldados que fueron acusados de violaciones o de asesinar a prisioneros indefensos, aunque no en los términos salvajes y sádicos que se produjeron en el bando germano. Pues, en el fragor de los acontecimientos, aquellos sujetos más desequilibrados o afectados por la violencia suelen tener la perfecta oportunidad de revelar sus psicopatías. Y, a pesar de todo, en la mayoría de los crímenes de guerra generalizados (no los individuales) los soldados no actúan de forma arbitraria o deshonesta porque sí, suelen contar con el permiso de sus superiores y se les insta a ello. Y si las órdenes son acabar con la vida de forma inmediata de enemigos ante la más mínima sospecha, como parece que se ha ordenado en el ejército ruso, está claro que se está incumpliendo con las convenciones internacionales. La guerra no puede abrir la veda a actuar de forma brutal, cruel e innoble.
Por el momento, el cómputo global que ha hecho la ONU de bajas civiles en el conflicto es de 6.702 fallecidos; a estas habría que añadir miles de heridos y la nada despreciable cifra de millones de refugiados y desplazados. No hay un número exacto de militares caídos en combate, pero es aún más elevado. Lo peor de todo es que las hostilidades prosiguen y la dureza de este enfrentamiento no puede traer más que consecuencias terribles.
Doctor en Historia Contemporánea