Debo aclarar, lo primero de todo, que he pasado el último mes recogiendo aquí y allá, en periódicos y publicaciones diversas, en medios de comunicación, en charlas de café, o en cualquier lugar en que se estuvieran vertiendo opiniones, intentando enterarme con profusión de lo que ocurre en el mundo y en la calle, incluso en mi ámbito más cercano. En el mundo, mediante los medios de comunicación que han ampliado las páginas y las duraciones de los espacios, pero en la calle también, provocando debates espontáneos que casi siempre han dado como fruto algunas ocurrencias y muy pocas opiniones certeras y profundas.

Desde hace ya demasiado tiempo, son muchos los medios de comunicación que, lejos de informar con rotundidad y rigor, se empeñan en hacer propaganda, alineada e inducida para servir de divulgadores de grupos sociales, partidos políticos o intereses, a veces espurios. Son demasiadas las informaciones que surgen, ya desde su origen, con una intención determinada y puramente propagandística. Es evidente que este modo de actuar no ha surgido de modo espontáneo, ni mucho menos improvisado. La información siempre ha corrido el riesgo de convertirse en propaganda, en unos casos porque ha sido diseñada como tal, y en otros porque, voluntaria o involuntariamente, siempre ha influido en los ciudadanos lectores orientándoles en una u otra dirección. Los partidos políticos se han contagiado del comportamiento de las marcas comerciales, a pesar de que su finalidad nunca deba de ser buscar y encontrar clientes sino convencer a adeptos, provocar debates y mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.

Pero el debate público no discurre, precisamente, por esos derroteros. Los líderes políticos tienen muy claro el fin al que quieren llegar, si bien los medios para alcanzarlo son difusos y, en muchos casos, alejados de los principios éticos que deben gobernar siempre sus pasos y sus itinerarios. El fin siempre es la conquista del poder, pero el poder no siempre convierte sus acciones en un gobierno ejercido con justicia e igualdad. Ostentar el poder no es lo mismo que administrar el Gobierno. En los tiempos actuales son demasiados los ámbitos en los que el poder constituye un medio de dominación, nada relacionado con la influencia para corregir los comportamientos de los ciudadanos o las instituciones públicas. El Poder –con mayúsculas– tiene la misión sublime de construir y estructurar un hábitat que sea útil para todos los ciudadanos. Quienes tienen la obligación de ejercerlo han de hacerlo con el fin superior de hacer una sociedad más justa y equitativa (o, al menos, igual) que la que encontraron.

El actual debate político deambula por ámbitos poco constructivos. La política –es decir las autoridades públicas, los partidos, y el debate “pseudoideológico” que aflora a los medios de comunicación– persigue casi siempre el resultado feliz inmediato, la conquista de los sillones más poderosos y el acceso a los altavoces desde los que se dictan los mandatos y se vocean las consignas. Las ideologías parecen rendidas y sometidas a interpretaciones interesadas. Son muy notorios, aunque también más absurdos, los debates que tienen lugar en el seno de los propios partidos, entre compañeros que dicen compartir las mismas ideologías, que los que enfrentan a partidos o ideologías antagónicas. Solo las formaciones alejadas de cualquier grado de influencia o poder suelen mantenerse unidas, a la espera de acceder a los diferentes órganos de gobierno. Una vez conquistada la institución superior suelen surgir las desavenencias internas que, en muchos casos, tienen más que ver con las luchas banderizas propias de las mismas formaciones que con el debate ideológico, siempre bello y útil, que debe desarrollarse en el ámbito de las instituciones públicas.

Y bien, ¿qué pasa cuando el debate político e ideológico anida en el seno de las propias formaciones? ¿Qué pasa cuando la conquista de los órganos de Gobierno de una Comunidad, o del Estado, se convierte en la única razón para mover en un sentido, o en otro, el debate ideológico? En esos avatares, los propios partidos se convierten en foros, no ya de discusión sino de disputa, abandonan en muchos casos sus principios y convierten sus propios ámbitos de reflexión, de donde debieran surgir debidamente cuidadas y elaboradas sus propuestas ideológicas y estratégicas, en patios de Monipodio o rings de debate dialéctico, en todo caso poco constructivos. A veces ocurre que los informadores ponen un énfasis superior en subrayar las diferencias y señalar las discusiones, que en loar las coincidencias: entonces sufre la convivencia.

El debate político de nuestros gobernantes, cuando no tiene que ver directamente con las ideologías, no pasa de ser una reyerta de enfados callejeros. Veamos. García-Page dijo una obviedad hace unos días: “Si seguimos con las mismas compañías (EH Bildu y Esquerra). es evidente que va a haber un castigo (en las urnas)”. La verdad es que esta frase podía haberla omitido, pues no hay nada peor que nombrar la soga en la casa del ahorcado, pero es verdad también que fue consecuencia de una reflexión nada descabellada, pues no en vano el “aconsejador” Pablo Iglesias (Turrión, que no Pose), que casi nunca se ha aplicado el dicho de “consejos vendo, que para mí no tengo”, se dio prisa en aconsejar al PSOE que “no contara con gente como él”, en un alarde de servicio. Y no me parece que las palabras de García-Page fueran tan desatinadas, de hecho los compañeros socialistas solo se permitieron levísimas puntualizaciones, al menos hasta que algún preboste de UPodemos, como Pablo Echenique, se preocupara porque esas palabras causaran “más incomodidad en el PSOE”. Menos mal que el portavoz del PSOE Patxi López, reaccionó a tiempo y con acierto: “Ya le gustaría a UPodemos contar con el aval electoral de García-Page”. En realidad, las palabras de García-Page han sido muy esclarecedoras, y cuentan con mi beneplácito y con el de la gran mayoría de los socialistas que somos y estamos en España.

Todo esto no es óbice para advertir que no era necesaria la frase de García-Page. Lo que expresó es algo muy compartido en el PSOE, pero además admitido y subrayado por una buena cohorte de informadores, periodistas y opinadores españoles a los que Pablo Iglesias (Turrión, que no Pose) les dejó con un palmo de narices cuando huyó despavorido de la política activa sin haber conseguido ninguno de los logros y éxitos que había anunciado a bombo y platillo. Patxi López, el portavoz del PSOE ha reivindicado los logros sociales alcanzados con las “malas compañías”, principalmente refiriéndose a EH Bildu, aún incapaz de desprenderse totalmente de la vieja ETA. No le quedó otro remedio, creo yo, ante los lógicos agobios de los informadores. A veces, las palabras no sirven para detallar lo que ocurre en cada momento. Así ha ocurrido en esta ocasión.

De todas las maneras, resulta evidente que asistimos a tiempos complicados. Los partidos políticos son los obligados a reaccionar pero, sobre todo, han de tomar las riendas los partidos políticos serios y no los surgidos en los últimos tiempos de modo oportunista, tan ocasionales como ocurrentes y escasamente comprometidos. Ahora mismo no son demasiadas las formaciones recias y fuertes, avaladas por el tiempo y las trayectorias en tiempos difíciles y distintos. Recurrir a esas “malas compañías” ha obedecido a usar el recurso del “mal menor”. Patxi López dixit. Este “cristo”, que obedece a una crisis actual de las ideologías, de la política y de los gobiernos actuales, requiere mucha cordura y mucha buena voluntad…

…en esas debemos, y deberemos, estar las tres o cuatro formaciones políticas a las que aún les asisten las buenas intenciones.