“Le decías a Alberto que había pasado no sé qué en Bermeo y durante una semana tenías la noticia en antena de seis maneras distintas”. Esto me lo comentaba Jone Insausti, la viuda de Alberto Elosegui, fallecido en Donostia a los 92 años, poco antes del funeral celebrado en la Sagrada Familia de Donostia el 13 de agosto. ”Una vez fue a visitarle al ministro venezolano Simón Alberto Consalvi para que siguieran protegiendo con su silencio la radio clandestina que funcionaba en Venezuela y éste le preguntó cómo diablos se financiaba lo que estaban haciendo y quién les ayudaba”. ”¿Ayudas?”, contestó Alberto, “solo sablazos a los vascos de Caracas, una organización de quinielas y venta de calendarios, llaveros con la efigie de Sabino, monedas de oro para las arras de las bodas y tarjetas de Navidad”. Así funcionó y así fue durante trece años un experimento que iba a durar tres meses, tras el cierre de la Radio Euzkadi de Baiona y duró trece años. Su historia, importante e interesante historia, se cuenta en el libro de Koldo Anasagasti Clandestina, que acaba de presentarse en EITB.

Una voz con mil ecos

Todo eso y mucho más lo hizo Alberto Elosegui bajo el seudónimo de Paul de Garat y de Pablo Romero, con el equipo EGI y apoyado en la columna vertebral de su vida que fue su mujer, Jone. Sin Jone, Alberto no hubiera llegado ni a la esquina, aunque su brillante y eléctrica cabeza no parara un segundo. Tuvieron seis hijos que siempre y en todo momento le han apoyado.

Donostiarra y miembro de una familia muy conocida en San Sebastián, su hermano Kintxo fue decano del Colegio de Abogados, estudió la carrera de Derecho, carrera que no pudo ejercer por su implicación en la clandestinidad con el EAJ-PNV contra la dictadura. Con Patxi Ubillos, Inocencio Tolaretxipi, Asencio Lasa y Manu Robles, gente muy curtida que veía todos los días durante varios meses en los 25 metros de la cárcel de Martutene, hablaban del presente y del futuro, de la gran huelga que habían organizado y de los problemas sociales del país en el momento más negro y desesperante de la vida vasca con una dictadura reconocida por la ONU y el Vaticano, solos, sin ayuda, sin ver el final del túnel y viviendo en la pobreza o clandestinidad muchos de ellos. Tras su paso por Gasteiz y Bilbao, llegó a Venezuela, donde daba clases de alemán y estudiaba periodismo, algo que le apasionaba y que dio con él en la revista Momento, compartiendo horas de redacción con Gabriel García Márquez, Plinio Apuleyo Mendoza y la gran diagramadora Karmele Leizaola. Aquello para él fue su gran escuela práctica de lo que iba a ser el cometido de su vida, es decir, la propaganda clandestina, lograr una voz con mil ecos. En el libro de Plinio El sabor de la Guayaba, el escritor colombiano le nombra con cariño.

A petición del vicepresidente del Gobierno Vasco en el exilio Joseba Rezola, jefe de la Resistencia, organiza casi sin medios y con el grupo EGI de Caracas una emisora de onda corta que, emitiendo desde una localidad a 60 kilómetros de la capital, cuya cinta había que llevar todos los días, Radio Euzkadi, la cuarta de la historia. No es verdad que la actual Radio Euskadi cumple 40 años. Antes la hubo en Bilbao, en Barcelona, en Baiona y en Caracas y todas al servicio del Gobierno Vasco. Uno no cumple años a partir de su boda, sino desde que se nace, por lo que creo que se impone por lo menos un mínimo de respeto histórico.

El caso es que había que grabar los programas, coordinar los locutores, redactar las noticias, recabar los editoriales en euskera y castellano y asistir al esforzado y meritorio gudari del Jagi que, perdido en una casamata en aquella selva, ponía por las tardes en marcha a Pedro y Pablo, dos transformadores con un generador que el ingeniero José Joaquín de Azurza había comprado en una subasta a la compañía petrolera Shell, donde trabajaba. Azurza había sido el cerebro de la interrupción de Radio San Sebastian en el Aberri Eguna de 1947 y, junto con Iñaki Elgezabal; un gran ingeniero, Iñaki Zubizarreta gestionando los permisos; Jon Gómez poniendo una antena romboidea; Jesús Gallastegi con la música; Ixaka Atutxa metido en aquel paraje; Xabier Leizaola, como bombero político del grupo; Garbiñe Urresti, Pello Irujo, Ricardo Libano, Iñaki Aretxabaleta, Bingen Amezaga como médico; cuatro curas imprescindibles para el euskera y los horarios, Julene Urcelay, la oradora jelkide de la República; Paul Aguirre, Guillermo Ramos, Jon Mikel Olabarrieta, Kepa Lekue, Maite Leizaola, Iñaki Erkoreka, Juan Mari López Egaña, y sobre todo el gran jefe, Jokin Inza, un bergarés de ordeno y mando, cada uno en lo suyo ponen en marcha aquel tinglado con reunión semanal en el barrio de la Candelaria de Caracas alrededor de una larga mesa rectangular, un cuchitril de película de espías lleno de libros, ikurriñas y banderas donde funcionaba todo aquello como un gobierno en la sombra siendo Alberto su cabeza directora.

Me tocó sustituirle cuando con su familia viajó a Londres, no sin antes haber traducido Alberto el libro del corresponsal del Times, George L. Steer al castellano. Lo editó y creó ediciones Gudari, haciéndolo en papel reciclado que en el llamado Interior, lo quitaban de las manos, junto a La Causa del pueblo vasco de Landaburu, pero no fue solo eso. Había que tener una publicación clandestina y funda Gudari, cuyo fotolito se hace en Caracas, se envía y se imprime en Donibane en la imprenta Axular y pasa la frontera con contrabandistas y se reparte por medio de las células que el PNV tenía en ese Interior. Casi todas las caídas por propaganda ilegal del PNV fueron consecuencia del reparto de aquel gran periódico de batalla hecho con mentalidad ganadora. Me decía que los vietnamitas tenían una reflexión que él hacía suya. “Si no tienes la fuerza, tienes que tener la leyenda de la fuerza”. Es decir, que el enemigo pensara que éramos mucho más de lo que éramos y que el factor sorpresa nos acompañara en cada momento, poniendo además nombres muy gráficos a la represión y a los represores. A la Policía Nacional, los grises, les bautizó como “Gristapo” y ante un Fraga Iribarne, ministro de información y Turismo, lo bautizó como ministro de Deformación y Cinismo cuya política era silenciar al Gobierno Vasco en el exilio y darle alas a las acciones de ETA para asociar nacionalismo con atentados y violencia. Todo aquello lo escribió en un informe, el de “la voz de los mil ecos” que fue nuestra biblia propagandística clandestina. El otro día lo encontré y donaré a la Fundación Sabino Arana. Fue una pieza clave.

Pero no solo hizo eso sino promovió la película Los hijos de Gernika con documentales de la guerra, El Hombre en la ventana a través de Grenada televisión con la hazaña de Joseba Elosegui lanzándose en llamas ante Franco en Anoeta, así como con publicaciones, calendarios, folletos, biografías, ediciones Gudari y todo lo que su tiempo le permitía. Él, con Jokin Inza y para diferenciar el exterior del Interior y la organización del Centro Vasco de Caracas Euzko Gaztedi (EG) con la organización clandestina le puso la I de EGI (Euzko Gaztedi del Interior), le pidió a un diseñador catalán, Juan Queralt, que le hiciera un logo en blanco y negro con una antorcha parecida a la del cuadro de Picasso y con letra celta. Hizo historia.

Tras su paso por Donibane se residenció en Donostia y escribió un libro sobre el secuestrado Jesús de Galíndez bajo el título El verdadero Galíndez. Preguntado sobre la obra realizada por EGI me dijo que “fuimos útiles a la Resistencia vasca del interior que giraba, en un grado importante, alrededor de nuestro trabajo. Gudari fue el líquido que trataba de fluir por las cañerías del interior, cuando todo lo que hacíamos como resistencia a la dictadura, que era mucho, era silenciado y puesto bajo siete llaves. sin olvidarnos que todo fue llevado a cabo por gentes muy meritorias que distribuían el Gudari con riesgo físico y detenciones, así como Radio Euzkadi, que fue una acción diaria durante trece años, algo que no tiene parangón y, como fue una acción conjunta clandestina, es poco conocida. Lo que se hizo por los vascos en Venezuela fue extraordinariamente meritorio, con la salvedad de que el riesgo físico estaba en el interior. Ante aquella realidad, muy dura, nosotros ayudamos en lo que pudimos y algo más. Es una historia vasca muy bonita, aunque poco conocida. Y es una lástima porque ilustra muy bien cómo actúa el vasco en situaciones de falta de libertad y necesitados de la solidaridad”.

Alberto Elosegui, nuestro Paul de Garat o Pablo Romero, se nos fue en agosto. Tuvimos la inmensa suerte de que estuvo el mes de junio en la presentación en la sede de EITB del libro Clandestina. Su hijo Unai lo trajo empujando cariñosamente su silla de ruedas. Fue feliz aunque a mí me hubiera gustado un mayor reconocimiento oficial e institucional, como hizo el lehendakari con un telegrama y Gorka Álvarez con una llamada, a un hombre fundamental durante treinta años de trabajo de hormiga solo obsesionado por lo vasco, la democracia, los valores solidarios, reivindicando un pasado que era y sigue siendo ignorado por intereses, por una parte del régimen y por la otra de los nuevos salvadores que ya hemos visto cómo han acabado. Alberto Elosegui Amundarain, un vasco a poner con letras mayúsculas en el libro de oro de la patria.

Diputado y senador de EAJ-PNV (1985-2015)