Fueron los griegos de la antigua Hélade quienes pusieron en marcha un modo de pensar y vivir que todavía hoy seguimos valorando, aunque “de aquella manera”. Cuando Emmanuel Levinas sostiene que “Europa es la Biblia y los griegos”, está apelando al motor de la vitalidad de Occidente, durante tantísimos siglos, sin que esto deba colisionar con los grandes valores de otras culturas y modelos, nacidos casi todos en Oriente.

Ambas, razón y fe, han sido el basamento más fructífero sobre la que se ha configurado la mejor Europa a lo largo de dos milenios largos, a pasar de todos los pesares, que no han sido pocos. Ambos, el pensamiento clásico y el mensaje bíblico, están ahora en crisis, sobre todo por las inconsecuencias de quienes los promueven. No parece exagerado afirmar que la existencia misma es la que está en crisis porque desechamos fundamentos básicos sin que nos preocupe el vacío que dejan.

La tradicional tensión entre “lo que es” y “lo que debe ser” (entre lo que se puede probar científicamente y lo basado en las creencias), ha ocasionado una fractura entre ciencia, ética y religión que no ha hecho sino consolidarse desde la Ilustración. Desde entonces, los grandes logros científicos y económicos han confundido, demasiadas veces, desarrollo con progreso y crecimiento con bienestar, para acabar todos en un consumismo cada vez más omnisciente.

Lo ha dicho con otras palabras el filósofo de moda, Byung-Chul Han, al afirmar que el liberalismo “ya no necesita a la democracia” para sobrevivir; él ha puesto como ejemplo a China, donde la economía “está por encima de la libertad”. Lo que propone es la fortaleza que supone la alternancia política, aunque perjudique al crecimiento económico. “Yo elegiría más democracia y menos crecimiento”, ha insistido. Y parece que la primera y muy tibia medida de reducir el consumo energético en la Unión Europea le da la razón, aunque sea porque la medida de restringir la temperatura en interiores ha supuesto en el Estado una reducción del consumo eléctrico en un 5% en pocos días, sin otras consecuencias.

El actual modelo totalizador del desarrollo consumista desprovisto de normas éticas efectivas frente a unos pocos capaces de forrarse en las crisis, da como resultado un ser humano instruido aunque convertido en una imagen de sí mismo, deshumanizado ante el hecho de generar enormes problemas planetarios mientras se desentiende de las preguntas esenciales en torno a la globalización de la justicia, la bondad, la trascendencia o la felicidad. El modelo actual nos ha empobrecido como personas, nos ha gripado el motor crítico que todos llevamos dentro para reflexionar y actualizar la esencia de nuestros referentes morales durante más de 2.500 años.

Necesitamos de otra sensibilidad ante el desequilibrio global actual entre las conquistas tecnológicas y científicas y el vaciamiento moral en el que nos encontramos. Unas conquistas en tecnología punta que no saca de la miseria, la hambruna, el expolio de la tierra y la degradación del Planeta a una enorme mayoría silenciosa que clama buscando corregir el peso de los enormes desequilibrios.

Tampoco es cuestión de atacar a la Ilustración ni a sus logros. No debemos olvidar que entonces se hizo un esfuerzo por entender y definir las normas éticas básicas desde el planteamiento de que tales normas serían válidas “aun en el caso de que Dios no existiera” para asegurar las bases de la convivencia que, en definitiva, son las que sostienen la humanidad. Vivimos la vida como rapiña, en expresión del escritor Claudio Magris. Han sido las malas prácticas codiciosas las que han arrumbado el modelo cultural basado en los valores de la libertad en responsabilidad. Es un problema más de ortopraxis que de ortodoxia. Porque los valores humanos más genuinos siguen ahí como posibilidad mientras que la ausencia práctica de esos valores nos recuerda su necesidad y plena validez en su clamoroso vacío.

Somos muchos los convencidos de que el ser humano tiene presente y tiene futuro. Una mirada crítica al pasado puede asombrarnos de lo que Europa fue capaz de construir desplegando el pensamiento y la conciencia, bastante más que lo que pudo destruir, que también ha sido considerable.

Desde siempre, el ser humano comenzó por admirar la realidad y luego trató de explicarla. Esa necesidad dio origen al nacimiento de la filosofía que se han ocupado de los principios morales, el fundamento del mundo, las contradicciones sociales, la política, la justicia, las pasiones humanas, el respeto al otro, las preguntas esenciales del más acá y del más allá… El pensamiento crítico, pronto alcanzó cotas extraordinarias quedando bien reflejado en el lema de Horacio Sapere Aude, “atrévete a saber”, que luego se convirtió en la divisa de la Ilustración. Este lema anima a servirnos de la razón no para acumular informaciones acríticamente, sino para alcanzar la mayoría de edad intelectual pensando por uno mismo y preguntarnos por la esencia de la realidad. En definitiva, a dudar razonablemente ante la tentación del oropel consumista y superficial, del fanatismo y la intolerancia, si queremos una libertad en responsabilidad -de lo contrario, no sería verdadera libertad. Derechos y obligaciones, ambas cosas.

Los clásicos no disponían de nuestros avances científicos, pero supieron estudiar al ser humano en ciertos aspectos con una profundidad de la que nos seguimos admirando hoy, precisamente porque no se movían en la superficie de las apariencias, sino que contemplaban y reflexionaban sobre los fundamentos metafísicos. Mientras que ahora pensamos y trabajamos para el “aquí y ahora”, los que nos legaron las bases de Europa trabajaban “para siempre”. Fueron capaces de evolucionar la sociedad del mito a la razón culminando en la ética socrática, platónica y aristotélica las preguntas fundamentales que lograron, tiempo después, coexistir y complementarse con experiencias religiosas desarrolladas, como el cristianismo. ¿Y de qué nos sirven ahora? El filósofo Simon Blackburn responde que tampoco da de comer la lectura, contemplar un cuadro o crear poesía; ni la espiritualidad, la religión o una buena siesta, añado yo. Es un tiempo para cambiar actitudes que más tarde nos llevarán a la acción.

Un dicho platónico afirma que el asombro es el origen de la filosofía, más allá de la superficialidad de lo inmediato en la que nos movemos nosotros… Aquella filosofía fue la cima del pensamiento universal cuya construcción ha servido para cimentar la nuestra. Y si algo hay que agradecer, por ejemplo a Sócrates y a su discípulo Platón, es que no hicieron de la filosofía una mera reflexión sobre el mundo sino que elaboraron un pensamiento práctico para mejorar la convivencia entre los seres humanos.

A esto Platón lo llamó Justicia. Un pasado ético al que debemos abrirnos con urgencia si queremos un futuro más halagüeño del que estamos fabricando. l

Analista