Una de las consecuencias de la invasión de Ucrania tiene que ver con el crecimiento del atlantismo como lo políticamente correcto. Lo que en el pasado era para gran parte de la izquierda un enemigo declarado, ahora encuentra acogida y comprensión. Sin embargo, no me preocupa en exceso los cambios de posición que el tiempo pondrá en su sitio. Me preocupan más las defensas sectarias de puntos de vista perfectamente discutibles.

No me parece una buena noticia que el proyecto europeo, intervenido por una guerra alentada por unas elites, tenga en adelante en la OTAN una seña fuerte de identidad. El militarismo no puede ser la respuesta a nuestro anhelo de un continente que aspira a ser pacífico tras dos guerras mundiales y unas cuantas regionales. En poco tiempo se ha abierto una urgencia por el rearme europeo poco argumentado. El gasto militar europeo es cuatro veces superior al de Rusia y el de la OTAN lo es quince veces mayor. De modo que la urgencia no es tal y sí una excusa para llevarnos a un tablero de guerras con su influjo conservador e involucionista en todas las esferas de la sociedad.

La guerra contra Ucrania era predecible, posible y evitable. De hecho, tras la caída del Muro de Berlín, en Estados Unidos se desató un debate que hoy resulta ilustrativo.

Jack F. Matlock, el último embajador de Estados Unidos en la Unión Soviética, dijo en 1997: “Si la OTAN es el instrumento más importante para unificar el continente, la única manera de hacerlo es expandiéndola a todos los países europeos mediante la admisión paulatina de nuevos miembros. Pero la expansión de la OTAN fue el error estratégico más profundo cometido desde el final de la Guerra Fría en 1989”.

El ideólogo George Kennan, artífice de la Guerra Fría, escribió en 1998: “Creo que (la expansión de la OTAN)es el comienzo de una nueva guerra fría. Creo que los rusos reaccionarán gradualmente de forma bastante adversa y esto afectará a sus políticas. Creo que es un trágico error. No había razón ninguna para esto. Nadie estaba amenazando a nadie más. Por supuesto que habrá una mala reacción por parte de Rusia y entonces (quienes amplían la OTAN) dirán que siempre les dijimos que los rusos son así, pero eso simplemente está mal”.

Pasados unos pocos años, en 2014, el poderoso Henry Kissinger, ex secretario de Estado de Estados Unidos, afirmó con contundencia:“Para que Ucrania sobreviva y prospere, no debe ser el puesto de avanzada de ninguna de las partes contra la otra, sino que debe funcionar como un puente entre ellas. Occidente debe comprender que, para Rusia, Ucrania no puede ser nunca un simple país extranjero. Incluso disidentes tan famosos como Aleksandr Solzhenitsyn y Joseph Brodsky insistieron en que Ucrania era una parte integral de la historia rusa y, de hecho, de Rusia. Ucrania no debe entrar en la OTAN”.

Un año más tarde, la intervención del pensador progresista Noam Chomsky, uno de los intelectuales vivos más importantes, fue la siguiente: “La idea de que Ucrania pueda unirse a una alianza militar occidental sería bastante inaceptable para cualquier líder ruso. Esto se remonta a 1990, cuando la Unión Soviética se derrumbó. Se trataba de saber qué iba a pasar con la OTAN. Gorbachov aceptó que Alemania se unificara y entrara en la OTAN. Fue una concesión muy notable, con la contrapartida de que la OTAN no se extendería ni un centímetro hacia el este. Lo que pasó fue que la OTAN incorporó instantáneamente a Alemania del Este. Luego Clinton amplió la OTAN hasta las fronteras de Rusia. El nuevo gobierno ucraniano votó a favor de ingresar en la OTAN. El presidente Poroshenko no protegía a Ucrania, sino que la amenazaba con una guerra mayor”.

Naturalmente, estas declaraciones son opinables, a pesar de ser muy cualificadas. Ponen al descubierto de que en Estados Unidos ya había voces significativas que advertían de lo erróneo de la expansión de la OTAN en Europa. Es cierto que también Rusia busca su expansión, y sin ir más lejos se embarcó en una guerra contra Chechenia, siempre con el objetivo de ampliar el territorio de la Gran Rusia.

En mi opinión no sólo es legítimo estar contra la ampliación de la OTAN. Es conveniente, ya que de ello se deriva una militarización de Europa de incalculables consecuencias. No veo que una Europa bajo mando militar norteamericano sea mejor que una posición activa por la paz mundial. Se ha querido hacer ver que el no a la guerra y el no a la OTAN representa a una minoría antisistema, pero no es así. El sentido común está repartido y más allá de ideologías el no a la guerra es la opción de quienes pensamos que es mejor una paz defectuosa que una guerra perfecta. Ante quienes pueden pensar que la guerra es necesaria sólo les digo que no olviden los estragos de la muerte, la destrucción de familias; que piensen en la infancia huérfana, en los refugiados que lo han perdido todo y en general en el espanto que es la guerra.

¿Por qué, entonces, se aceptó el camino de una guerra que hoy continúa? Se argumenta la razón de que la OTAN, bajo liderazgo de Estados Unidos, ha estado y está comprometida con la democracia a nivel mundial. Pero lo cierto es que desde el fin de la segunda Guerra Mundial Estados Unidos se caracterizó por el apoyo a dictaduras y la organización de golpes de estado. Su récord histórico no casa precisamente con la democracia. Ya lo dije en el artículo La geopolítica manda sobre Ucrania, esta guerra responde a un pulso estratégico por un nuevo orden mundial que Estados Unidos quiere liderar y en el que Rusia exige también liderazgo, mientras la inquietante China observa y como en una partida de ajedrez va ganando posiciones en busca de su jaque mate, lo que ocurrirá si su escalada le coloca como primera potencia mundial.

Desde luego, lo dicho por Kissinger y Kennan no resta responsabilidad a Putin que es quien inició la guerra. Sátrapa, dictador, tirano, son maneras de nombrarlo. No hay coartada posible para justificar su agresión a Ucrania. Pero, descalificaciones aparte, necesitamos entender qué está pasando. El comportamiento de la OTAN, rodeando a Rusia de bases militares, no es ajeno a un contexto que alimentó el putinismo. De todos los niveles de responsabilidad, el de Putin es el mayor, con diferencia, Está aprovechando la invasión de Rusia para fortalecer su poder autócrata. Es verdad que su punto flaco puede ser el empobrecimiento social de las clases populares. Pero este hecho que en el futuro podría manifestarse en forma de protestas, no es hoy por hoy un grave peligro. Ya he dicho por activa y por pasiva, en otros artículos, que el sufrido pueblo ruso está entrenado para la precariedad a lo largo de décadas.

Pero la guerra no era el único camino. Se han pronunciado voces favorables a un esfuerzo colaborativo. Ello hubiera dado lugar a un nuevo orden mundial más democrático y menos asimétrico. Pero Estados Unidos ha elegido adoptar una política militar de supremacía global. Para ello las élites han montado una gran campaña de importantes acciones con el fin de que la supremacía global resulte obvia, natural y parte del ADN de Estados Unidos.

¿Era evitable la guerra? Si lo que estaba en juego fuera el futuro de Ucrania hubiera sido posible, en mi opinión, un acuerdo como el que firmaron en su momento Francia, Alemania, Rusia, Bielorrusia y la propia Rusia (acuerdo de Mintz). Pero lo que está realmente en juego es un orden mundial y, en consecuencia, el tablero de la confrontación militar es la geopolítica. A algunos actores les venía bien la guerra, entonces ¿por qué evitarla? Es fácil encontrar en numerosas publicaciones la opinión de que el llamado acuerdo de Mintz pudo haber funcionado, pero Estados Unidos, según el New York Times, ya estaba trabajando en Ucrania con personal cualificado preparando a las fuerzas armadas. Alguien ya se estaba encargando de consolidar la idea de que era posible derrotar a Rusia.

Respeto todas las opiniones y más que debatir para ganar o perder en la discusión me interesa pensar y hacer pensar. Así ganamos todos. Y es desde este enfoque que afirmo que la extrema derecha encuentra en la guerra su hábitat ideal. Al contrario, necesitamos una cultura opuesta a la bélica, al militarismo, que trabaje para el acercamiento de las sociedades civiles que son las que, finalmente, tienen más que perder. l