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Berrogei urte eta gero hau

Afinales de este mes se cumplirá el 40º aniversario de la aprobación por el Congreso de los Diputados y del Senado de la Constitución Española. La pátina del cambio social y político que prometía ésta parece haberse oscurecido con el paso de los años. El auge de los partidos radicales de derecha y los recuerdos de otra época pasada han resucitado estos días.

El pasado siete de octubre en Madrid se produjo un curioso fenómeno: vinieron los que nunca se habían ido. Y regresaron con sus nostalgias, con sus banderas al viento, con sus montañas nevadas, con sus sanas diferencias regionales y, sobre todo, con el convencimiento de que solo ellos salvarán a la patria; la suya, claro está.

Diez mil ciudadanos, según diferentes medios de comunicación, acudieron al Palacio Vistalegre de Madrid a la llamada de un partido que tiene nombre de marca de altavoz, Vox, y cuyos llamamientos reverberan en mis oídos con música de otra época. La sagrada unidad de la patria, el orgullo español y el peligro que acecha desde fuera a la vieja piel de toro formaban algunas de las notas de un lamentable bolero. A esto le llaman la “España viva”. Pues menos mal.

Me gusta repasar la historia, pero no tanto que me cuenten historias. Mis años de escuela nacional primero y de colegio religioso después han llenado mi cupo hasta rebosar. Acepto con cierto grado de sonrojo la épica que las diferentes ideologías políticas nos tratan de transmitir, pero de ahí a transportarme en un voleo al Cid Campeador, la batalla de Lepanto y al gran imperio donde no se ponía el sol hay un gran trecho. En este lodazal, los de Vox van camino de sacarnos el brazo incorrupto de Santa Teresa. Y por ahí no paso.

Dice uno de los directores principales de esta orquesta, Santiago Abascal, que harán a España grande otra vez y este empeño, ya cultivado por el señor Trump, me parece muy loable. Hasta ahora lo que han hecho es desplegar en Gibraltar una descomunal bandera española que los llanitos se tomaron a chirigota y los de la Línea no pudieron ver por estar en la cola del paro o enfrascados en otras tareas. Siempre les quedará la isla de Perejil a estos muchachotes. También han tomado algunos préstamos más del señor Donald Trump: su odio por los medios de comunicación y las ganas de levantar muros por doquier. Está claro: el peligro son los que vienen de fuera, los españoles primero. Spain no es tan different como creían algunos. El virus lo hemos recibido más tarde, pero prenderá con la misma fuerza que ha prendido en el resto de países vecinos. Aquí todo viene más tarde.

Con febril patriotismo, pero sin dejar de mirar de reojo a las encuestas, Abascal focaliza su mirada en los otros dos componentes de la Santísima Trinidad: el Partido Popular y Ciudadanos. A éste último lo califica como “la veleta naranja”. A Abascal, Albert Rivera le parece un chisgarabís de poco fuste, más preocupado de su imagen que de otros asuntos con más enjundia. Para sus antiguos compañeros de partido las balas son de mayor calibre: “La derechita cobarde”, dice a pecho descubierto. No sé si será por el uso diminutivo del femenino o por el ardor guerrero que exhala el señor Abascal, pero me ha traído a la memoria las palabras de Queipo de Llano sobre el dictador, a quien llamaba “Paquita la culona”.

Aunque los más retorcidos aseguran que la media de edad de los asistentes al revival de Vistalegre superaba la sesentena, no es difícil de adivinar que Vox tendrá un espacio político en España como otras fuerzas de parecido programa lo tienen en el resto de Europa y en otras partes del mundo. La ventaja es que ahora veremos con transparencia a muchos de aquellos criptofascistas que se escondieron bajo el manto de Blas Piñar y que ahora vuelven a resurgir con la camisa nueva.

El grano que era Vox hace cuatro años se ha convertido en un forúnculo doloroso en salva sea la parte del Partido Popular. Abascal y Ortega Lara sonríen satisfechos, su trabajo empieza a rendir frutos después de haber sido los pepito grillo de su partido. Con su irrupción política, el margen de maniobra ha cambiado y los volantazos a la derecha por parte de los populares y de Ciudadanos son previsibles. Si no lo hacen, corren el riesgo de perder una parte de sus votantes. Ya se empiezan a ver caras conocidas de ex políticos populares en las reuniones del nuevo partido, con el natural sobresalto para los de Pablo Casado. En los previsibles vaivenes a corto plazo, la ley de la Memoria Histórica y la Ley del Aborto cotizan a la baja; la defensa de los toros y la Semana Santa, al alza. La “España viva”.

No, las arengas contra los separatismos, los inmigrantes, las feministas y las autonomías no son cosa de frikis de la política, son ya parte del discurso de la derecha “sin complejos”, tan sin complejos que si se les deja y el personal les acompaña son capaces de resucitar a Viriato, aunque este fuese lusitano.