En los procesos sociales, la noción de verdad es relativa y está abierta al juego del pluralismo. Ante la violencia, sin embargo, la verdad es el primero de los requerimientos, que fundamenta la consecución de la justicia y la reparación de las víctimas. En este caso, la verdad no es únicamente verdad penal. Es también verdad social, relato dominante que configura pensamiento social y legitimidad.
Así y todo, es un concepto de verdad que puede desagregarse. En Euskadi, cuando hablamos de verdad en relación con los ‘años de plomo’ la observamos desde una triple perspectiva. Hay un consenso casi total en la verdad de los hechos violentos y los daños que estos han producido. No habría problema en realizar un inventario de los daños causados durante todo este periodo en las personas y en los bienes. No hay, sin embargo, consenso en la narrativa histórica en la que los agentes violentos inscriben sus actos y que también tienen por verdad. Tampoco hay encuentro en la dimensión más relevante de la verdad que muestra el rastro de los años de violencia y terrorismo: la valoración moral que nos causa, cuestión que es imprescindible determinar para establecer el suelo ético sobre el que podremos rehabilitar nuestra convivencia.
El debate sobre estas cuestiones se está planteando de una manera pública y abierta, en las instituciones públicas, en encuentros de la sociedad civil y en medios populares. Podemos aproximarnos a los términos en los que se está produciendo este debate a través de las expresiones de dos expertos foráneos. Uno es surafricano, Brandon Hamber, invitado por Lokarri al Foro Social de Paz. En su opinión, «no necesariamente hay que buscar una verdad única y compartida». En aquel foro, Hamber sostuvo que esta tarea puede resultar inviable. Y planteó otras dos alternativas. En primer lugar, aseguró que en otras experiencias de pacificación lo que ha funcionado son los «pactos sobre las mentiras que son tolerables», a la vez que cada uno explica el pasado a su gusto. La otra opción sería la desmemoria, la renuncia a afrontar lo ocurrido, aunque en su opinión esta última posibilidad “no funciona”.
Desde una posición más comprometida, Reyes Mate, otro experto que era entrevistado el pasado domingo en los diarios del Grupo Noticias, advertía del peligro de buscar la paz y la normalización a cualquier precio, rehusando resolver la cuestión de la memoria. Entonces, “la sociedad vasca puede hacer inútil todo el sufrimiento pasado si realmente prima esa estrategia de pasar página”.
Entre ambas declaraciones, se pueden reconstruir las diferentes posiciones que se plantean en relación con la verdad y la memoria:
La verdad del pasado será la oficial y se establecerá a partir de la consumación de los procedimientos de la administración de Justicia y del acuerdo político-institucional (incluso por ley).
La verdad del pasado no existe y lo mejor es olvidar y llegar a una convención que establezca un nuevo punto de inicio acordado entre todos, aunque se funde en una mentira tolerable. El paso del tiempo curará todas las heridas.
La verdad del pasado no existe, hay que aceptar que cada uno cuente lo que ha pasado a su manera? Prosigue la confrontación política, aunque no por medios violentos.
Como en todo proceso en que se construye un estado de opinión, se llegará a imponer una verdad social dominante, fruto de una lucha, una dialéctica o un debate social y político, una batalla contra engaños y encubrimientos, en el marco de una correlación de fuerzas.
La búsqueda de la verdad se encaminará por esta última vía. Un clásico como Halbwachs dice que el pensamiento social es memoria, pero que en la sociedad solo permanecen los recuerdos que la misma sociedad reconstruye. Si queremos, por lo tanto, un pensamiento social prevenido ante el terrorismo, orientado a un futuro sin conflictos armados, debemos reconstruir las memorias del sufrimiento que aquella violencia ha ocasionado. Este proceso debe ser exigente para los perpetradores, persiguiendo constantemente una verdad sin encubrimientos, aunque no sea como narrativa histórica única.
Esta verdad deberá corresponderse con los hechos, pero será una verdad pobre si únicamente se queda en un inventario de daños lamentables, y más rica si se incluye la exigencia de que los responsables de los crímenes admitan la injustificabilidad de los mismos. Un reconocimiento que debería esperarse sobre todo de los agentes colectivos (sean ETA o el Estado) que decidieron cometer aquellos actos criminales más que de los individuos concretos que los ejecutaron. En el contexto del programa Zuzendu, esta autocrítica -“que ni se negocia, ni se compensa”- sería la clave principal para abrir la puerta a una nueva época de confianza y cooperación en la búsqueda de la paz y la convivencia vascas.
Ante la violencia, la verdad es el primero de los requerimientos, que fundamenta la justicia y la reparación de las víctimas
Será una verdad pobre si se queda en un inventario de daños lamentables y rica si admite la injustificabilidad de los mismos