La pauperización del trabajo y la acumulación masiva de

riqueza y de recursos en muy pocas manos, representa una amenaza a la democrácia.

La película que dió el Oscar en 2014 a Matthew McConauthy, Dallas Buyers Club, daba cuenta del desastre sanitario al que las compañías farmacéuticas americanas condujeron a los enfermos de sida durante la década de los 80. Los intereses de las grandes corporaciones favorecieron que la administración respaldara una terapia ineficaz que propició la mortandad e indujo a las víctimas a buscar otros tratamientos alternativos al margen del sistema. Aquel precedente de mal dirección de la salud pública en EEUU, tan costoso, es hoy asimilable en el terreno económico al resultado de las perversas recetas de austeridad que desde hace unos años se han impuesto a la sociedad europea. Es una evidencia que esas políticas -como antes el tratamiento de AZT- han agravado el problema en lugar de remediarlo, y que el tratamiento institucional ha procurado la extensión del sufrimiento para beneficio de unos pocos -ahora, como entonces, los intereses de las grandes corporaciones, en esta oportunidad de grupos financieros- y conducido a un desastre colectivo respaldado por los poderes públicos. Un ejemplo paradigmático es que el 90% de las ayudas a Grecia hayan sido para rescatar a los bancos, mientras que los recortes de la Troika sumían a la población en la precariedad, colapsaban la economía, disparaban el déficit y hacían inviable el pago de la deuda. Europa lleva ya cerca de una década imponiendo un tratamiento neoliberal que ha sumido a buena parte de sus economías en una recesión sin precedentes.

Pero de la misma forma que un actor hasta entonces tan lamentable como MMcC ha sido capaz de demostrar que no era una mediocridad, también las sociedades europeas tenemos la oportunidad, si elegimos un buen guión, de optar a un futuro diferente. Porque, de seguir asumiendo la hoja de ruta que se nos ofrece desde la UE, las posibilidades de sobrevivir en este modelo de globalización son más bien remotas. Hay que estar muy ofuscado o no querer ver para no darse cuenta de que desde Bruselas, Francfort o Luxemburgo se viene favoreciendo sistemáticamente la acumulación masiva de beneficios en un número reducido de corporaciones multinacionales, cuya elusión y fraude fiscal amparados durante décadas han provocado graves desequilibrios presupuestarios. Las tremendas desigualdades que acompañan a este modelo de mundialización, la pauperización del trabajo y la acumulación masiva de riqueza y de recursos en muy pocas manos, representa una amenaza a la democrácia que se traduce en el poder desproporcionado que ejercen unos cientos de corporaciones sobre las instituciones políticas estatales e internacionales, que consienten y promueven una suerte de neoesclavitud salarial en el planeta: minijobs a 400 euros mensuales por 30 horas semanales en la UE; 120 euros al mes por 70 horas de trabajo a la semana en la industria textil de Camboya o Bangladesh.

El expresidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, popularizó la imagen de España como una vaca que era ordeñada por cuatro fuerzas políticas. Según esa versión, además del PP y PSOE, que no han cesado de exprimir los dos cuarterones más robustos, CiU y PNV han disfrutado también, aunque en menor medida, de los otros dos pezones del Estado. Más de tres décadas después, la irrupción de Podemos y Ciudadanos está a punto de cambiar el reparto. La marginación futura de los nacionalismos periféricos, sustituidos para conformar mayorías en el centro por otras fuerzas, plantea un cambio de paradigma. Las tres generaciones que se concitaron en la génesis del denominado Régimen del 78 han dado paso a otra sociedad. La generación que hizo la Guerra del 36 ha desaparecido y sus hijos han entregado el testigo a otra que ha tenido una descendencia que ya se ha hecho mayor de edad. Durante décadas, la ciudadanía española ha sostenido mayoritariamente a organizaciones especializadas en el fraude, las redes clientelares y la acumulación extractiva de beneficios mediante una selección oclocrática que ha conducido a la democracia hacia un futuro de lobo feroz. En ese contexto, se invita a la población a confiar en que existe una salida en curso a la crisis económica y a esperar una recompensa por la obligada austeridad. Sin embargo, esa propaganda apenas puede ocultar que lo que se denomina crisis es una situación de estancamiento y declive cuya continuidad y aceleración es una realidad a la que debiéramos enfrentarnos sin recurrir a escapismos. Porque en el nuevo reparto mundial la inducida decadencia occidental está en la base de la crisis. No solo se trata de los efectos de una burbuja inmobiliaria, de la deuda, del déficit o del descontrol bancario; factores sin duda relevantes pero que encubren una economía especulativa en la que el acceso a un crédito masivo ha servido para disimular que los fundamentos de la economía productiva ya no sostienen ni a Europa ni a EEUU.

La desestabilización como principio político, militar y económico condiciona el futuro de las sociedades occidentales. Tal vez el lector recuerde aquella foto de W. Bush en la cubierta de un portaaviones proclamando en mayo de 2003 que la guerra en Irak había concluido y que EEUU había triunfado. Siete años después, en 2010, Obama volvía a clausurar la guerra retirando las tropas. Como resulta evidente, la guerra no sólo no ha concluido en 2015 sino que buena parte de Irak y su entorno está bajo el control de la insurgencia. Sabemos que la invasión de Irak con el pretexto de terminar con la amenaza de las armas de destrucción masiva fue más bien una mentira de destrucción masiva mil veces repetida para manipular a la opinión pública en favor de una invasión en la que estados como España intervinieron sin una declaración formal de guerra. La invasión de Irak, cuyo desenlace aún es una incógnita, ha causado cerca de un millón de víctimas civiles. La desestabilización de la sociedad iraquí provocada por la ocupación es un ejemplo paradigmático de la destrucción del orden internacional. También ha puesto en evidencia la incapacidad de la inteligencia americana para sostener una ocupación. Además, ha llevado a la privatización de la guerra y a un gasto tan colosal que la deuda y el déficit presupuestario de los EEUU han alcanzado unos niveles sin precedentes. Así, se ha dado pie a la cruzada republicana para justificar recortar los gastos sociales aunque en EEUU un tercio de los trabajadores necesitan de ayudas gubernamentales como cheques de comida o calefacción para llegar a fin de mes. En ese sentido, la jibarización del Estado social ha sido una jugada estratégica de calado, vinculada al intervencionismo que comenzó con Reagan en Afganistán armando a los talibanes para que combatieran la influencia soviética. El aventurismo americano y su cruzada contra el terror ha convertido el mundo en un lugar cada vez más peligroso. Que tras el caos en que se había sumido a Irak se emprendiera la desestabilización de Siria y antes la de Libia, vistas las consecuencias, debiera advertir a la ciudadanía europea sobre los riesgos de secundar una desestabilización en Ucrania. ¿Qué beneficios puede esperar Europa de un conflicto con Rusia? No acierto a ver ninguno. Por el contrario, los perjuicios parecen muy evidentes. Sin embargo, la UE parece haberse plegado a la política de tensión promovida desde el Pentágono. Los mismos intereses que antes colaboraron con Yeltsin y luego facilitaron el acceso al poder de Putin, un coronel del KGB, parecen decididos a abrir un frente de inestabilidad en el este de Europa y hacer de Rusia un enemigo. Antes han convertido Libia en territorio por el que se extiende el terrorismo islamista y el tráfico humano de cientos de miles de desesperados que tratan de huir hacia Europa. Por otro lado, la desestabilización del modelo social en la UE coincide con la desaparición del sovietismo tras la caída del muro. Entonces, los partidos de orientación socialdemócrata abandonaron su función de oposición para convertirse en la segunda equipación del sistema, que en España ha venido cumpliendo el bipartidismo monárquico de PPSOE. A su vez, la conducción neoliberal del proceso de integración que se afianza desde Maastricht ha promovido una concentración oligárquica del poder en algunas instituciones (Consejo Europeo, Ecofin, BCE) que ha ido vaciando de poderes a los parlamentos de los Estados miembro y evitando convertir al Parlamento Europeo en un órgano de orientación gubernamental. Ese desempoderamiento de las democracias ha venido acompañado de años de erosión y descrédito de la partitocracia que ahora amenaza con derribar al proceso de integración europeo. Pero para las élites triunfantes que parecen haber asumido una moderna trinidad -“ Tranquilité, Comodité, Impunité”- la inquietud social más acuciante es decidir a dónde ir de vacaciones o en qué restaurante cenar el próximo fin de semana.

De seguir asumiendo la hoja de ruta que se nos ofrece desde la UE, las posibilidades de sobrevivir en este modelo de globalización son más bien remotas

Para las élites triunfantes la inquietud social más acuciante es decidir a dónde ir de vacaciones o en qué restaurante cenar el próximo fin de semana