todo hubiera quedado en una falta grave de sensibilidad en un tema tan delicado, si no se hubiera dejado fuera a algunas de las asociaciones de víctimas del terrorismo; entre otras, a la plataforma de los damnificados del 3 de marzo de 1976, con Fraga de ministro del Interior, y por hechos ocurridos en el corazón de Vitoria-Gasteiz. El Gobierno español tampoco ha contado con el Ejecutivo vasco en este tema. No me extraña la cara de enfado del lehendakari. Tan ha sido así, que los tres principales partidos (PNV, EH Bildu y PSE-PSOE), han criticado a Rajoy su actitud excluyente en la creación de este centro.

En el mismo acto, el alcalde Javier Maroto afirmó sin pudor que “para ganar la libertad hay que contar la verdad” y que este nuevo proyecto -el Centro Memorial- “debe ser una fábrica para producir ideas, testimonios y argumentos que invadan las calles y que contribuyan a impedir que el fanatismo y el terrorismo sean una realidad en nuestro tiempo“. Los del Partido Popular deben creerse que con reformar un local y una exposición, que son un medio que nace cojo, se convierte en un fin. Estas palabras descaradas de Maroto necesitan de hechos. Al menos de una memoria histórica, una pedagogía social, y, por qué no, de un paso de justicia al frente en la reparación y el perdón por el daño causado, sea quien fuere el victimario.

¿Para qué el perdón? Los que no quieren tocar este tema, argumentan que pertenece a la esfera privada de la religión. Pero no es cosa solo religiosa, aunque se le puede sacar chispas, si se quiere, como hizo monseñor Uriarte, porque existe una dimensión del perdón en la esfera política, que reivindicara, por ejemplo, Hannah Arendt como novedad? ¡en los años 50!

Arendt sostiene que el perdón es como una reacción que anula los efectos de una acción negativa previa y permite corregir lo fallido. Su ausencia significaría que el ser humano no se podría desvincular nunca de los efectos de sus acciones pretéritas. Con todo, lo decisivo del perdón reside en que la mirada está dirigida no al acto dañino, sino a la persona, y tiene una función política porque se traslada al plano del espacio público. Frente a la violencia, solo cabe el perdón o la venganza. Y el perdón es el que abre la posibilidad para que en el futuro la convivencia sea posible. Esto no garantiza la reconstrucción de una relación, pero sí permite centrarse en el otro, tolerar sus diferencias y aceptarlo en su ser personal porque el acto de perdonar consiste en que, quien perdona, reconoce la misma condición humana imperfecta que el otro y por ello, él también hubiera podido cometer violencia semejante (franquismo, ETA, GAL?).

¿Por qué sofocar la posibilidad de liberarse en cierta medida del lastre del pasado y curar las heridas en lo posible? ¿Por qué no admirar ese querer comprender y recomponer las relaciones interpersonales? Ay? No parece que estas cuestiones son el camino del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo; para alivio también de los otros, los que pretenden reconstruir la historia de puntillas sobre los actos de ETA.