La coincidencia de tantos actos de reconocimiento de todas estas personas sacudidas por la experiencia común del sufrimiento, expresa una real y triste imagen de las consecuencias, más allá de cualquier forma de justificación de lo que se ha venido a llamar el “Conflicto terrorista en el País Vasco”.

Todas estas manifestaciones componen un reflejo aproximado de la división y la complejidad de matices de los diversos entornos y sensibilidades, alejados unos de otros por un abismo de incomprensión y, muchas veces, de odio. No se trata aquí de equiparar delitos y presos, víctimas y verdugos. Tampoco de olvidar los asesinatos, las amenazas buscadas y planificadas, ni las torturas encubiertas. Se trata de poner en el centro de la memoria veraz y de reivindicar en justicia, el valor inalienable de personas maltratadas, su dignidad de víctimas injustas, y la solidaridad con su dolor, más allá de toda rentabilidad política y de valoraciones partidarias.

No se puede construir la paz mirando a otro lado, recordando solo a “los míos”. El reconocimiento y la reparación de las injusticias de ETA, corresponden a ETA y a cuantos las han justificado y apoyado. Al igual que corresponde al Estado, reconocer y reparar las injusticias que se refieren a su responsabilidad política. Aprobar de palabra la defensa de los derechos humanos y no condenar, en concreto, sus vulneraciones, es una falsedad y un ejercicio cínico de deshonestidad política, sea quien fuere quien lo hiciere.

Oponerse a la humanización de las leyes penales o negar la existencia de los abusos policiales, en absoluto ayuda a la pacificación y a la normalización de las relaciones sociales. Igualmente debemos decir de las convocatorias unilaterales de manifestaciones, discursos y homenajes a personas y grupos que, durante estas últimas décadas, han instaurado en nuestros pueblos el desprecio, el terror y el miedo.

Hemos de admitir con sentido autocrítico que los “héroes y patriotas” han de ser siempre “los nuestros”. Constatamos con tristeza que todas estas posturas se retroalimentan en un cruce de reproches, mil veces repetido, que no conduce a ninguna parte. No podemos mirar a otro lado, ignorando la tragedia que ha vivido largos años nuestro pueblo. Es inhumano y cobarde. Demuestra lo lejos que estamos todavía de una convivencia normalizada.

Es significativa, por otra parte, la displicencia con que algunos han recibido estos últimos meses, el resquicio legal de excarcelaciones y otros pasos penitenciarios que suavizan las penas impuestas a los presos. Se denuncia con razón la acción restrictiva del Estado para con la política penitenciaria. Pero, por otra parte, se interpreta que el cumplimiento de las exigencias legales, es una claudicación a la trayectoria de esos presos. De ahí que la dispersión y la reinserción de tales presos sea todavía una asignatura pendiente. Apoyamos, sin fisuras, cualquier avance en la justa humanización de este problema. Sobran las descalificaciones y, más aún, los certificados de determinada “calidad democrática”, que se aplica a aquellos que valiéndose de las posibilidades que les otorga la ley, se acogen a ella para mejorar su situación. De ningún modo el dolor de los presos puede ser objeto de estas sectarias y políticamente interesadas valoraciones.

También en el terreno económico, social y político, la sociedad está, con razón, harta de corrupciones, cuentas falseadas y falta de autenticidad. Pero tampoco termina de asumir que, si bien las soluciones tengan que ser diferentes, el dolor de la violencia, en sus diversas manifestaciones, es igualmente respetable para todos y sobre todo, para los que han perdido un ser querido. Por ello, cualquier manifestación o declaración pública que no ponga en su centro la figura de los que sufren, es un paso en falso en la reconstrucción de la paz y del tejido social dañado. Un País que olvida o falsea su pasado, tiende a repetirlo en forma de tragedia. En el respeto debido a los derechos de toda persona, jamás se puede obviar la injusticia cometida, ocultándola o “mirando a otro lado”, cuando se haya de verificar la verdad de lo acontecido.

Apoyamos que llegue cuanto antes el momento de dejar de “mirar al costado” y, por encima de nuestras legítimas diferencias, aceptar la verdad incontestable de los hechos y dirigir la vista al frente en una misma dirección. La convivencia se construye con cosas pequeñas, en espacios reducidos donde las relaciones sociales son más intensas y cercanas. Esto sí construye una sociedad renovada.