Prólogo

Pazo de Mariñán, marzo de 1889

-Míralo. Abre los ojos y míralo bien. Repite conmigo, canalla, ¡repítelo! —Leonardo hizo una breve pausa para expandir sus pulmones y permitir que las palabras cobraran forma venenosa al reptar entre sus dientes—: El aliento de las llamas.

El otro palideció frente a la sentencia que anunciaba aquella mirada.

—Ese es el nombre del cuadro, lo sabes, ¿verdad? Pues ¡dilo! Maldita sea, ¡dilo de una vez por todas!

—Lo siento, de verdad que lo siento. Yo…

—No quiero que me digas que lo sientes, necesito ver que lo sientes, que lo entiendes. Ahí está. ¿La ves? ¿Puedes verla?

Él asintió despacio, precavido.

La portada de 'El aliento de las llamas'. Elkar

En el centro del cuadro se veía a una mujer sobre una cama, los ojos vendados, encadenada. Su cuerpo, con el rudimentario gris de la pobreza hecho jirones, exhibía belleza y sudor a partes iguales en la turgencia de sus carnes. La espalda arqueada. Desesperada. Boca amordazada en un profundo lamento al cielo. Las rodillas juntas, presión y padecimiento que, al tiempo que ocultan un tesoro, lo protegen.

El pecho desnudo, vulnerable y erecto, se abre paso entre el lino para reaccionar impúdico al dolor que aprieta sus dientes. De un rojo ardiente es la línea que une el ombligo a un pubis de porcelana. Las caderas redondeadas, blancas y perfectas, se muestran elevadas, incómodas, iracundas, para dibujar profunda la uve de un sexo prohibido.

—Mírala, ¿Quién le ha hecho eso?

Silencio. El hombre bajó la vista al suelo.

—Mírala a ella y luego mírame a mí —ordenó.

—Yo no sabía… ¿Cómo saber? ¿Cómo imaginar siquiera…?

—¡Silencio! —La rabia que deformaba la geografía de su rostro alcanzó la cima solemne para clavar en sus oídos la amenaza—: Si no encuentro a Jimena con vida, esta noche tu alma arderá en el infierno.

Ficha

  • Título: ‘El aliento de las llamas’
  • Autora: Ángela Banzas
  • Género: Novela negra
  • Editorial: Suma
  • Páginas: 400

Capítulo uno

24 de febrero de 1889

JIMENA

¡Qué denso el aire que respiro en medio de esta oscuridad!

Tengo la cabeza aturdida. La muevo de izquierda a derecha, incapaz de levantar los párpados. No veo nada. ¡Nada! No puedo abrir los ojos. Los tengo vendados… ¿Por qué los tengo vendados? Agito los brazos, y el ruido metálico se ríe cruel antes de gritar enmarañado en mis pensamientos que soy una prisionera. Pero una prisionera de quién, desde cuándo, por qué. No consigo recordar cómo he llegado aquí. Pero aquí…, ¿dónde?

¡Qué profunda desesperación me ahoga! La boca abierta, la lengua seca. Gritaría hasta perder la consciencia de no estar amordazada. Las lágrimas escuecen y desbordan mis ojos ciegos como lápidas de un cementerio. Agito las piernas sobre la superficie mullida de un colchón con toda probabilidad de lana. Los muelles chirrían. Silencio. Un látigo nervioso y húmedo me recorre la espalda. Por favor, por favor, si hay alguien ahí, si hay alguien mirando, viendo mi sufrimiento…, piedad, señor, liberadme… ¡Liberadme! Contraigo tanto el gesto que las venas del cuello se me inflaman y un volcán en la garganta advierte la inminente erupción.

La cabeza me bulle. Necesito respuestas. La primera: ¿dónde

estoy? Huele a pintura. Sí, aspiro con fuerza, y el olor a óleo y trementina me inunda los pulmones. Debo calmarme. Pero ¿cómo voy a calmarme? Mis manos crispadas dibujan círculos en el aire como aves asustadas bajo el estrépito eléctrico de una tormenta. ¿Estoy encadenada a la cama? Respiro con urgencia; la angustia me golpea el pecho, arriba, abajo, arriba,

abajo. En esa noche oscura que es ahora mi mundo busco a tientas una bandera blanca, la calma, mi calma. Tranquila, susurra, shhh, tranquila, me pide. Inhalo mutiladas hordas de aire por la nariz. Me mareo, entendible en mi situación. La incipiente convulsión cede a la intención de esa balsa que me dice sube y quédate aquí, conmigo. Respiro. Sigo respirando.

Me quedaré muy quieta hasta aplacar mis nervios. Un poco, solo un poco, nada más.

Un momento. Creo que hay alguien ahí. Un escalofrío se apodera de mí. Tiemblo imaginando una mano en mi rostro.

Tiemblo anticipando el dolor en la piel desnuda.

Silencio. El miedo cristaliza mi mente y me paraliza. Mi cuerpo, rígido como una tabla, ni siquiera parece mío. Espero largos segundos en los que siento calor y frío, un mar de sudor y zozobra, pero nadie me toca. ¿Estaré perdiendo la cabeza?

No, no, eso nunca. Me convertiré en una fortaleza. Eso haré.

Seré el refugio de mi propia mente para que todo el dolor que quieran infligirme no me alcance, para no precipitarme al abismo de la locura. Caminaré entre recuerdos. La oscuridad y el miedo no me devorarán. Mantendré la cordura. Te lo prometo.

A ti que volverás a buscarme. De eso no me cabe duda. Pero sobre todo me lo prometo a mí, única dueña de mi vida y de mi suerte. Sobreviviré, juro que sobreviviré. Lo sé. Sé que puedo hacerlo. Haré lo imposible por salvarme. Al fin y al cabo, ya lo he hecho antes. 

SOBRE LA AUTORA

Ángela Banzas, natural de Santiago de Compostela, es licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad de Santiago y MBA por la Escuela Europea de Negocios de Madrid. Su trayectoria profesional ha estado siempre ligada a la consultoría de Administración Pública. El silencio de las olas (Suma, 2021), La conjura de la niebla (Suma, 2022) y La sombra de la rosa (Suma, 2023) han obtenido un gran éxito de público y ventas. El aliento de las llamas es su cuarta novela.