“El secuestro de mi hijo me impulsó a seguir defendiendo a los más vulnerables”
Luz Romero, abogada y activista colombiana, charla con NOTICIAS DE GIPUZKOA sobre su dilatada experiencia en la defensa de los derechos humanos
Luz Romero, abogada y activista colombiana, ofreció ayer una charla en Errenteria organizada por Mugen Gainetik, asociación que lucha por los derechos de los países empobrecidos. La ponencia, titulada Efecto de las transnacionales en las mujeres colombianas; alternativas de consumo, tendrá continuidad mañana a las 19.00 horas en Andoain (Urigain), donde Romero compartirá sus vivencias como defensora de los derechos humanos y la igualdad de género. Precisamente, sobre su dilatada experiencia en este campo charla con NOTICIAS DE GIPUZKOA.
¿Cómo fue crecer en uno de los lugares más peligrosos de Colombia, y en mitad de un conflicto armado?
El conflicto armado de Colombia suma más de 80 años. Me crie en la región de Caribe, una de las más impactadas por esta dura realidad y un lugar donde las desigualdades e injusticias son notorias. Es un territorio militarizado y se normaliza. Nos han educado diciéndonos que lo que se vive entra dentro de la lógica, pero la injusticia no debe ser cultura. Crecí en un ambiente en el que te castigaban por pensar diferente. Mi padre, que era sindicalista, sufrió las consecuencias de enfrentarse a lo que no le gustaba, siendo atacado por los paramilitares. Me criaron desde la conciencia de los derechos humanos, desde la necesidad de actuar para cambiar las cosas e intentar construir un mundo más justo.
Así pues, su lucha por los derechos humanos comenzó cuando era joven, ¿verdad?
Así es. A finales de los 90, cuando estudiaba Derecho en la universidad, fundé la asociación Colemad junto a varias compañeras. El movimiento surgió a causa de la exclusión que sufríamos las mujeres en la política y en el conjunto de los movimientos sociales. Éramos jóvenes inquietas en busca de una sociedad que nos integrara y respetara. Esta desigualdad de la que hablo era aún más patente en las zonas rurales de Colombia. Las ciudades estaban abarrotadas de personas, en especial mujeres, que habían sido víctimas de un desplazamiento forzado, de un cruel desarraigo territorial. Esta situación tan dolorosa se unía a la enorme pobreza existente. El número de familias desahuciadas, a las que arrebataron todo lo que tenían, era inmenso. En vista de esta situación, en Colemad nos preguntamos: ¿Qué pasa con los bienes de las mujeres? Muchas de ellas eran campesinas y afrodescendientes, indígenas a las que desterraron.
¿El objetivo inicial fue devolverles su identidad a esas mujeres?
Por supuesto. Al fin y al cabo, el principal propósito del conflicto armado es acabar con la identidad de las personas, especialmente de los más vulnerables, en este caso las mujeres de entornos rurales. Si te ves obligada a dejar atrás tu lugar de procedencia, una parte de ti desaparece. Aquí es donde surge la necesidad de defender los territorios, de recuperar el tejido social e iniciar el proceso de juicios contra el Estado en medio del paramilitarismo. Enseguida empezamos a ganar casos y a expandirnos, siempre con un mismo lema: trabajo en esta lucha porque llegará la paz. Somos como cebras caminando entre leones. Hay que aprender a moverse y a hacerse invisible.
¿Cuáles diría que son las bases en las que se sustenta Colemad?
Conciencia de género, social, de clase y de raza. Representamos un feminismo pluricultural y buscamos generar un impacto en poblaciones que no se ajustan a lo homogeneizado, a este mundo patriarcal. Estamos del lado de las personas que no son aceptadas y luchamos por sus territorios, su identidad y su representación. En Colombia te atacan por tus raíces, imagina las consecuencias de ser maltratada de esta manera, de que niños y niñas vivan así, en barrios exentos de servicios públicos y sin ningún tipo de derecho. Es inhumano y muy doloroso que un país con tanta riqueza material sufra tanta opresión.
¿Qué riesgos conlleva ser una defensora de los derechos humanos en Colombia?
Si decides defender los derechos humanos en Colombia, tu vida cambia drásticamente. Por ello, es importante generar protocolos de autoprotección y de resistencia para que los peligros no te obliguen a echarte a un lado y abandonar la batalla. En mi caso, han llegado a hackear mi ordenador, pero aquello no fue nada en comparación con el secuestro de mi hijo.
"No hay nada peor que ver cómo nuestros hijos pierden el derecho a la libertad"
¿Cómo fue aquel momento?
Fue un secuestro con tortura perpetrado por las fuerzas armadas. Colombia es un país en el que nada te puede sorprender. Mi hijo era menor de edad y recibí una llamada telefónica. Se lo llevaron porque sabían quién era su madre. Mi angustia fue terrorífica. Fue de película. En ese momento, no actué como una abogada, sino como una madre horrorizada que solo quería que su hijo estuviera sano y salvo. Lo usaron como una herramienta para hacerme daño. Afortunadamente, logramos rescatarlo. Siempre me ha motivado defender a los más vulnerables, y el secuestro de mi hijo me dio gasolina para seguir haciéndolo.
¿Qué papel cree que deben ejercer los jóvenes en esta lucha?
Muchas veces los jóvenes no tienen la oportunidad de defenderse, pero es importante que se movilicen en las calles y universidades. No hay nada peor que ver cómo nuestros hijos pierden el derecho a la libertad. Hay que enseñarles mecanismos para protegerse y hacerles ver que el poder también tiene miedo, por eso ataca.
Su labor ha obtenido un gran reconocimiento. En 2022 recibió el premio a Defensora del año otorgado por el Premio Nacional de Colombia de Derechos Humanos. ¿Qué significó para usted?
La verdad es que no estaba en mi mejor momento a nivel personal, ya que mi hijo estaba muy mal emocionalmente. Superar un crimen lleva tiempo, más para un niño. Aun así, el premio me llenó de ilusión. Fue un reconocimiento a nuestra andadura durante tantos años, al trabajo duro en pos de un mundo mejor.
¿Qué repercusión puede tener nuestro modelo de consumo energético, o de productos agrícolas, en países como Colombia?
En Europa hay luz permanente porque los países se abastecen de los recursos naturales de otros territorios. Nosotros, por el contrario, tenemos los recursos ahí mismo, pero no los disfrutamos. El desarraigo que se vive en Colombia, en especial en zonas como la región de Caribe, no es solo territorial, sino también climático. Es un conflicto que se extiende a lo ambiental, causado por el corporativismo empresarial. De todas formas, considero que en Europa está desapareciendo el estado de bienestar. El pueblo que está fuera del poder económico es el que sale perdiendo, mientras son los intereses empresariales los que siempre se salen con la suya. Es nuestro trabajo mandar un mensaje de concienciación entre pueblos. El resultado de esta triste situación es que acabamos peleándonos pobres con pobres. Los poderes han logrado su objetivo.
¿Cuáles son sus planes de futuro?
Hemos conseguido la internacionalización, lo que supone un orgullo incalculable. Queremos seguir expandiéndonos. No somos una organización grande, pero nuestra labor sí lo es. Me gustaría transferir toda esta experiencia adquirida a lo largo de los años y devolver lo aprendido. Asimismo, hay que construir el plan de acción de Colemad de cara al futuro, con la mirada puesta en atraer a integrantes jóvenes. Surgimos como un movimiento de mujeres jóvenes y queremos seguir siéndolo.
Comparta una última reflexión.
Entre los pueblos nos tenemos que cuidar para salir adelante. Es difícil convivir en un sistema heteropatriarcal, pero debemos seguir exigiendo los derechos que nos corresponden. Estamos en un momento de retroceso en lo que respecta a la igualdad de género. Los derechos de las mujeres están en riesgo, por lo que necesitamos un cambio legislativo internacional. Es por lo que estoy peleando y por lo que quiero continuar. Tenemos las herramientas para la evolución, la paz y el desarrollo, para que las mujeres de los territorios más apartados tengan la transformación social que se merecen. Nos quieren matar la alegría. Por eso, reivindico mi derecho a sonreír. Deseo que mi trabajo me aporte satisfacción, no dolor, con la convicción de que no nos pueden robar las ganas de vivir.
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