Carmen Ruiz Repullo, doctora en Sociología especializada en violencia de género en adolescentes y jóvenes, ofreció recientemente en el campus de Guipuzkoa de la UPV/EHU una charla en las jornadas sobre Pornosocialización, cibermisoginia y violencias sexuales organizadas por la Delegación del Gobierno en Euskadi. Ruiz Repullo incide en la necesidad de profundizar en la educación para hacer frente a la normalización de ciertas expresiones de violencia sexual.
¿A qué hace referencia el concepto ‘pornosocialización’ que incluye en el título de la ponencia ofrecida recientemente en los diferentes campus de la UPV?
Anteriormente a la pornografía hay un contexto que la permite y la legitima. Ese es el concepto de la pornosocialización. Se refiere a cómo nos van educando desde la más tierna infancia a chicos y chicas en función de los mandatos que se esperan de unos y otros en el campo de la sexualidad. A las chicas se les va educando para que la sexualidad sea un elemento que tienen que explotar como un capital erótico. Sin embargo, a los chicos los educan para demostrar esa sexualidad, contando delante de la cuadrilla con cuántas se han liado… La pornografía es un elemento más en todo este proceso, pero esa pornosocialización viene desde mucho antes. La cosificación, la hipersexualización de la mujer, la normalización de la violencia, la cosmeticorexia, que se da mucho en niñas de 11 a 15 años… Todos estos fenómenos están generando que haya un contexto que normaliza la hipersexualización de las niñas y la demostración sexual de los niños.
¿Afecta este problema cada vez más a una población de menor edad?
Los últimos datos del informe de la Fiscalía General del Estado nos dicen que cada vez hay más denuncias por delitos sexuales y que ha habido un 45% más de menores de 14 años implicados en delitos en relación a 2022. Y que los delitos que cometen sobre todo los menores tienen que ver con el acoso, con la violencia de género y con la violencia sexual. Pero esto no surge de la pornografía. La pornografía incita, fomenta, aumenta… Pero no explica por sí sola este tipo de cuestiones. Las explica un sistema machista, patriarcal, una socialización desigual… Esa es la pornosocialización.
¿Es todo el porno nocivo para la construcción de una sexualidad sana en los jóvenes o hay que hablar de cierto tipo de pornografía?
Seguramente habrá pornografía que no sea nociva en la sexualización de chicos y chicas. Lo que estoy diciendo es que la que les llega, la gratuita, la que está en Twitter, en las páginas y las plataformas, la que se comparte por WhatsApp, es una pornografía que denigra a las mujeres, las cosifica, las deshumaniza, normaliza el no consentimiento y por tanto también la violencia sexual. En una charla que ofrecí en Vitoria pasó una cosa muy curiosa. En la última investigación que he hecho, uno de los datos que destacaba es cómo impacta la pornografía en las prácticas sexuales de la juventud. Las chicas decían que era normal que las escupieran, las ahogaran, las insultaran y las cachetearan. Entonces pedí a las personas asistentes a la charla en Vitoria que levantaran la mano si para ellas también era normal y nos quedamos impactadas porque la inmensa mayoría la levantó.
¿En este terreno, no han cambiado solo la formas de acceder al porno respecto a hace unas décadas, sino el propio contenido?
Es mucho más fácil. Es mucho más rápido. Son vídeos mucho más cortos, mucho más explícitos. Para que una web tenga visitas tiene que tener vídeos que llamen la atención a quien esté consumiendo. Pero el problema no es solo el consumo de pornografía. El problema es que no damos educación sexual a nuestras chicas y chicos. Por tanto, si la escuela no educa y la familia no educa, la pornografía es el camino más fácil que les estamos poniendo. Y la pornografía no es sexualidad, al menos la que están viendo, la mainstream.
Se incide en la importancia del control parental, pero impedir el acceso a esos contenidos parece tarea imposible. De ahí que donde hay que incidir es en los propios consumidores potenciales de esos contenidos, en los chavales, para dotarles de una capacidad crítica ante el porno.
Antes de que les llegue la hiperrealidad, hay que mostrarles la realidad para que después la sepan valorar. Si no educamos en lo sexual, la pornografía va a comerse el relato y eso es lo que no podemos permitir, que se imponga un relato de una sexualidad que erotiza la violencia.
Parece que las campañas de sensibilización institucionales contra la violencia sexual no están dando los frutos deseados...
Por los datos que tenemos de denuncia, cada vez hay más menores implicados. Es cierto que la mayor conciencia entre la población joven, especialmente de las chicas, hace que se denuncien más este tipo de delitos. Pero también llama la atención que con políticas públicas, leyes de violencia y leyes de violencia sexual no se esté acabando con esa reproducción de la violencia en las edades más jóvenes. Y no es porque haya un problema en la juventud, ni muchísimo menos. Tiene que ver con que tenemos que seguir educando. Y también con cómo se están asentando los discursos negacionistas de la violencia de género. Esa es la cibermisoginia de la que hablo también en las ponencias: mensajes que dicen que la mayoría de las denuncias son falsas, que las mujeres son malas… Todo esto les está llegando a los chicos a través de algoritmos patriarcales en sus redes sociales. Y es un bombardeo continuo que es muy difícil que lleguemos a él si no estamos trabajando continuamente con adolescentes y con jóvenes.