e está exhibiendo, tanto en Euskal Herria como en el resto del Estado, un documental, Apaiz kartzela, sobre la cárcel concordataria de Zamora creada por la jerarquía de la Iglesia y el Gobierno español franquista en el período 1968-1976. Por allí pasaron cerca de 60 sacerdotes diocesanos y religiosos, en su gran mayoría vascos. Otros cerca de 20 nos vimos obligados a exiliar.

Quienes entonces formaban parte de la jerarquía de la Iglesia vasca, salvo alguna excepción, ya no están. La jerarquía actual de la Iglesia vasca, sin embargo, continúa con otras personas y no sería serio que, amparándose en que ellos no estuvieron entonces al frente, eludieran hablar de las responsabilidades por la complicidad que tuvo aquella jerarquía de la Iglesia, incluido el Vaticano, con el franquismo, con el capitalismo, con la represión social, laboral, política y nacional vasca.

La jerarquía de la Iglesia vasca, como la estatal y vaticana, siempre ha estado y continúa estando con las víctimas de ETA. Salvo alguna pequeña excepción, nunca estuvo con las víctimas del franquismo y del capitalismo. Dirán que son tiempos ya pasados. No deben serlo para las víctimas de ETA, ya que constantemente vemos recordatorios y exigencias pese a haberse terminado la lucha armada hace diez años.

Por ello, bueno sería que los actuales jerarcas de la Iglesia vasca vieran ese documental de Apaiz kartzela y sacaran sus conclusiones. Podrían comprobar que en aquellos años un grupo de curas vascos, y otros del Estado Español, sufrió represión, torturas y cárcel o exilio por homilías en las que se denunciaba la situación; por una huelga de hambre denunciándola; por prestar sus locales parroquiales a distintos colectivos sindicales y políticos clandestinos; por colaborar con la libertad de expresión; por manifestarse los Primero de Mayo y en los Aberri Eguna clandestinos; por buscar médicos o medicinas para militantes perseguidos y heridos gravemente; por ayudar a huir de la tortura policial que, en algunos casos, llegó hasta la muerte.

La jerarquía actual de la Iglesia casca, si accede a Apaiz kartzela, podría comprobar también el testimonio de curas torturados, con la complicidad de los obispos que, como monseñor Cirarda, obispo administrador apostólico entonces en Bizkaia, pudieron confirmar directamente las huellas de la tortura salvaje, pero prefirieron taparse los ojos y no ver el cuerpo morado y magullado de algunos de sus sacerdotes.

Es tremendo recordar cómo monseñor Cirarda escamoteó la tortura que tuvo ante sus ojos y no quiso verla. Uno de esos sacerdotes, nuestro compañero y amigo Martin Orbe, participante también en Apaiz Kartzela, fue detenido y torturado en abril de 1969. Estando ya en la cárcel de Basauri, el obispo Cirarda fue a visitarle. Martin empezó a quitarse la ropa para que viera las huellas de sus torturas y Cirarda se lo impidió. “No, por favor. ¡Te creo!, dijo cínicamente el obispo.

Semanas después, en un escrito pastoral, monseñor Cirarda señalaba que había rumores de torturas a detenidos. Si fueran verdad, dijo, la Iglesia habría de condenarlas pero, en caso contrario, añadió, habría que restituir la fama de la policía y autoridades políticas franquistas. ¡Qué vergüenza!

Si por esas razones el sistema franquista, con la complicidad de la jerarquía de la Iglesia, torturó y condenó a cárcel y exilio a ese grupo de sacerdotes vascos, qué es lo que no hizo, con la complicidad eclesiástica, con militantes de ETA y otros grupos clandestinos laicos. Nuestra historia reciente ofrece testimonios de miles de detenidos, torturados, algunos secuestrados y asesinados.

La jerarquía actual de la Iglesia Vasca haría un favor a la memoria histórica reconociendo y denunciando claramente aquella situación que padeció este pueblo en su lucha por los derechos humanos, sociales, políticos y nacionales.

Participante en ‘Apaiz kartzela’