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“No se trabaja en las fábricas como hace 50 años, pero al pastor se le obliga a hacerlo”

Licenciado en Historia, pronto vio que no era lo suyo y se hizo pastor de cabras en los Picos de Europa. En sus vídeos virales de denuncia pide respeto para el mundo rural

“No se trabaja en las fábricas como hace 50 años, pero al pastor se le obliga a hacerlo”Ruben Plaza

donostia - ¿Qué llevó a un joven ajeno al mundo rural licenciado en Historia a hacerse pastor?

-Ser un poco inadaptado. Cuando acabé la carrera, trabajé un tiempo en una oficina y enseguida me di cuenta de que estar entre cuatro paredes ocho horas al día no vale para mí. Me apunté en un proyecto que había en Picos de Europa que se llama Escuela de Pastores en el cual te ponían tres meses con un pastor como tutor. La experiencia me encantó. Trabajé con este hombre tres años hasta que con el dinero ahorrado compré unos animales.

¿Cuántos animales tiene?

-Cuatro vacas, unas 70 cabras y 20 ovejas. Quiero ampliar, pero no mucho. Siempre tuve claro que quiero tener lo que puedo manejar solo, no cargarme de forma que me vea esclavizado. Yo empecé con una vaca y 20 cabras y sin ninguna ayuda. No cojo subvenciones, no las quiero. Me gusta trabajar a mi manera. Es un tema de libertad.

Se hizo conocido con un vídeo que contaba la denuncia de un hotel rural porque un gallo molestaba a los huéspedes.

-Me indignó mucho el tema tanto por la persona que había puesto la denuncia, como por el Ayuntamiento que la tramitó. ¡Era porque un gallo cantaba! Y no fueron los clientes del hotel los que se quejaron, sino el dueño.

¿Esperaba esa repercusión?

-La verdad que no. Pero lo cierto es que el que empezó la bola fue el dueño del hotel, que fue quien llamó a la prensa cuando puso la denuncia. Yo fui siguiendo la corriente.

¿Qué papel juegan las redes sociales para el mundo rural?

-Son una herramienta muy importante porque son muy asequibles y muy inmediatas. En mi caso, empecé con los vídeos de coña con un vecino, pero a la gente le ha hecho gracia. En uno que protestaba por algo que había pasado, me di cuenta de que la gente, además de reírse, se implicaba y reflexionaba y pensé que esto, además de servirme a mí para desahogarme, puede dar visibilidad a causas pequeñas.

¿En qué sentido?

-Cuando las Administraciones o los medios de comunicación abordan los problemas del mundo rural, se habla de temas muy grandes como la despoblación. Pero esos brochazos gordos se solucionan atendiendo a causas pequeñas, por ejemplo, lo que está haciendo aquí la Diputación, que es llevar la fibra óptica a los baserris. Ese es un problema pequeño, que va a dar servicio a cuatro personas de una familia, pero es que esas cuatro personas con eso se van a quedar y el día de mañana serán ocho.

En sus vídeos muestra poca simpatía por el turismo rural.

-El turismo rural es necesario porque es riqueza. Yo hago queso y la mayor parte la vendo a gente que llega de la ciudad. Pero lo que hay que dejar claro es que no puedes convertir un pueblo en Marina D’Or. En un pueblo puede haber vacas que te caguen en la puerta y te salpiquen al coche. En Llanes, un bando municipal prohibió utilizar los cencerros de las vacas porque molestaban a los que dormían en los hoteles. A mí no se me ocurre protestar porque el mar mete ruido. El problema es que los ayuntamientos aprueben normativas para favorecer el turismo.

El ecologismo es otro de sus caballos de batalla.

-Yo estoy muy de acuerdo con muchas cosas del ecologismo, pero luego hay un ecologismo ignorante de gente de ciudad que entiende la gestión de la naturaleza dejándola a su manera y eso no es gestionar, es abandonar. En el Amazonas, que la naturaleza se autorregule funciona. O en Siberia. Pero la densidad demográfica es infinitamente inferior a la de Europa Occidental. Aquí todos los ecosistemas son antrópicos, existen porque el ser humano lleva 10.000 años modificándolos para poder vivir y por eso tenemos carreteras, alcantarillado, sanidad o luz. Me parece muy bien que la gente quiera vivir como los yanomamis, pero para eso te tienes que ir a Brasil. A nadie se le ocurre decirle a un tipo en una fábrica que trabaje como hace 50 años. Pero al pastor se le obliga. El monte se puede gestionar sin que haya ganado, pero cuesta muchísimos millones, es mucho más barato que haya y encima estás permitiendo que la gente viva.

También ha plantado cara al animalismo.

-Es que eso ya... Para mí son unos descerebrados. Entiendo que los animales tienen que tener derechos y hay que darles una vida digna, pero de ahí a considerar a los animales como personas no humanas hay un desfase de paradigma. A un perro le puedes querer mucho, pero no se me ocurre decir, como escuché a la presidenta de PACMA, que la duda está entre salvar a tu perro o salvar a tu madre. ¡No coño, me cago en dios! No hay duda. Esta gente no se da cuenta de que cambia la naturaleza propia de los animales.

¿En qué sentido?

-El animalismo parte de una base equivocada: consideran que el ser humano es el causante de todos los males del planeta y que no necesita interactuar con el medio para vivir. Pero no se dan cuenta de que criar ganado, pescar o cazar, el ser humano las necesita para vivir. Eso no significa que tengas a los animales en condiciones lamentables. Esta gente animalista, que casi todos son ahora veganos, necesitan complementos vitamínicos porque les faltan proteínas y esos complementos provienen de los animales. ¿Lo saben? ¿Se dan cuenta de que para hacer una hamburguesa de tofu hay que plantar soja y talar tres o cuatro hectáreas de selva en Guatemala? Hablan de especismo cuando ellos son los más especistas de todos: solo hablan de ciertas especies, nunca ves campañas en favor de los saltamontes, las cucarachas o las ratas.

La problemática de la despoblación rural ha ganado peso en la agenda política. ¿Le ha generado alguna expectativa?

-En campaña los políticos siempre se acuerdan de los pueblos, pero al final todos proponen lo mismo: mejores carreteras y mejor acceso a Internet. Eso está orientado a desarrollar el turismo rural. Pero para que haya turismo rural tiene que haber vida en los pueblos. ¿De qué me sirve que me pongas una carretera como dios si luego pierdo un día entero para llegar a mi cabaña porque está en un paraje que se llama parque natural y no puede haber una pista? O no puedo subir a mi hijo porque el parque no me permite tener unas condiciones mínimas para que mi hijo esté conmigo. En eso no se meten. Concedan a la gente libertad para trabajar por sí mismos. Hay que facilitar las cosas.

Como pastor joven, ¿cómo vive la ausencia de relevo generacional en el mundo rural?

-Relevo hay, lo que pasa es que se van porque hay una desconexión entre lo que necesita la gente de los pueblos y lo que los políticos creen que la gente necesita. Hay una ruptura generacional no porque no haya niños, sino porque hay una ruptura en cuanto a la transmisión de la cultura del campo. Nuestros abuelos trabajaban de una manera que funcionaba. Ellos enseñaron a sus hijos y, de repente, entró una normativa europea y nada de lo que sabían valía, todo estaba prohibido. Empezaron los cursillos, los carnés. Los chavales de mi edad tienen que aprender a trabajar según le enseña un tipo que aprendió en una universidad de otro tipo que un día desarrolló un estudio. ¿Pero qué le vas a enseñar a un rapaz que su padre, su abuelo, su bisabuelo fueron ganaderos? Enséñale a rellenar papeles, a hacer la declaración de la renta, de autónomos, pero no a gestionar una finca o un rebaño. El problema es que los padres no pueden enseñar a sus hijos a trabajar.

¿Hay futuro en el campo?

-Es una vida sacrificada, pero si te gusta... Yo animo a tomar este camino pero teniendo en cuenta a dónde vas. Hace diez años hubo un boom de neorurales que venían con una idea muy new age, muy bucólica, de dedicarse a la agricultura ecológica, la ganadería sin sufrimiento... El campo da para vivir, pero hay que hablar con los viejos y preguntar mucho. Yo empecé de cero y lo que sé lo aprendí escuchando y preguntando mucho y haciendo lo que decían los viejos, no con ideas preconcebidas cogidas de los libros.