una valla roja hace de barrera hacia un lugar de otra época. Una carretera sinuosa entre robles y hayedos cubiertos por el musgo se desliza hacia el pueblo de Artikutza, donde viven menos de una decena de personas en plena naturaleza. A este valle declarado Zona Especial de Conservación dentro de la Red Natura 2000, de casi 4.000 hectáreas y situado a 330 metros de altura, solo pueden acceder 20 coches al día. Uno de ellos lo conduce Arturo Elosegi, un biólogo de la UPV/EHU que lidera el proyecto Desembalse financiado con 98.000 euros por la Fundación BBVA. Acompañado por la también bióloga Miren Atristain, pretende observar cuál es el efecto del vaciado de la presa de Enobieta sobre la biodiversidad y el funcionamiento de los ecosistemas fluviales. Es una oportunidad única, puesto que están ante la eliminación del mayor embalse en Europa.
Aún es pronto para hablar de conclusiones pero todo apunta a que la desaparición de la presa tendrá efectos muy positivos en uno de los entornos mejor conservados de toda la cornisa cantábrica. De momento, ha resurgido el río Enobieta, que en verano ya podría estar “bastante bien formado” y han empezado a crecer plantas en la zona que hasta enero estaba anegada desde hace casi 70 años. “Yo me imagino que esto acabará siendo como el típico templo tailandés cubierto de árboles”, aventura Elosegi.
La presa como tal no desaparecerá, porque para ello se necesitarían 100.000 camiones entrando a Artikutza para retirar el hormigón, pero acabará convirtiéndose en un bosque en un futuro cercano. “En menos de 50 años la gente no se va a dar cuenta de que aquí había un embalse. La pared no va a sobresalir de los árboles. Irás paseando por la mitad del bosque y te encontrarás una pared enorme cubierta de musgo. Esa imagen será espectacular y una memoria del pasado, de la importancia del agua y de cómo el agua nos llevó a conservar un valle”, señala el biólogo.
Asentada en terreno navarro, la finca de Artikutza fue adquirida por el Ayuntamiento de Donostia en 1919, precisamente para garantizar la calidad del suministro de agua a la población. Años antes, en 1902, una epidemia de tifus causada por la contaminación del agua provocó la muerte de varias personas en la capital. Además, este lugar había sido fuertemente explotado: en su momento hubo cinco ferrerías, minas de hierro y caolín, un cable aéreo para transportar el mineral y hasta un tren minero que pasaba por la mitad de lo que hoy es el embalse.
El Consistorio compró el espacio e hizo “una gestión draconiana del mismo, prohibiendo durante medio siglo la entrada de la gente”, lo que contribuyó a la extraordinaria biodiversidad de la zona. En 1947 se construyó la presa de 42 metros de alto con una capacidad de 1,45 hectómetros cúbicos y que forma un embalse de más de un kilómetro de largo. Se mantuvo en pleno funcionamiento hasta que en 1976 se realizó la obra de la instalación de Añarbe, de 44 hectómetros de capacidad.
Recuperación
“En este entorno casi idílico el embalse era un impacto, un punto negro. A la gente le gusta porque parece un lago, pero no lo es”, afirma Elosegi, cuyo equipo ha descubierto que había una afección “bastante considerable” sobre la calidad del agua.
En este sentido, explica que en verano en el fondo del embalse suele escasear el oxígeno, hecho que hace que “los metales que hay en el sedimento se liberen”. “En su día, cuando Donostia se abastecía de agua de Artikutza era frecuente que se sobrepasasen los niveles legales de hierro, manganeso o cinc”, indica. Hace pocos meses, cuando el embalse todavía tenía agua, se vio que había “bastantes metales” y asociado a este hecho “una biodiversidad más baja, un número más bajo de invertebrados”. “Es un impacto claro del embalse que una vez que se ha vaciado pensamos que va a desaparecer”, considera Elosegi.
Su equipo muestrea el río aguas arriba y aguas abajo y también en el mismo embalse. “Lo que hemos visto es algo que sospechábamos pero no teníamos tantos datos: el nivel de conservación de estos ríos es extraordinario, su biodiversidad, el nivel de naturalidad que tienen”, señala este experto, que ensalza la importancia de la “madera muerta en los ríos” desde un punto de vista geomorfológico y de diversidad, y también porque ofrece refugio a los peces.
Por el contrario, han comprobado que “hay algunos ligeros impactos aguas abajo del embalse” tanto en la calidad del agua como en la geomorfología del lugar, aunque confía en que “el efecto que se ve aguas abajo” de la infraestructura desaparezca “en poco tiempo, antes de fin de año”.
La eliminación del embalse podría ser muy positiva para el desmán ibérico, un topo acuático que está en peligro de extinción. En Artikutza se encuentra una buena población de este especie que está en grave riesgo de desaparecer (en Catalunya ha disminuido tanto desde 2002 que se calcula que solo quedan entre 500 y 1.000 ejemplares). Y más allá del desmán ibérico, el valle cuenta con una riqueza inmensa, porque “hay de todo, desde gato montés, hasta marta (mamífero carnívoro), pito negro (ave de la familia de los pájaros carpinteros), muchas especies que son muy raras fuera de aquí o que no existen”. A ellas hay que sumar los bosques maduros, las especies de hongos, los líquenes, insectos, musgos y la “diversidad enorme” de invertebrados.
Este grupo de biólogos de la UPV también está midiendo la emisión de gases de efecto invernadero. “Los embalses emiten CO2 pero, sobre todo, metano, que es 20 o 30 veces peor que el CO2 como gas de efecto invernadero. Al quitar el embalse, eso se acabará”, afirman estos expertos, que explican la importancia que tiene este asunto en relación al calentamiento global.
El estudio de este equipo no solo tendrá un objetivo científico, pues proporcionará información de calidad sobre el efecto del vaciado y la puesta fuera de servicio de una infraestructura de este tipo, sino que también aportará documentación clave sobre una actividad que va a aumentar en un futuro próximo.
Saben que están ante una “oportunidad única”, que deben medir todo lo que puedan, patearse el terreno de arriba a abajo, meterse en el lodo y en el río para conseguir todos los datos posibles. Provistos de decenas de aparatos, de botas de agua y con barro hasta la cintura, a Elosegi y Atristain todavía les queda más de un año de trabajo de campo en este laboratorio natural, uno de los lugares donde más llueve de la península. “Es duro y a la vez un privilegio”, afirman, mientras observan orgullosos el resurgir de un nuevo río.
Científicos. Pretende evaluar el efecto de la puesta fuera de servicio de un embalse en la biodiversidad y los sistemas fluviales.
Sociales. Quiere potenciar el conocimiento sobre los impactos de las presas y el valor de enclaves bien protegidos
De conservación. Aspira a mejorar aún más el estado de conservación de la cuenca de Artikutza.
1947
Año en el que comenzó la construcción de la presa, que se prolongó hasta 1953. La obra del embalse de Añarbe se realizó en 1976 y, dada su gran capacidad, poco a poco fue sustituyendo a Enobieta, que quedó en desuso. Las carencias en materia de seguridad obligaban al Ayuntamiento de Donostia a adoptar medidas con respecto a esta infraestructura y finalmente decidió realizar un vaciado lento para que los sedimentos no llegaran a Añarbe y eliminar así la presa.