Aprenden de sus hijos
Viven la paternidad como algo gratificante, un reto diario con el que se sienten profundamente comprometidos. Para estos cuatro padres guipuzcoanos, cada uno con su perfil, recompensa sobremanera la entrega incondicional.
se dice que no hay más que uno, pero en realidad hay muchos tipos de padres. Juan Pousibet lo es a tiempo parcial. Le ve a Maren menos de lo que quisiera y disfruta horrores cuando se lo permite la custodia compartida. Borja Legorburu se acaba de estrenar con Telmo, que se siente protegido por un padre al que se le cae la baba. La familia de Mikel Odriozola es bastante más extensa, con tres hijos de entre uno y seis años que protagonizan esa “locura cotidiana” que es el día a día. El más veterano es Luis Miguel, un devoto del diálogo familiar. Con casi sesenta años sigue ejerciendo de aita como el primer día.
Los cuatro viven la paternidad con un sentido profundo de la responsabilidad. Saben que tener hijos no le convierte a uno en buen padre, que hay que trabajárselo, un “esfuerzo constante” que va mucho más allá de una celebración puntual como la de hoy. En la era de la sobreinformación en la que, paradójicamente, tantas familias apenas saben de qué hablar porque el vínculo se ha descuidado, el donostiarra Luis Miguel Bayón, de 59 años, sigue empeñado en nadar a contracorriente. “Puedo decir abiertamente que me siento un padre comprometido. Aquí todas las noches cenamos juntos y se habla de todo. Hemos creado ese clima de buen rollo y de comunicación que tanta falta hace y estoy muy satisfecho por ello”.
Cuando lo habitual a su edad es comenzar a ver los toros desde la barrera y darse por satisfecho por haber criado a unos hijos que han crecido sanos, él dice que de eso nada. Está convencido de que su figura tiene que seguir siendo un referente, como así se lo enseñaron a él de pequeño. Tiene dos hijos biológicos, Asier, de 33 años, y Amaia, de 30, además de una tercera hija de acogida, Begoña, que vive con ellos desde los nueve años. “Ahora tiene 22 y desde que cumplió la mayoría de edad dejó de estar tutelada y decidió continuar la vida con nosotros. Desde pequeña le dijimos que tenía unos padres y que mantuviera el contacto, pero la relación ha tenido sus altibajos por las dificultades que han atravesado. Para mí es una hija más y me llama aita. El día de Navidad me regaló una taza por ser el mejor padre. La verdad es que intento ejercer todos los días del año”, sonríe orgulloso.
Custodia compartida
Para Juan Pousibet, la única diferencia con otros padres es que pasa menos tiempo con su hija. “Eso te obliga a esforzarte un poquito más para que sean momentos de calidad”. Este vecino de Errenteria, de 34 años, es un padre a tiempo parcial. El único que no aparece en el reportaje junto a su hija. “No tenía ningún inconveniente en hacerme la foto con la pequeña, pero tras consultarlo, su madre ha preferido guardar su privacidad”.
Se separó antes de que naciera la niña y después de un régimen de visitas “normal” que ha durado unos años le acaban de conceder la custodia compartida. Aborda ahora un proceso de adaptación. “La tengo más tiempo conmigo. Antes la tenía solo con pernocta los fines de semana y ahora -precisa- también algunos días entre semana”.
Encarna otro modelo de padre, el que exprime cada minuto porque el tiempo está tasado. Mantiene dos modelos de vida, dependiendo de que Maren esté o no con él. “Un padre tradicional se puede permitir el lujo de quedarse a tomar cañas o en una reunión de trabajo que se alarga más de la cuenta, porque tiene la seguridad de que su pareja va a estar siempre ahí. Yo cuando estoy con Maren procuro no tener ninguna ocupación y para eso cambio los turnos de trabajo que hagan falta, o cualquier fecha de una reunión. Mi pareja actual está muy involucrada y le podría decir que cuidara de ella en algunos momentos, pero hago todo lo posible por estar yo también”.
Ser padre no viene con un libro de instrucciones y menos cuando una pareja se rompe. “No es que tenga mala relación con mi ex, pero mantenemos puntos de vista distintos, y muchas veces tienes que preguntar cosas que en una pareja, digamos tradicional, se dan por hechas”.
Dice que en ese ir y venir, los niños tienden a aprovechar al aita o a la ama en su propio interés. “Si en una familia tradicional tratan de sacar a cada progenitor lo que puedan, en el caso de una pareja divorciada o separada es algo que se multiplica, porque frecuentemente la comunicación no es tan fluida como debiera, lo que obliga a estar con mil ojos. Hay que tener cuidado de no darles más de lo que necesitan”, advierte.
Las casquetas de Julen
Se escuchan llantos al otro lado del hilo telefónico. Es Telmo quien pone a prueba su garganta. Nació hace un mes y medio y su padre no puede ser más feliz. “Es lo más bonito que te puede pasar, sin ningún género de dudas”, asegura Borja Legorburu, de 32 años. Desde el 2 de febrero, todas las experiencias positivas de su vida han quedado relegadas. “Estar en el paritorio y verle poco a poco cómo venía al mundo es algo que no se me olvidará jamás”, se emociona.
Duermen poco, horas sueltas, pero sarna con gusto no pica, según dice. “La verdad es que estamos embobados con él”, sonríe sincero. Nadie disfruta despertándose por la noche o saliendo del trabajo por la repentina fiebre del niño. Él afronta todo ello con deportividad, volcado en el cuidado de la familia. “Ahora mismo requiere de una dedicación plena, para cuidar tanto de Telmo como de mi mujer Leire, que también necesita que esté ahí. Es un hijo deseado y la verdad es que tenía muchas ganas de ser aitatxo. Ser padre junto a la mujer que amas es lo mejor del mundo. Hemos solido comentar lo increíble que resulta haber creado vida. ¿Qué más podemos hacer? Es el summum”.
Y si cuidar de un niño ocupa tiempo, hacerlo de tres a la vez es algo más que un reto diario. El azpeitiarra Mikel Odriozola, padre de familia numerosa, aguarda la llamada de este periódico antes de entrar en casa.
Sabe que de puertas adentro empezará el jaleo. Sus hijos, de corta edad, atraviesan etapas bien distintas. Elene cumplirá seis años la semana que viene y, por lo que dice su padre, “se le ve que está cambiando poco a poco y empieza a razonar”. Eso sería pedirle demasiado a Julen, de tres años, que está en la edad de las casquetas. Jakes, de uno, como todavía no habla, cualquiera sabe lo que quiere cuando se pone a llorar. Odriozola, de 35 años, les adora. “Tenemos tres niños que están rebosantes de salud y creo que no se puede pedir más. Es verdad que dejas de hacer la vida de antes. La gente que no tiene hijos igual piensa que exagero, pero al ser padre cambias totalmente, un paso adelante deseado, pero que conlleva un esfuerzo”.
Cuando se le pregunta si sus hijos sabrán valorarlo el día de mañana, contesta con otro interrogante. “¿Los hemos sabido valorar nosotros con nuestros padres?”. Y tras la pregunta una media sonrisa y muchos puntos suspensivos. “Cuando lleguen a la adolescencia ya veremos cómo nos arreglamos, de eso todavía no entendemos. Bastante hay con solventar los problemas del día a día”.
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