En los años 80 los peques que venían nuestra asociación tenían piojos, las zapatillas rotas, el pantalón con agujeros... ahora los niños en situación de pobreza o de exclusión llevan Nike, huelen bien, tienen el pelito impoluto, visten niquis de marca y van tatuaditos, pero tienen unos problemas familiares horrorosos, muchos problemas escolares, no solo académicos, también de adaptación, de comportamiento, de integración, sufren buylling, acoso, aislamiento... eso también es pobreza y muy a menudo va unido a una mala situación económica”. Así resume David Tobal muchas de las situaciones de exclusión social que viven los niños y niñas con los que tratan los educadores sociales en las zonas de Euskadi con menores niveles de renta.
Los niños pobres de los que hablan los informes y las estadísticas son niños de familias en las que los padres se han quedado en paro, las madres buscan trabajo o tienen uno precario, que a menudo tienen que sobrevivir con la pensión de la abuela. Familias que en los últimos tiempos han recortado en todo lo que no sea pagar la hipoteca y comer, y que -como dice Arantxa Gutiérrez- “viven situaciones complicadas”. El trabajo diario de los educadores y los trabajadores sociales permite poner cara a ese 11% de niños de Euskadi que viven en situación de pobreza real o el 18% que sufre ausencia de bienestar. La experiencia de quienes trabajan por igualar, a través de la educación, el ocio y el acompañamiento, la situación de los menores con peores condiciones económicas con la de aquellos que no tienen problemas evidencia que la crisis económica ha asestado un duro golpe a muchas familias. “La tensión que se vive en los hogares por la falta de ingresos se transmite a las criaturas y tiene consecuencias para los niños”, afirma Arantxa.
En el día a día las cifras de pobreza infantil que aportan las ONG y algunas instituciones se traducen en realidades que se pueden ver en las escuelas, en las zonas de juego y en las ludotecas. “Tenemos gente que ha estado en una situación buena y cuando digo buena quiero decir normal: los niños participaban en actividades extraescolares, si necesitaban terapia, un psicólogo o un logopeda, iban, tenían actividades de tiempo libre, vacaciones. Son familias que habían comprado un piso, un coche y cuando uno de los dos o los dos se quedan en paro eso se vive como un golpe que les hace caer”, explica Arantxa Gutiérrez.
Mientras el reciente informe de Save the Children sobre desigualdad infantil habla de “infancia empobrecida” por la reducción de ingresos de las familias de rentas bajas y medias-bajas, así como de los colectivos más vulnerables, Arantxa y David ilustran la teoría con ejemplos que ven cada día de niños con graves problemas de adaptación, con fracaso escolar o con trastornos como la hiperactividad, que están directamente relacionados con las situaciones de depresión y ansiedad que viven sus padres.
Problemas emocionales Las “situaciones complicadas” de las familias se traducen en que los educadores sociales se encuentran ahora con “muchos problemas emocionales de los peques, muchos problemas de salud mental diagnosticados o no, y mucha necesidad de recursos como psicólogos y psiquiatras”.
Que la economía familiar vaya mal “también se traduce en cosas que niños y niñas han tenido que dejar de hacer. Por ejemplo ir a campamentos de verano o a actividades extraescolares. Los que antes iban a música, a fútbol, a baile, como para eso hay que pagar un dinero, lo han tenido que dejar. La gente recorta en el ocio y tiempo libre de los niños, en salir, en llevarles por ahí, en academias privadas o en profesores de refuerzo. En eso se nota”, asegura Arantxa Gutiérrez.
David Tobal, que junto a su compañera Arantxa coordina los diferentes programas de la asociación Gazteleku, opina que los problemas que presentan los menores catalogados como en riesgo de exclusión no han cambiado radicalmente en los últimos años o como consecuencia de la crisis. “No han cambiado totalmente, pero sí se ha abierto un abanico más amplio de problemáticas. Antes la higiene y la falta de recursos económicos eran lo más llamativo y ahora yo veo que entran en juego más factores. Entra lo escolar, que es importantísimo, y la salud mental. Antes nos encontrábamos con problemas de comportamiento, lo que vulgarmente se llamaba el quinqui, pero ahora los chavales tienen otros problemas. Probablemente un crío de estos no acabe siendo un quinqui pero tendrá unos problemas de salud mental tremendos, caerá en el fracaso escolar y más tarde en el fracaso laboral”, indica Tobal. Añade que “a nivel de necesidades básicas, salvo unos pocos casos sangrantes, no vemos problemas de desnutrición ni de acceso a ropa, por ejemplo. En el pasado sí lo hemos visto pero ahora es algo muy puntual”.
Limar diferencias La creciente pobreza infantil en el Estado español -es el quinto país europeo con mayor tasa- ha encendido muchas alarmas, porque cuando la desigualdad socioeconómica afecta a menores no solo se está afectando a su día a día, sino que se limitan sus posibilidades de desarrollo personal en el futuro. Que todos los niños tengan acceso a la educación, a los recursos y servicios básicos y poder crecer en igualdad de oportunidades es vital para la sociedad. De eso saben mucho las personas que trabajan en el programa Caixa Proinfancia y que tratan de salvar esas diferencias socioeconómicas con apoyo pedagógico, atención psicológica -cuando es necesaria-, organización y participación en actividades de ocio y también con ayudas económicas.