El último aizkoragile de Europa
JOSÉ | Ramón Jauregi es el último artesano que fabrica hachas tal y como lo hacía su abuelo hace 90 años
josé Ramón Jauregi mantiene vivo uno de los oficios más ligados a la tierra vasca. Es la tercera y última generación que fabrica hachas de forma artesana, no solo en Gipuzkoa, sino en Euskadi y posiblemente en Europa. “Soy la última persona que fabrica hachas, que yo sepa, de Europa. Lo cual no quiere decir que haya alguno por ahí que sea capaz de hacer una”, apunta este experto de la fragua.
Lo suyo le viene de familia, pues sus allegados llevan 90 años instalados en el taller que poseen en Urnieta. Su abuelo fue el precursor, su padre el sucesor y Jauregi ha pasado ya 40 años creando estas herramientas para la madera. Aprendió en casa. Como hijo mayor, ayudaba a su padre a pulir y a limpiar las piezas, y poco a poco comenzó haciendo pruebas y obteniendo algún “desastre”. Después de realizar el servicio militar, decidió continuar con la empresa familiar “hasta hoy”. “ Si tuviera ahora 19 años volvería a hacer lo mismo. No me arrepiento de continuar con el hacha”, destaca.
No obstante, a lo largo de estas décadas el mundo del hacha ha evolucionado y ya poco tiene que ver la rutina que llevaba a cabo su abuelo con la suya. Para empezar, al principio, en el taller de los Jauregi también se hacían trabajos de herrería, como arreglar cadenas y azadas para los baserritarras. Pero una vez que llegó el tractor, muchas herrerías comenzaron a fabricar balcones para las casas, mientras que este taller familiar se mantuvo fiel y se centró exclusivamente en las hachas desde hace ya más de 40 años.
La técnica y los materiales también han variado. De hecho, Jauregi apunta que “si tuviéramos que hacer las hachas como se hacían entonces, no seguiríamos haciéndolas”. Los aceros, la maquinaria y la experiencia adquirida se traducen en que, en la actualidad, Jauregi puede forjar 30 o 40 haces en una hora. Sin embargo, “hace 50 años, como hacía mi padre, se necesitaban dos personas y en una hora en la fragua se hacían cuatro hachas”, recalca. Además, ahora adelanta este “duro trabajo” mediante un sistema de moldes, para después continuar con el proceso de afilado, templado y pulido, que “se hace prácticamente como antes”.
“Lo que cuesta hoy en día es la mano de obra, no el material, como antaño”, indica. Y es que un hacha de leña puede alcanzar los 60 euros, una de podar unos 30 euros, las hachas inoxidables ascienden a 80 euros, y por último, aquellas de competición valen 250 euros. Este último tipo es más caro por su forma especial y el acero y el mango, que son distintos a los demás.
De caseros a coleccionistas
La más vendida es el hacha de leña, que es la típica vasca, con poca curva, lo que llaman boca de luna. “Era la que usaban los antiguos carboneros, que iban a las herrerías e iban escogiendo la forma”, detalla. Es muy distinta a las hachas que hay en otros países. Tanto es así, que Jauregi explica que se están haciendo estudios sobre cómo llegó a Estados Unidos, a través de los balleneros vascos y los jesuitas.
Por otra parte, otra pieza especial que elabora es el hacha para cortar carne de acero inoxidable, que cumple con los requisitos de sanidad.
Internet y el cambio de necesidades ha revolucionado el mercado de los clientes. Mientras que antaño eran los caseros quienes tocaban la puerta del taller para adquirir hachas, ahora lo hacen los coleccionistas mediante la página web de Jauregi. Entonces, también funcionaban las ferias anuales, como las de Santa Lucía o Santo Tomás, o las semanales, que brindaban la oportunidad a los agricultores de los alrededores de comprar herramientas.
Más tarde, aparecieron las ferreterías, donde podía encontrarse “de todo”, pues las herrerías les proveían. “Y lo que hay ahora son cooperativas agrícolas donde te venden herramientas”, añade. Pero la “última revolución”, que llegó de dos años a esta parte, son los coleccionistas internacionales que encargan las hachas “de una en una” sobre todo desde Estados Unidos y Europa.
Jauregi no tiene un sucesor para preservar esta profesión artesana. “Si me muero mañana, no hay nadie”, afirma y lo achaca a que hoy en día se pretende tener “un trabajo seguro, ganar bien y echarle pocas horas”. Y la fabricación de hachas es “todo lo contrario”, entonces “o te gusta o te olvidas”, recalca, porque es “duro y todo manual”. Aún así, confía en que el interés por esta herramienta, “a punto de desaparecer”, resurja. Y anuncia que tiene un hijo que conoce el oficio, “o sea que nunca se sabe”, dice con esperanza.