donostia - “Cuando llegué aquí en enero esto parecía la selva. La hierba tenía la altura de los árboles”, bromea Javi Urkia. Este joven, usuario de la Asociación guipuzcoana de Familiares y Enfermos Psíquicos Agifes, es una de las 24 personas que diariamente trabaja las huertas de Karabeleko, un terreno experimental situado en Hernani que conjuga la agricultura ecológica y la inserción psicosocial.
En esta finca se producen una amplia selección de hortalizas y plantas culinarias, tanto autóctonas como exóticas, todas ellas en cultivo ecológico. Además, se analizan el cultivo de 35 tipos de cebollas, de 60 tomates, 20 variedades de berenjenas, así como pimientos, lechugas y plantas de hojas comestibles. De esta forma, el proyecto tiene un triple objetivo: promover los valores de la agroecología, visibilizar la realidad de las enfermedades mentales y fomentar la colaboración entre asociaciones.
Con este fin nació hace apenas un año Karabeleko, una asociación sin ánimo de lucro formada por las entidades Agifes, Blasenea y Kimu Bat. Aprovechando unos terrenos que la primera tenía en Hernani y que se encontraban abandonados, se decidió crear allí una finca experimental. “En este amplio espacio se analiza el comportamiento de las diferentes especies y variedades hortícolas y de otros productos para poder asesorar a los productores ecológicos de la vertiente cantábrica. Al mismo tiempo, Karabeleko funciona como centro de rehabilitación psicosocial para personas con enfermedad mental y otros colectivos en situación de exclusión”, explicó ayer el responsable de Blasenea y presidente de la asociación Iban Sabalza.
De esta forma, las huertas de Karabeleko emplean actualmente a un total de 24 personas en riesgo de exclusión social que trabajan “de forma voluntaria y comprometida” en las huertas. “Además de usuarios de Agifes, un grupo de reclusos de la cárcel de Martutene viene una vez a la semana de la mano de Iresgi -el Instituto Vasco de Inserción Social y Victimología-”, informó la gerente de Agifes, Ruth Encinas.
Javi Urkia es uno de los veteranos en Karabeleko. Llegó en enero, cuando las malas hierbas y las zarzas habían dejado escondidos los invernaderos construidos anteriormente por Agifes. Al igual que otros compañeros, le tocó afanarse por desbrozar todo el terreno y adecentarlo para permitir el cultivo. “Era mucho trabajo y muy difícil”, recordaba. Sin embargo, ese duro trabajo comienza ahora a dar sus frutos. “Plantamos y recogemos . Trabajamos en equipo y estoy muy contento”, declaraba Urkia. Al igual que él, otros participantes del proyecto como Arkaitz Velasco o Eider Rebollo también plasmaban su alegría de participar en esta experiencia.
Ahora, el principal reto que afronta la finca de Karabeleko pasa por convertirse en un proyecto autosuficiente. Para ello, según explicó Iker Goikoetxea, técnico de Kimu Bat, se están desarrollando “diversas vías de comercialización basadas en la proximidad con el cliente”. Así, la finca cuenta actualmente con un espacio de venta de 640 metros cuadrados en el que se ofrecen “plantel hortícola, plantas culinarias, ornamentales y aromáticas, tanto autóctonas como exóticas, así como hortalizas, semillas, frutales, abonos, insumos y herramientas”, enumeró Goikoetxea. Además, el proyecto cuenta con un “grupo de consumo de alrededor de 70 familias al que distribuye semanalmente productos de temporada”, y ha llegado un acuerdo de abastecimiento con dos restaurantes.
Karabeleko se afana ahora en fidelizar a los clientes existentes y encontrar nuevos para mantener vivo el proyecto.