"YA viene/ mayo florido, ya viene/la primavera; ya se marchan/a los barquillos, los zorros/de La Gurueba?". La cancioncilla la cantaba la abuela Cion, una pasiega de Guzparras que nació en Francia, adonde sus padres marcharon a vender barquillos hace muchísimos años, según cuenta Ramón Villegas.

Barquilleros, heladeros? hombres y mujeres que aprendieron el oficio en el valle del Pas y se establecieron con sus negocios en localidades de Cantabria, Bizkaia, Gipuzkoa e incluso Francia. Labradores que con sudor roturaron la tierra en la que vivían, trabajadores de impulso, gente valiente que salió a la ventura hacia otras tierras en las que percibían una vida mejor. Emilio Martínez nació en 1911 en La Sota, municipio cántabro de San Pedro del Romeral (valle del Pas). Jovencito, con seis años comenzó a trabajar de pastor en Luena, con nueve marchó a Zarautz a vender barquillos y ahí comenzó su particular rosario laboral.

Emilio lo tenía claro: él quería ser barquillero, como muchos pasiegos, así que cuando tuvo la oportunidad, compró el negocio de barquillos a Ángel Escudero y se lanzó con lo puesto a buscarse la vida, llegando a Bergara en 1929. Emilio superó episodios como la quema por los franquistas en Santander del pequeño automóvil con el que trabajaba; tragó sinsabores y volvió a empezar desde cero en el trabajo que le gustaba. Finalmente, el barrio bergarés de San Antonio fue feudo de Emilio y su Helados Harindondin que, con el tiempo, se convertiría en santo y seña, en uno de los emblemas que, junto a la ermita y don Serafín Esnaola, han marcado al histórico barrio.

Emilio, con sus sempiternos zuecos de madera, trabajó duro en su lonja. Conoció perfectamente las descarnadas rampas del puerto de Deskarga, por donde subía para ir a Legazpi los fines de semana en su triciclo de piñón fijo, la caja delantera repleta de golosinas y el bombo lleno de barquillos a su espalda. Me gustaría verles de esa guisa a los Loroño, Carmelo Morales, Antón Barrutia o ciclistas de renombre de la época.

Localidades como Oñati, Soraluze, Elgeta, Arrasate, Eibar y un sinfín de romerías eran bien conocidas por Emilio. Su esposa María, que llegó a Bergara en 1950, fue pieza clave de esta historia de superación y trabajo. El obrador donde se elaboraban los riquísimos barquillos y los helados era como mentar aquella fábula de Samaniego: "A un panal de rica miel, 2.000 abejas acudieron?". Cuando Emilio Martínez, Harindondin, finalizaba sus tareas, decenas de niños y niñas del barrio se acercaban, atraídos por los dulces aromas, a la puerta de su obrador a por apurrak que el bueno de Emilio y su esposa María repartían.

hacia san antonio Aquello era una auténtica fiesta infantil reservada solamente para niños y niñas del barrio, y que los del centro del pueblo ni siquiera imaginaban, ni olían la suerte de los sanantoniotarras.

La fiesta del barrio fue siempre muy sonada. En sanantonios se tiraba la casa por la ventana y Emilio se esmeraba más, si cabe, en el trabajo. Los tres bares echaban chispas, la Banda de Música animaba la fiesta con sus bailables y el barrio se convertía en una auténtica jarana.

El entonces director de la Banda de Música de Bergara, Miguel González Bastida, compuso una marcha que tituló Hacia? San Antonio, una diana alegre que servía para despertar al vecindario. Una melodía que compuso en una noche de fiesta sanantoniotarra al piano de La Parrilla, de las hermanas Pilare, Urbana y Rosario. "Componer la diana y, al día siguiente, a las siete de la mañana, ensayo en el Espolón y ¡hala! Hacia? San Antonio", rememoraba Miguel.

Era la época dorada de este simpático enclave, cuando el barrio rezumaba animación y la Algodonera San Antonio se volcaba, junto a pequeñas empresas, en el mantenimiento de la fiesta. La prueba ciclista se mantiene desde hace 77 años (XIII Memorial Honorio Agirregabiria) y ahí, junto a la meta, Helados Harindondin estaba siempre al quite.

modernidad Y llegó la modernidad en 1961 con la furgoneta DKW. Ya no se usaba el bombo de barquillos ni su ruleta de la suerte. Emilio suspiró, respiró algo más tranquilo. Se acabaron las andanzas por aquellos caminos de Dios con todo a cuestas, aunque los sudores llegaran todos los meses en forma de "letras de cambio". La chocolatera en la que Emilio asaba las castañas, los carros para el helado, el material del obrador? todo, de la noche a la mañana, se convirtió en historia y la DKW marcó otra etapa. En 1985 se compró otra furgoneta aunque Emilio apenas la disfrutó porque falleció en 1989.

Para entonces, Miguel Ángel había cogido el relevo a su padre y en 2003 llegó otra camioneta, más cómoda, con la que recorre medio Euskadi y parte del extranjero. María, a sus 86 años, agradable como siempre, está al loro de lo que ocurre a su alrededor y vigilante con sus hijos, María Ángeles en su peluquería de San Antonio, y Emilio Jesús y Marcos en sus trabajos. A Farin, como se le conoce cariñosamente a esta familia, se le abre el abanico de los sanantonios por lo que, seguramente, optará por trabajar en su barrio. Hay que hacer honor al santo. ¡El barrio es el barrio!