"Es tremendo, te vas ahogando, te vas muriendo"
Una mujer se atraganta con un trozo de carne y salva la vida gracias a la traqueotomía que le practica un médico con un bolígrafo en un restaurante donostiarra
mARI Luz Olarán trata de sobreponerse estos días a la experiencia más dramática que ha conocido en sus 78 años de vida. Dice ella que no había llegado su hora, pero la muerte, como le ocurre a esos toreros que se exponen a los pitones mortales de los morlacos, le rozó bien cerca. Un trozo de carne se cruzó en su vida. Carne de ciervo, para más señas. "Es horrible, tremendo. Ver que te estás ahogando, que te mueres sin poder hacer nada", detalla con desespero esta vecina de Donostia que, casi octogenaria, ha vuelto a nacer.
¿Y por qué no pruebo hoy ciervo? La tragedia comenzaría a mascarse poco después de esa inocente pregunta que Mari Luz Olarán se hizo a sí misma hace dos semanas, sentada a una de las mesas del restaurante La Espiga de Donostia. La pregunta tenía su aquel, su miga, algo de apuesta arriesgada en una mujer que, por lo general, gusta del carpaccio por lo sencillo que resulta ingerir las finas láminas de este alimento.
Pero un día es un día, debió pensar. Y acompañada de su hija, decidió darse el homenaje en una comida más de tantas para estas dos clientas habituales de La Espiga, fieles como pocas en su cita dominical. "Sabía que es carne muy dura, pero me animé", reconoce a este periódico desde su hogar, donde descansa tras el susto de su vida esta mujer de voz meliflua y juvenil a pesar de su avanzada edad.
El reloj marcaba las 14.15 horas. Comienza entonces la pesadilla. "Me introduje en la boca un trozo de ciervo, y se me quedó atravesado. No había manera de sacarlo por más que lo intenté. Recuerdo que llegó un momento en el que dejé de respirar", relata, todavía sobrecogida por el "macabro" suceso.
Una honda preocupación comenzaba entonces a cruzarse en los rostros de cada uno de los comensales. Clientes que, bajo un ambiente distendido de fin de semana, ocupaban la planta baja del restaurante. Hasta que el ambiente se congeló. ¿Quién podía seguir entregado a la sobremesa ignorando el drama que asomaba en aquel rostro? Una mujer se estaba ahogando en la mesa de al lado. ¿Pero quién podía hacer qué? Olarán llevaba un rato sin respirar.
Fue entonces cuando uno de los asistentes tomó la iniciativa, se acercó a la mujer y trató de ganarle la partida a la muerte practicándole la maniobra de Heimlich, procedimiento de primeros auxilios para desobstruir el conducto respiratorio mediante compresión abdominal. El esfuerzo no daba el resultado apetecido. Olarán siente estos días como si le hubieran dado una paliza porque, en aquellos dramáticos instantes, su cuerpo exangüe se mecía como un muñeco. Un hilo de vida que se apagaría en breve. "Me dieron un buen repaso para que comenzara a respirar", sonríe la mujer, que habla de oídas puesto que para entonces ya había perdido el conocimiento, que no recuperaría hasta ser atendida en la ambulancia.
gritos y angustia
"¡Necesitamos un médico!"
Pero quedaba para ello todavía media hora interminable, dramática, "truculenta", como la define ella. Los gritos no tardaron en llegar. "¡Necesitamos un médico!, ¡necesitamos un médico!". La mujer comenzaba a apagarse, y la angustia se propagaba por las cuatro paredes del restaurante. En una alocada carrera, hay quien subió de cuatro en cuatro las escaleras en aquellos tensísimos instantes para pedir ayuda entre los clientes que se encontraban en la parte de arriba, junto a la barra del bar.
Olarán tuvo estrella. Su ángel de la guarda se llama José Mari Bakero, que no guarda ninguna relación con el histórico futbolista de Goizueta. Ajeno a la tragedia, este médico del Hospital de Mendaro había entrado casualmente en el bar unos minutos antes, cuando a punto habían estado de marcharse a casa él y su mujer. ¿Y si tomamos unos pintxos?, se dijeron. Gracias a Dios, lo hicieron.
Es entonces cuando el médico escucha los gritos y advierte que algo está ocurriendo en el piso de abajo. No tarda un segundo en acercarse. "Soy médico", se presentó, tumbando sobre el suelo el cuerpo desfallecido de la mujer. Bakero solicitó entonces un cuchillo de cocina y no le tembló el pulso a la hora de practicarle a Olarán una incisión, a la altura del cuello, para extraer el maldito trozo de ciervo que se interpuso en la vida de esta donostiarra.
traqueotomía de urgencia
Con un bolígrafo Bic
A continuación pidió un bolígrafo Bic, le quitó la carga de tinta, y le practicó una traqueotomía de urgencia que concluyó con éxito. "Creo que cualquiera habría hecho lo mismo", reconoce el hombre, un tanto abrumado estos días por los parabienes y felicitaciones que cosecha tras su heroico comportamiento.
Tras llamar al 112, la ambulancia no tardó en presentarse. Olarán fue asistida de inmediato y sus constantes vitales comenzaron a animarse. Fin feliz de la historia. Diez días después de haber salido indemne de lo que parecía muerte segura, reconoce que tiene "el cuerpo molido", pero dice estar muy contenta.
Tanto, que la familia no ha dudado en invitar a Bakero a comer al restaurante Arzak, del que Olarán ha sido decoradora durante muchos años. El testigo lo ha cogido ahora su hijo, quien ha cursado la invitación.
El médico, entretanto, tiene hoy previsto visitar a su paciente. "La verdad es que tengo ganas de verla. Al fin y al cabo, le hice una incisión, y además de charlar con ella quiero ver cómo está ese cuello", detalla el facultativo con celo profesional. Por lo demás, el médico más importante en la vida de la donostiarra intenta estos días pasar página. "Lo que hice yo, lo habría hecho cualquiera".
no olvidarlo
"Que no quede en anécdota"
Olarán ha llevado desde entonces en el cuello una tirita que ayer le quitaron. A partir de ahora, esa pequeña cicatriz que verá cuando se mire al espejo le hará recordar a buen seguro lo que nunca debe hacerse al ingerir alimentos. "Es importante que todo esto no quede en una anécdota. A veces, te atragantas porque te pones a hablar demasiado, o te has metido a la boca trozos de carne demasiado gruesos", admite ella, en un ejercicio de autocrítica y responsabilidad asumido tras el coqueteo con la muerte.
¿Por qué no tomamos unos pintxos? Gracias a aquel giro del destino, gracias a que Bakero y su mujer se dijeron que sí, y entraron en La Espiga, Olarán puede contarlo. La mujer es consciente de que "tres o cuatro minutos más tarde", todo se habría apagado para siempre. Pero aquel domingo tuvo estrella. Una estrella llamada Jose Mari Bakero.
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