El último vuelo de Duffy
Amigos del piloto de 53 años afincado en Donostia, que falleció el sábado tras caer con el parapente al mar en Orio, siguen sin explicarse lo ocurrido. Resaltan que eran un hombre muy prudente.
ERA una tarde de viento cruzado del Oeste, de esas que por muchas ganas que se tenga de tomar vuelo, lo mejor es plegar y aguardar a mejor ocasión. Una cuestión de sentido común de la siempre hizo gala durante sus 53 años de vida Tony Duffy, el piloto inglés afincado en Donostia, que acabó perdiendo la vida el sábado al caer con su parapente al mar en la costa de Orio. Nadie lo comprende. "No era de los que arriesgaba, no sabemos qué le pudo pasar", sopesaba ayer, todavía consternado por lo ocurrido, José Mateos, profesional del sector y amigo de la víctima desde hace años.
Sobrevolaba en el entorno más cercano del piloto fallecido un indisimulable malestar por las noticias recogidas en torno al suceso. Inglés de nacimiento, lo cierto es que Duffy llevaba muchos años residiendo en Donostia como un paisano más. No era ni mucho menos un turista de paso. Sabía lo que hacía cada vez que se descolgaba por los impagables parajes del litoral. "Cualquiera puede pensar que se trataba de un inconsciente que no sabía dónde se metía", recalcaba dolido su compañero. Nada más lejos de la realidad.
Profesor de inglés en la academia Lakunza, Duffy era de esos tipos afables y campechanos, de cierto carácter tímido. Ese tipo de personas que rehuyen las discusiones y prefieren poner tierra de por medio con tal de no pronunciar una palabra más alta que otra. Eso sí. A pesar de sus largos años lejos de su localidad natal, no había conseguido desprenderse de ese marcado acento de su país que se graba a fuego.
Viento incómodo
Peligro en los acantilados
El parapente era una de sus pasiones, aunque no se entregaba a ciegas. Sus amigos recalcan que era un deportista muy seguro, y que cada vez que la más mínima anomalía le hacía sospechar que quizá las cosas podían torcerse, lo dejaba para otro día. "El viento oeste era incómodo a más no poder esa tarde, por eso cuesta creer que se animara a volar", resalta Mateos, que lleva más de una década dedicado al paramotor de modo profesional. El accidente se registró a las 18.00 horas cuando la víctima, que pilotaba un monoplaza, perdió altura por causas que se desconocen hasta caer a los acantilados de la costa de Orio.
Parapentistas que conocen bien la zona explicaban ayer a este periódico que tardes como en la que tuvo lugar el accidente resulta muy complicado aterrizar en la playa de Orio, donde se suele hacer de manera habitual, porque el viento frena mucho. Sus amigos sospechan que debido a las rachas que soplaban en ese momento no pudo alcanzar la playa. "Quizá, por no arborizar en los pinos antes de llegar a la playa de Orio, tomó la peor decisión intentando bajar a la orilla del acantilado, con tal mala suerte de que había olas de cuatro metros. Quizá se juntaron las dos cosas", constataba su amigo.
Algunos aficionados del sector se plantean estos días que quizá haya llegado el momento de empezar a utilizar chalecos salvavidas cada vez que sobrevuelan la costa.
Fuentes de la Ertzaintza informaron de que fue necesaria la intervención de varios submarinistas ya que el cuerpo de la víctima se hallaba enredado entre las cuerdas y la tela del parapente a merced de las olas, en la zona de acantilados de Anarri.
Mateos, buen conocedor de los peligros que encierran estas prácticas, explicaba que el modo más seguro para aterrizar en el agua es "soltarse de la silla y caer sobre la superficie sin el parapente". De lo contrario, precisaba, resulta "muy peligroso".
El cuerpo del hombre fue trasladado hasta una explanada próxima al campo de fútbol de Orio, donde los sanitarios sólo pudieron certificar su fallecimiento.
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