donostia. Lo primero que se propuso al abordar el trabajo fue huir de estereotipos. Nada de mujeres en falda corta dejando caer insinuaciones y miradas cautivadoras. "Quise ir un poquito más allá, mirarlas como personas", precisa Campillo, que incluye junto a las fotografías, que se exponen hasta el sábado, el testimonio directo de estas mujeres.

¿Qué es lo que más le llamó la atención al recabar sus testimonios?

Su baja autoestima, el daño psicológico que produce este mal llamado trabajo. Cada vez que comienzo un reportaje lo abordo con todos los prejuicios de la sociedad, pero es cierto que a medida que conoces a la gente van cayendo, uno tras otro, todos los tópicos. Gracias a este trabajo descubrí que ejercer la prostitución causa un daño psicológico muy fuerte, irreparable.

¿Qué mensaje le trasladaron ellas?

Me llamó poderosamente la atención lo que me dijo una de las mujeres al acabar la entrevista. Me preguntaba a ver cómo trataría a una prostituta la próxima vez que estuviera frente a ella. A pesar de que le respondí que no todos los hombres vamos con prostitutas, ella no daba crédito. Juraba y perjuraba que todos los varones tienen una necesidad sexual que satisfacer con ellas. Es un mensaje que han interiorizado, una vida de abnegación. Quizá lo más dramático en su día a día es que son muy maltratadas, no sólo desde el punto de vista físico sino psicológico. Asumen que los hombres vienen a hacer con ellas lo que no hacen con sus mujeres.

¿Qué percepción tienen del hombre?

Una de ellas me lo dijo claramente. Que ya no creía en el amor, que era imposible que se fuera a enamorar de un hombre en el resto de su vida. Si estaba con una pareja, decía, era por no estar sola, por tener compañía. Son testimonios que recoges de primera mano y sorprenden. Esta misma mujer me confesó que le pagaba las prostitutas a su hijo.

¿Por qué?

Respondía que su hijo tenía sus necesidades y que había que satisfacerlas.

¿Cree que el mundo de la prostitución es siempre así? ¿No hay otras realidades, mujeres que ejercen por decisión propia sin mayores sufrimientos?

Estoy generalizando y quizá existan otras realidades, pero la mayor parte de la gente con la que he hablado responde a ese perfil. Son personas sorprendidas por los designios que han experimentado sus vidas. Te confiesan que jamás habrían pensado acabar ejerciendo la prostitución. Es mucho dinero el que ganan, pero es un dinero envenenado.

¿Las mujeres con las que habló eran extranjeras?

Unas de ellas era española, de 60 años. En un contexto de postguerra y por falta de estudios se vio abocada a este mundo.

¿La prostitución un trabajo?

Me cuesta verlo como tal cuando genera esos daños psicológicos y esos niveles de marginación. Además, no podemos obviar que hay una relación de fuerza de ese hombre que tiene el dinero y es el que manda. Por eso me cuesta entenderlo como un trabajo. Es más bien un caso de explotación.

¿Las mujeres con las que habló se planteaban la posibilidad de abandonar ese mundo?

Lo veían francamente muy difícil. Es un dinero que se gana relativamente fácil, y además el estigma social es muy grande, no sólo por lo que piensa la sociedad de la prostitución sino por cómo se ven a sí mismas.

¿Cambia mucho la visión que se tiene de una prostituta cuando se le conoce de cerca?

Las entrevistas las planteamos sin prisas, con toda la tranquilidad del mundo. Normalmente, para el primer encuentro con ellas iba sin cámara. Los encuentros se producían en una cafetería, y era curioso comprobar cómo, en la medida que ganaban en seguridad, se iban confiando poco a poco. En este tipo de encuentros, al principio las mujeres suelen hacerse llamar por seudónimos, pero llega un momento en el que se abren y te cuentan sus conflictos interiores. Se acaba generando un ambiente de complicidad. Están tan acostumbradas a que nadie les haga caso, a que nadie les escuche que se sorprenden una barbaridad cada vez que alguien les presta un poco de atención.