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Anatomía de un atunero

Se retiró de la circulación en los 90, pero sigue siendo una puerta abierta para conocer el legado marinero, sus gentes y caladeros. La bonitera "Mater", atracada en Pasaia, descubre su labor como buque escuela con laboratorio.

Anatomía de un atunero

cINCO metros escalera abajo hacia el rancho de proa. La luz del día se filtra hacia los catres donde dormían los arrantzales del Mater, rodeados de atunes y desvelos por el constante batir de las olas. Imaginar una noche allá en la mar, en estas condiciones, incomoda, resulta un tanto asfixiante. Las tripas de esta bonitera, con sus acabados en madera de guinea, dejan reminiscencias de la infancia, como si se acabara de rescatar alguna historia de piratas o los escritos de Víctor Hugo, referencia mucho más cercana. No resulta nada extraño que aquel romántico novelista francés quedara enamorado en 1843 de su visita a Pasaia, donde nos encontramos.

En estos días en los que el mar no deja de ser fuente inagotable de controversia, ahora por los ataques de unos piratas en el Índico que nada tienen con ver con los que ideó Stevenson, este periódico ha querido respirar el aroma salado y conocer de cerca en qué condiciones desarrollan su tarea diaria los arrantzales.

Para ello, qué mejor que visitar el Mater, una bonitera tradicional, de 33 metros de eslora y algo más de siete de manga, atracada junto a la motora que une Pasai San Pedro con Donibane. Un barco de dimensiones mucho más modestas que las de esos atuneros de pesca industrial que faenan por el Índico; diferencias, en todo caso, diluidas por la inmensidad del mar. "Ésta es la primera bonitera que contó con una ducha, y estamos hablando de los años 90. Cualquiera puede imaginarse el olor que habría aquí adentro", bromea Izaskun Suberbiola desde los catres de los arrantzales, a unos metros de la bodega donde se guardaba el pescado.

primer buque escuela

Legado marinero

Esta joven, formada como patrón de altura, nos guía en un recorrido apasionante por el casco de este atunero, que desde 2005 es el primer casco reconvertido en buque escuela. La familia Etxegoien, de Getaria, no lo dudó un instante cuando el Gobierno Vasco les echó la caña poniendo sobre la mesa una subvención del 60% para aquellos armadores que quisieran hacerse con nuevos barcos de tecnología más puntera a cambio de desguazar el suyo, o donar el casco a quien pudiera tener interés en ello.

La Asociación Itsas Gela, una cuadrilla de lobos de mar sanjuandarras, tampoco se lo pensaron dos veces y mordieron el anzuelo, viendo en este buque la oportunidad para dar a conocer el legado marinero de Pasaia. Tras unos retoques de Alfonso Suberbiola, el propulsor de la iniciativa, el barco está abierto hoy en día para todo aquel que tenga interés en conocer la vida de mar. "Barcos de altura como el Alakrana utilizan redes de cerco para pescar atunes. Están meses en la mar. En éste, de bajura, como mucho se faenan dos semanas. Aquella es una pesca mucho más industrial, siempre a la búsqueda de cardumen de pescado", explica Lierni García, otra de las guías, a todo aquel interesado que pregunta por los diferentes sistemas.

Y así, uno imagina a los 18 arran-tzales que en su día se enrolaron en el Mater repartiéndose la tarea, como hoy en día hace la tripulación de cualquier barco de bajura. Unos echando la red de cerco a babor, para hacerse con verdeles, sardinas o chicharros, y empleando a estribor la técnica de cebo vivo para pescar esos bonitos del norte tan voraces, atraídos por los chorros de agua que parecen hervir la superficie marina, sobre los que no dudan en lanzarse los atunes. "Se forma como un xirimiri y parece que hay un cardumen de peces", asegura Suberbiola.

en la cocina

Adiós a la época dorada

La charla prosigue en la cocina del barco, donde el patrón, segundo de abordo, cocinero, maquinistas y marineros se turnan para llevarse algo a la boca sin descuidar el timón. Un microondas, un pequeño televisor y una fotografía del Mater saliendo del puerto de Getaria en otro tiempo presiden este pequeño habitáculo de tres metros cuadrados, en el que el espacio está aprovechado al extremo.

Suberbiola prosigue su apasionado relato, y de fondo se oye el batir de cascos, alguna que otra charla entrecortada de arrantzales que hoy pisan tierra, y el constante ir y venir de la motora de San Pedro a Donibane y viceversa, con más trasiego que el acostumbrado por el puente festivo.

Pasaia dejó atrás la época dorada de la pesca del bacalao en Terranova, la década de los 60, cuando la Pisbe, la empresa bacaladera más importante, no dejaba de hacer dinero. Lejos está aquella imagen, con unas parejas que hoy se cuentan con los dedos de una mano, pero es mucho el legado que deja. "En eso nos empeñamos, en trasmitir cómo viven nuestros pescadores, en fomentar el respeto por el litoral", detalla Suberbiola.

Le seguimos hacia el puente de mando, donde García se hace con el timón de madera y el hidráulico. "Siempre dirección respecto al norte", indica la joven, con la brújula a un lado y la carta náutica para tomar la dirección deseada. En ella figura un análisis detallado de las profundidades, el tipo de fondo, con una a inscrita para indicar los bancos de arena que hay en la singladura y una p para advertir el fondo. El barco hoy no zarpa, pero sí suelen realizar salidas a la mar, siempre con un itinerario a medida para ocho personas, aunque siguen las conversaciones con Capitanía Marítima para poder aumentar la tripulación de pasajeros, según relatan.

Apenas dos metros detrás del timón se ubica el cuarto de derrota, donde el patrón diseña la ruta que deberá seguir. Guarda aquí también el diario de navegación, registro de los avatares de cada jornada. "Si por cualquier circunstancia se estropea el GPS, suele utilizarse el sextante", explica la patrona con el artilugio en sus manos que, bien utilizado, permite conocer la ubicación de la embarcación valiéndose de las estrellas como referencia.

el botiquín

Cuidado con el oleaje

Es aquí donde el capitán se retira a descansar, en su catre, junto a la cama de su ayudante. Resulta curiosa la disposición del botiquín, de obligado cumplimento en toda embarcación, dividido en una serie de pequeños cajones enumerados para evitar cualquier malentendido respecto a la medicación a tomar. Suberbiola toma el mando. "Si hay oleaje, por aquí baja toda la tripulación", advierte. La joven abre una trampilla por la que se cuelan los marineros cuando los embates del mar se convierten en un insoportable infierno.

El barco ha experimentado alguna que otra modificación para convertirlo en el buque escuela que es hoy. Lo que en otro tiempo era el habitáculo que acogía la bodega de popa, donde se estibaba el pescado, es hoy el espacio en el que se ha construido un laboratorio, en el que los escolares que visitan el barco aprenden lo importante que resulta cuidar el litoral para preservarlo. "Junto a las estrellas de mar y cochas les enseñamos plásticos, para que sepan lo que nunca hay que tirar". Suberbiola asegura que es un mensaje que a los críos se les queda grabado a fuego. Al fin y al cabo, el futuro del litoral marino depende en buena medida de la toma de conciencia de estos chavales.