indignación, decepción, tristeza, sensación de indefensión, cabreo, irritación, enfado, incomprensión, sorpresa, incredulidad... Es fácil imaginar cómo reaccionó ayer Irun ante la noticia del "no culpable de asesinato" que empezaron a rebotar los medios de comunicación a última hora del mediodía. La localidad que vio nacer a Nagore Laffage ha estado pendiente de su caso desde el principio y ayer no fue ajena al veredicto que culpabilizó sólo de homicidio al autor de su crimen, José Diego Yllanes. El municipio se ha implicado, se ha involucrado, se ha volcado con su familia. Y ayer, claro, no fue ajeno al veredicto. No fue indiferente a un resultado que considera a todas luces injusto y carente de explicación lógica. Irun, como era de esperar, estalló de rabia.
"¡Qué barato sale matar a una persona!", lamentaba desde la más absoluta desesperanza, y entre muchas otras personas, Amaia Casado, una donostiarra de 44 años afincada en Irun y que a media tarde transitaba por la plaza San Juan. "Supongo que lo apelarán, pero si finalmente se queda así, él saldrá de la cárcel en muy poquitos años. Todavía en plena juventud, volverá a estar en la calle y podrá rehacer su vida normal, cuando ella está bajo tierra. No me parece suficiente castigo. Desde luego, yo pensaba que se iba a conseguir más, que se le iba a condenar por asesinato", señalaba.
Y su opinión era general. "Me he quedado muy sorprendida porque creo que es culpable de todo. Cualquiera lo puede ver. Creo que le va a salir demasiado barato. Y no hay derecho", añadía, por ejemplo, María Luisa Sanz, de 70 años e igualmente vecina de Irun. En su opinión, el hecho de que Yllanes se haya arrepentido y haya pedido perdón por lo sucedido "no le hace dejar de ser culpable de todo". Una visión similar a la que ofrecía su nuera, Ainhoa Elizondo, de 31 años. "Para mí es un asesinato. Todo es intencionado".
Irun entera criticaba la decisión de los miembros del jurado. "Hay gente a la que por casi nada se le aplica una pena larguísima y otra a la que, por hechos tan graves como éste, no se le juzga como se debe. Una cosa es que alguien, sin querer, le dé un golpe a otra persona y ésta se caiga y se muera. Pero cuando se reincide en un hecho, cuando se ve que incluso se le ha cortado un dedo... Eso es otra historia", comentaba, por su parte, Malen Rubio, irundarra de 37 años, que recordaba además que el acusado "no está loco, sino completamente cuerdo". "Cualquier persona que mata a alguien, y viendo lo que ha pasado en este caso, tiene que pagar. Y no puede ser que porque tengan dinero sus padres o porque sea gente un poco conocida se le trate de otra manera", añadía, tocando un tema, el de los recursos económicos de la familia de Yllanes, que fue abordado también por otros vecinos como factor influyente en el resultado.
"La chavala ya no vuelve. ¿Y a él cuánto le va a caer? ¿Cinco años? ¿Siete años? Y luego, que si buena conducta, que si ya lleva uno y medio... Siendo gente de dinero y conocida, además, como mucho en dos años está en la calle. Todas esas cosas influyen", indicaba Germán Sagredo, el marido de Malen. Criticaba, además, que se considere al alcohol atenuante. "Es la excusa de siempre. El alcohol, las drogas... Los casos terminan siempre igual. Al final resulta gratis", agregaba.
"La madre de Nagore tenía razón en decir que la de él es una familia influyente y se iba a salir con la suya. Yo esperaba que la Justicia fuera justa pero veo que sigue en su línea y no lo es. Resulta que si te pillan borracho en coche el alcohol es agravante y si has matado a una persona es atenuante. No es justo. Como no tiene antecedentes, en cuatro días estará en la calle y en cinco años se le habrá olvidado", apuntaba Ana Solanilla, de 41 años.
Junto a ella, María José Lozano, de 40 años, y Ainara Berrondo, de 29, tampoco ocultaban su indignación. "La rabia es total. Si este chico sale de la cárcel y en otros Sanfermines se agarra otra borrachera y pasa otra vez... ¿qué?", se preguntaba la primera. "Aunque se trate de un chico de bien de Pamplona, hay que juzgar a todo el mundo por igual. Si la ha matado, la ha matado", subrayaba la segunda, en la misma línea de todos sus convecinos. Irun sólo hablaba ayer en una dirección: la de la incredulidad.