Salvo que seas un fuera de serie tipo Ronaldo o Romario, el sendero hacia el éxito de los futbolistas brasileños no suele ser un camino de rosas. El de Filipe Luis tampoco lo fue. Los rasgos le delatan. No era como otro cualquiera. De padre polaco y madre italiana, debutó en el Figueirense como profesional. Solo dos temporadas después, con apenas 19 años, decidió dar el salto a Europa: firmó con el Ajax, aunque su estancia allí no fue lo que esperaba. Después pasó a ser propiedad del Rentistas, un club del estilo del ínclito Maldonado que todavía le puede provocar más de un dolor de cabeza a la Real, que se movió bien y le colocó en el Castilla. Aunque no llegó a triunfar, comenzó a dar muestras de lo que podía ofrecer y recaló cedido con opción de compra en el Deportivo. Su rendimiento en Riazor fue tan espectacular que llegó a jugar todos los partidos de una Liga antes de sufrir una de esas gravísimas lesiones que cortan la respiración. “Casi me cortan el pie, el médico salvó mi carrera”, llegó a decir. Volvió antes de lo esperado y, previo a regresar a su país, acabó siendo un soldado raso de Simeone en el Atlético. Un carrerón de un lateral izquierdo que era un superdotado físicamente y que continúa siendo el sexto extranjero con más partidos con la rojiblanca.

Como persona, un fenómeno, en palabras de mi amigo y periodista Marco Antonio Sande, que en su día tenía controlado como pocos el vestuario del Superdepor. Muy futbolero también, incluso el día del debut de Alex Sola con la txuri-urdin le escribió un mensaje al propio Sande preguntando a ver de dónde había sacado la Real a semejante bicho. 

Campeón de la Libertadores

Con tanta experiencia, no era complicado adivinar que este enamorado del fútbol no tardaría en hacer carrera en los banquillos. El sábado ganó la Copa Libertadores con el Flamengo, el club que lleva en su corazón y donde cumplió su sueño de jugar al final de su brillante trayectoria. Sus palabras en mitad del festejo le definen como ser humano y como entrenador: “Cuando me retiré muchos pensaron que el paso a ser técnico sería natural, casi automático. Pero nadie vio las noches de duda, los partidos que analizaba hasta que amanecía, ni el miedo silencioso de no estar a la altura. Ganar la Libertadores no fue una respuesta al mundo… Fue una respuesta a mí mismo. Hoy, al levantar ese trofeo desde la línea, entendí algo que nunca comprendí como jugador: dirigir no es controlar, es confiar. No en los esquemas ni en las pizarras, sino en las personas. Yo ya sabía lo que era ser campeón, lo que no sabía era lo que se siente al ver a otros serlo gracias a ti. Ése es un título distinto… y quizá el más grande de mi vida”. 

A Imanol se le podrán discutir muchas cosas tanto en la sala de prensa como en la pizarra o en las decisiones que tomaba en el césped, pero hay una circunstancia que nadie le podrá poner en duda y es que limpió para siempre la mancha que mancillaba el escudo de la Real en la Copa. Bajo la premisa de que “para mí, todos los partidos con esta camiseta son igual de importantes”, acabó con los experimentos y hasta logró reabrir la vitrina de los trofeos del club 34 años después. Casi nada. 

Imanol lloró como cualquiera de nosotros las humillaciones en el torneo durante un cuarto de siglo y llegó al primer equipo con la certeza de que si pretendía atisbar horizontes de grandeza en la competición y no jugar con fuego tenía terminantemente prohibido cambiar a los once. Con alguna excepción, obvio, como cuando se enfrentó a una cuadrilla de amateurs. Sergio Francisco sabe muy bien lo que pasaba aquellos malditos años porque incluso debutó en un partido de Copa ante el Atlético en el Calderón. Entendemos y aceptamos que en Negreira se podía recurrir a un equipo de reservas, pero a partir de ahora estamos todos más que avisados del peligro de accidente mortal que se corre. Se acabaron las pruebas y las rotaciones masivas. Aunque muchos no lo crean, cuando caes de forma prematura ante un rival de categoría inferior se genera un tsunami de consecuencias incalculables similares a las que se pudieron formar en la famosa carrera del delantero del Celta de nombre impronunciable y escritura imposible que perdonó el 2-0 en Vigo de forma incomprensible. Un tanto que, como todo el mundo sabe, le hubiese costado la cabeza al técnico.

Ilusión por la Copa

Es curioso, porque en los últimos días estoy cansado de escuchar que esta temporada lo mejor es no darle demasiada importancia a la Copa porque no hay equipo para aspirar a llegar muy lejos. Me lo van a tener que explicar. Primero, porque ese tipo de mensajes deberían estar desterrados para siempre en un club como la Real. Segundo, porque nos hemos hartado de denunciar que la planificación no había sido buena y que la plantilla era demasiado larga, lo que podía crear conflictos con los jugadores que tuviesen menos minutos. Aquí se encuentra una buena justificación al hecho de contar con tantos futbolistas, que, a pesar de las lesiones, muchos de ellos necesitan reivindicarse en el torneo del KO si pretenden hacer carrera de txuri-urdin. Y tercero, y quizá lo más más importante, en un club que nunca ha tenido demasiada tradición ni ADN copero, como lo confirma que su generación de oro no alcanzó ninguna final y que cuando Imanol se llevó el título lo hizo en parte porque contaba con un arsenal sin apenas parangón en Zubieta, la cruel derrota ante el Villarreal ha servido para fortalecer muchos lazos con la grada. Y ahí queda la ovación tras el tercer gol groguet, y para constatar que, además de mucha calidad, esta Real tiene alma. A los que les parezca ambiguo el concepto, les explico que esto incluye garra, ímpetu, fortaleza, pundonor, casta, orgullo, raza, espíritu luchador… Justo el compendio de características que demanda el torneo del KO para soñar con algo grande. Porque en esta mágica competición nunca sabes lo que te aguarda el caprichoso destino a la vuelta de la esquina. Y como en los calendarios de adviento tan de moda hoy en día, cuando menos te los esperas, vas abriendo ventanas hasta encontrarte de repente con el premio de una copita. Ahí queda la historia para demostrar que ha habido clubes con plantillas impresionantes que nunca la ganaron y otras menos competitivas que, como Filipe Luis, fueron haciendo camino hasta alcanzar el éxito. Pero para eso hay que creer, desconfiar de todo y salir a campos como el del Reus con la innegociable mentalidad de que nada ni nadie les va a apartar de considerar posible y factible el ir subiendo por la vía láctea hasta alcanzar de nuevo el cielo. 

Como el técnico del Flamengo en los suyos, yo sí confío en estos jugadores de la Real. ¡A por ellos!