Siempre he sido un fan incondicional de Nadal. Me gusta el tenis, lo sigo practicando, y no ha habido un jugador que me haya enganchado más que el mallorquín. Su afán de superación, su ardor guerrero, ese carácter que le permitía disputar los puntos comprometidos a mayor nivel que los corrientes, su muchas veces denostada o infravalorada calidad técnica y su talante o temple dentro y fuera de la pista son y serán inigualables. Sin ser superior en la mayoría de las facetas, si no llega a ser por las lesiones tengo pocas dudas de que sería el tenista más laureado de la historia.

“El Messi del tenis” le definió Guillermo Coria, el seleccionador argentino contra el que jugó uno de sus primeros encuentros legendarios en una final en Roma que duró más de cinco horas, que también estaba de acuerdo en que “creo que Rafa es el mejor por su cabeza. Su nivel de concentración. Por tener esa mente tan fuerte que a veces sin tener un buen día hacía que fuera muy difícil ganarle”.

David Ferrer es un tenista extraordinario, al que ninguno del Big Three quiso tener enfrente nunca, pero al que le dejó sin poder celebrar un Gran Slam. Su currículum es envidiable, con 27 títulos, tres Copas Davis, haber sido top 10 de la ATP durante 358 semanas y llegar a ser el número tres del mundo. Casi nada. Pero siempre le quedará esa espina clavada de no haber podido celebrar uno de los grandes. El antiguo entrenador del actual seleccionador español ofreció una charla hace muchos años en Donostia, cuando aún estaba en activo, y contó una anécdota que yo nunca había escuchado de Nadal en una de sus primeras participaciones en la Copa Davis, competición en la que solo ha perdido una vez en individuales, el primero que disputó en Chequia en una eliminatoria cuyo último punto acabó ganando él con 17 años: “En uno de sus primeros encuentros, perdió el primer set 6-3 y todos sus compañeros se apresuraron a animarle y arroparle. De repente Rafa, cardíaco y con la pierna temblando como solía estar en el banco, se dio la vuelta y dijo Si con lo mal que estoy jugando le he hecho tres juegos, si mejoro un poco le gano seguro. Lo consiguió, claro.

Siempre con el optimismo por bandera. Nunca dejaba que nada negativo le influyese cuando estaba en la lista en la que tenía claro que solo iba a tener dos opciones: ganar o perder. No conozco una manera mejor de luchar. Ponerte en lo mejor, creer que siempre tienes el objetivo a tu alcance con solo elevar un poco tu nivel competitivo.

Jon Mikel Aramburu

En una semana en la que ha cobrado una especial relevancia un Balón de Oro, que para la gran mayoría de la humanidad suele ser intrascendente al ser un galardón individual en un deporte colectivo, me gustaría destacar a un currela del fútbol. De esos que permiten brillar a las grandes estrellas sin cuyo trabajo no alcanzarían enormes gestas corales ni personales. Por si lo dudaban, me estoy refiriendo a Jon Mikel Aramburu. La antítesis de crack mediático, pero que enfila otro camino para también ser leyenda txuri-urdin, gracias a otras cualidades como su perseverancia, su lucha, su espíritu combativo y su indomable carácter en el campo. A ninguno de nosotros le puede extrañar que en su país ya le consideren el nuevo Puyol. Porque el venezolano no será el mejor en casi nada, pero es de largo el que juega con más ganas y motivado, como lo hacía el azulgrana, y cuando se enfunda la txuri-urdin se convierte en uno más de la familia de Los Increíbles.

No seré yo quien defienda a Carvajal, nada más lejos de mi intención, pero es verdad que nadie ha ganado más títulos que él esta temporada. Aunque yo creo que se encuentra en un escalón inferior a Rodri o el otro del Madrid. Quizá sea porque el puesto de lateral derecho no ha sido históricamente demasiado valorado. Muchos creen que se trata un poco del cajón desastre en el fútbol al no hacer falta ni ser muy hábil, ni alto, ni muchas veces zurdo para hacerse un hueco en la izquierda, como Aramburu. Que sólo se necesita entusiasmo y pasión para lograr afianzarse. Incluso a día de hoy está de moda, y en eso la Real se encuentra en la cresta de la ola, reconvertir extremos en carrileros. En un equipo que cuenta con un carrilero en su día moderno por su marcado carácter ofensivo como entrenador, Aramburu es un lateral derecho puro. De los que reivindican y dignifican una demarcación desprestigiada.

No deja de ser curioso las paradojas que existen en su juego. Porque el realista encaja a la perfección como defensa pesimista en la inmortal definición de Nacho ofrecida por Ancelotti al estar siempre alerta, pero también encarna una confianza inquebrantable en sus opciones, un optimismo aparentemente desmesurado nadaloniano, cuando acude a sofocar un incendio casi incontrolable con una fe ciega en que lo va a lograr. Jamás le verán con los brazos caídos y derrotado, siempre alberga la esperanza de que va a ser capaz de lograr evitar otro gol. Si quieren un ejemplo, rescaten la primera carrera de Bryan Zaragoza en el último encuentro en Anoeta y quien llega a tiempo para disipar el peligro a pesar de haber partido la jugada con varios metros de desventaja. Y de, por supuesto, no contar con la supersónica velocidad innata del rojillo.

Así es Aramburu. Un conseguidor de objetivos que soñó con triunfar en la Real y lo está consiguiendo con solo 22 años. Como Nadal, seguro que siempre ha pensado que con mejorar un poco su nivel, tendría todo lo que quisiera al alcance de la mano. Y el equipo también, al no haber estado lejos de puntuar en todos los partidos que ha perdido…

Jon Mikel es uno de esos potrillos que llegan sin hacer ruido y acaban convirtiéndose en un futbolista de época que no para de ganar duelos a sus rivales en los partidos, también lo hace en Zubieta con la competencia para su puesto. Y los que le quedan, porque este cohete no ha hecho más que despegar. ¡A por ellos!