Imanol habló en la previa de la mítica ola de Nazaré. “25 metros”, creo que dijo. Y, apenas 24 horas después, la Real Sociedad escenificó sobre el césped de Anoeta la tormenta perfecta. Con olas, por supuesto. De 30 metros o más. Porque, por mucho que el míster confiara, resultaba difícil de prever semejante resultado en cuanto a juego. No fue la exhibición de control y de sometimiento a la que habíamos asistido quince días antes en Lisboa. Se trató, más bien, de un emocionante derroche de intensidad y de energía, al servicio de todo lo trabajado desde la pizarra y también de la calidad de unos futbolistas que en su gran mayoría juegan ahora con la flechita hacia arriba. Mención especial para Ander Barrenetxea, quien ha pasado de ser muy bueno a condicionar directamente partidos y planteamientos en toda una Champions League.

El donostiarra fue pieza clave en el exitoso engranaje que preparó Alguacil para la presión. El Benfica cambió de sistema respecto a la primera vuelta, de un 4-2-3-1 a un 5-2-3 o 3-4-3, pero el técnico txuri-urdin mantuvo sin balón el funcionamiento de Da Luz, que implicaba para nuestro 7 unirse a la medular y tapar dentro cuando procedía, quedando incluso emparejado con Di María a menudo. El equipo fue así un torbellino de duelos ganados, robos peligrosos y transiciones verticales, una de las tres grandes patas de la victoria. La segunda residió en una de esas circunstancias teóricas que tan difícil resulta luego llevar a la práctica: forzar el salto de un centrocampista rival a Zubimendi para aprovechar superioridades interiores, por mucho que estas situaciones activaran la subida de un central luso. Y la tercera, finalmente, apuntó directamente al mano a mano entre el mismo Barrene y João Neves, un pivote reconvertido últimamente a carrilero que pasó el miércoles la peor media hora de toda su trayectoria futbolística. La Real le buscó, le encontró, y Ander ejecutó.

El movimiento de piezas de Roger Schmidt, devolviendo al propio Neves a su posición natural, minimizó luego la intensidad del zarandeo, pero no peligró una victoria que, además de las claves mencionadas, se logró gracias a otros factores adicionales. Hay que hablar de ese balón parado que tanto cachondeo genera con el trenecito, con los gili córners o con los movimientos de despiste, pero que ante el Benfica propició el 1-0 en un saque de esquina botado en corto y el posible 3-0 (mano de Merino) después de tres amagos previos de lanzamiento. Y hay que hablar también del modo en que los realistas se repusieron a momentos de cierta zozobra, coincidiendo con el gol visitante, para luego consumir los minutos más cerca del 4-1 que de un 3-2 peligroso ya.

1- CUARTETO POR CUARTETO. El Benfica cambió de dibujo respecto a Lisboa (de 4-2-3-1 a 5-2-3), pero la Real apretó de forma muy similar a la de Da Luz, con un cuarteto integrado por los tres centrocampistas y Barrenetxea. Los txuri-urdin igualaron así al rival en la zona interior, sosteniendo a sus cuatro hombres de dentro y basculando cuando los portugueses iniciaban por banda. La imagen corresponde a la presión previa al segundo gol.

2- LA MASACRE DE BARRENE. El extremo donostiarra volvió absolutamente loco a João Neves, pivote reconvertido a carrilero que comprobó la diferencia entre jugar ahí en la liga portuguesa y hacerlo en la Champions. Imanol buscó llegar de distintas formas al mano a mano entre ambos, mediante envíos largos a las caídas de Merino a la zona o, en ataques más organizados (imagen), fijando siempre al central de ese costado (Aihen a Antonio Silva) y volcando el juego al 7.

3- TAMBIÉN POR DENTRO. El Benfica fue atrevido en la presión alta, emparejando a Di María con Le Normand, a Rafa Silva con Zubeldia y retrasando a Cabral con Zubimendi. Remiro leyó muy bien la situación, enviando en largo a un adelantado Merino si el rival no picaba y buscando al hombre libre si los lusos saltaban. Fue el caso en el ejemplo de la imagen: Cabral va ya al propio Remiro, João Mario salta a Zubimendi y Brais recibe a la espalda.