íralo, uno que es millonario y no lo sabe”. La frase es de Pepe Mel, cualificado formador de futbolistas que en su día tuvo que dar media vuelta en su viaje a Donostia para tomar las riendas de la Real porque Jokin Aperribay se empeñó en fichar a David Moyes. Se la dijo a un directivo de Las Palmas, equipo al que entrena en el actualidad, en la pretemporada que estaban completando en Marbella. Se refería a Pedri, la gran revelación de lo que llevamos de temporada y que por aquel entonces solo tenía 16 años. La anécdota la relató en un magnífico artículo, como todos los que hace, mi amigo Juan Jiménez en el Diario As. No crean que hoy en día es solo cuestión de talento, porque en la misma columna revela que el técnico tenía que ordenarle muchas veces que se retirara al vestuario porque “el niño” solo quería seguir jugando con la pelota. Los hay afortunados, propietarios de una calidad casi innata, y los hay auténticos supervivientes, que no atesoran tanta destreza ni facultades físicas y que deben ir derribando los interminables obstáculos que se van encontrando a su paso. Un ejemplo: Ronaldo, el gordito, una de mis grandes debilidades. Contaba Álvaro Arbeloa en una entrevista allá por 2014 en Jot Down, que el brasileño era un caso único: “Nunca dejó de disfrutar en el campo. Si no le apetecía correr, no corría. Si le apetecía marcar tres goles, los marcaba. Una cosa impresionante. Cuando me fui del Madrid al Depor jugué contra ellos después de navidades. Era el año de Capello en el que luego ganaron la Liga. Perdían contra nosotros 1-0 y salió Ronaldo al campo. Me acerqué para marcarle y me miró alucinado: ¿Pero tú estás con ellos? Sí, sí. Aquí juego. El tío llegaba al campo y preguntaba: ¿Contra quién jugamos hoy? Su mundo era el juego, el balón. Entraba, la pedía y él se encargaba. No he visto a nadie que definiese así. Era imparable”.

El ejemplo contrario, Arbeloa. Yo le conocí en categorías inferiores del Madrid; siempre lo digo, un muy buen chaval. Cuando llegó al fútbol profesional tuvo que reinventarse para ser competitivo y triunfar. Porque, a pesar de no ser muy alto, ni muy fuerte, ni sacar excesivamente bien el balón, ganó un Mundial, dos Eurocopas, dos Champions, una Liga… Y fue traspasado dejando beneficios del Madrid al Depor, del Depor al Liverpool y del Liverpool al Madrid. Todo un referente para la clase obrera del fútbol, por mucho que nos dejara tan mal sabor de boca al acabar siendo uno de los justicieros y de los estandartes de la guardia pretoriana del cascarrabias José Mourinho.

Es curioso, porque antes de hacerse muy amigo de Xabi Alonso en Anfield Road, con el que le costó incluso intimar, era inseparable de Mascherano. “En cuanto me fui al Madrid perdimos contacto. Al acabar algún clásico nos hemos quedado diez minutos hablando, preguntándonos por la familia. Pero pasa mucho esto, ¿eh?”. Imagino que la pasada semana se acordaría de su excompañero, porque decidió colgar las botas tras una derrota del Estudiantes de La Plata. Conocí al exbarcelonista en el Mundial sub’20 de 2003. Su selección era bastante floja, solo destacaban Cavenaghi, Zabaleta y Sosa, a pesar de que comenzaron derrotando a España de forma bastante afortunada. Por aquel entonces, como luego repitió en el Liverpool, jugaba de mediocentro defensivo. En los cuartos de final, cuando la albiceleste estaba con un pie fuera al perder 0-1 contra Estados Unidos, en la última acción un heroico Mascherano le dio el empate, ¡con un remate de cabeza casi en el área pequeña! Recuerdo que un periodista de la FIFA, argentino, con el que aún mantengo relación, me agarró en plena locura por el festejo y me dijo: “España nunca tendrá un jugador con los güevos”. A partir de ahí siempre que le veía me acordaba de mi amigo.

Con esos departamentos de publicidad tan emocionantes, la AFA le dedicó un vídeo de despedida en el que destacó su papel secundario y su permanente y fiel protección sobre Messi: “El héroe siempre fuiste vos, aunque nos querías convencer de otra cosa. Porque así son los héroes. Los que buscan la gloria, pero no la fama. Y están dispuestos a dar la vida por los demás con sangre, sudor y lágrimas. Vos fuiste el héroe que salvó al Mesías de muchos desgarros, porque sabías muy bien que lo tenías que cuidar. Por eso corrías el doble. Porque todo tu esfuerzo era para liberarlo y dejar al mejor del mundo jugar. Eso es un héroe. El que sabe que antes de las personas están las causas. Vos fuiste el héroe que, escondido atrás de la mitad de la cancha, nos salvó la vida a los argentinos. El que se le plantó a las dos torres. El que nunca se quejó de una molestia en 147 partidos. Y el que nos hizo soñar con la final de un Mundial”, en alusión a un corte providencial a un disparo de Robben en las semifinales en Brasil 2014. “Los argentinos conocimos a un héroe que no llevaba el 1, el 9 o el 10… Que lucía el 14” (nosotros también).

Un centrocampista que retrasó su posición para convertirse en un central de plenas garantías. Con la ventaja de contar con una, en teoría, mayor facilidad para la salida de balón. ¿Les suena la historia? En la Real tenemos en la actualidad un caso parecido. Igor Zubeldia volvió al once y regresó al eje de la zaga en Cádiz. Lo hizo, como casi siempre, jugando bien. Sin muchos alardes, sobrado en las disputas y con claridad de ideas en el origen del juego. No entiendo que la valiente y vistosa apuesta de Imanol pueda provocar un efecto colateral y señale al mediocentro verdaderamente distinto que tenemos. Que ahora parecen salir todos de Zubieta con el mismo patrón, el de jugar y hacer jugar a los demás de maravilla, lo que al final ha provocado que, y eso sí que lo puedo comprender, se haya visto condenado a reciclarse en la defensa. Y lo hace en la izquierda sin rechistar, no como otros centrales internacionales. Me hizo gracia leer un tuit de un aficionado que señalaba que para sustituir a Silva, “que pongan a Zubeldia ahí, que seguro que también lo haría de lujo”. Insisto, no me entra en la cabeza cómo existe una corriente que le menosprecie cuando es un cumplidor nato. Todo equipo con horizontes de grandeza necesita un competidor puro como el azkoitiarra. Una escoba para limpiar la suciedad o los tramos menos finos de los violinistas. A este Madrid le pasó con Casemiro o al de los galácticos con Makelelé; y a Francia con Kanté... No me olvido de su exhibición en el 3-4 de Copa en el Bernabéu, en la primera vez que la Real asomó la cabeza por la alcantarilla de la zona noble para avisarles de que ya estábamos aquí. Me cuesta aceptar el cartel de patito feo que le está asignando una parte de la afición. Un competidor congénito, de profesión cumplidor, con más de 100 partidos a sus espaldas a pesar de tener solo 23 años. Un peón de obra, con unas condiciones físicas extraordinarias que le dotan de las características suficientes para destacar en varias posiciones. Una pieza esencial en una plantilla, que seguro que este mismo año volverá a actuar algún día por necesidad en la medular. Otro héroe que busca la gloria, pero no la fama, como Mascherano. Encima canterano, con un sentimiento txuri-urdin tan grande, que hace dos años se iba con la sub’21 y estaba tan centrado en la actualidad de su equipo que, al estilo Ronaldo, no recordaba ni dónde iban a jugar con su selección (también estuvo en una prelista de la absoluta). El tema no sería muy noticioso si los encuentros que le esperaban no se hubiesen disputado en... ¡Albania e Islandia! Que la sibarita puesta en escena del equipo de Imanol no nos haga olvidar que sin la fuerza de la infantería no podemos aspirar a ganar ninguna guerra importante. ¡A por ellos!