aixo afición txuri-urdin! Hoy inauguro sección. Bueno, más que sección, inauguro condición de remitente. Ni he jugado en la Real, ni me he enfrentando nunca a ella. Sin embargo, he vivido sobre el césped importantes disgustos y alegrías en clave blanquiazul. Sobre el mismo césped, ¿eh? Lo recalco para que quede bien claro. Y también quiero subrayar, mal que me pese, que soy mayor que mi hermano. Todos pensaban lo contrario. Pero no. En nuestro caso, el menor de la saga accedió antes al primer nivel. A mí me costó algo más de tiempo.

Durante la temporada en que me conocisteis, nos encontramos hasta cinco veces. Poco importa el balance, sin embargo, cuando la última de ellas se dio como se dio. Aún recuerdo a vuestro masajista, Josu Busto, cardíaco perdido en el banquillo, haciéndome gestos. "Está acabado. Esto está acabado". Lo cierto es que no lo estaba. Y que lo que sucedió durante los minutos posteriores os costó muy caro. Es curioso, llegué a pensar que se trataba de una cuestión de destino. Porque el futuro inmediato unió nuestras trayectorias de forma importante. Cada vez que os ocurría algo de relevancia, ahí estaba yo. Por ejemplo, en aquel partido en Anoeta, antesala de uno de los cambios más cruciales en la historia de vuestro club. Y, principalmente, en el encuentro, también disputado en Donostia, con el que os tomasteis cumplida revancha de lo sucedido durante el mencionado descuento de marras.

Asistí en directo a vuestro gran disgusto. Era ley de vida que repitiera el día de vuestra gran alegría. El estadio, pese a sus pistas de atletismo, estaba repleto. La fiesta, casi asegurada desde un principio. Y la Real hizo los deberes sobre el campo logrando la victoria, por mucho que yo me encargara de ponerle algo de emoción al asunto. No influí en el marcador, pero sí en el tobillo de una de las estrellas txuri-urdin. Es lo que tiene la euforia y la tensión acumulada. Terminasteis muy contentos aquella temporada. Yo también, porque os acompañé en vuestro viaje. Hasta que me retiré cinco años después. Tal y como suelen permitirnos hacer, elegí escenario para la despedida. Y aposté por el Bernabéu, donde asistí como espectador privilegiado a una pachanga veraniega de las que hacen época. Diez goles en 90 minutos. Menudo correcalles.