Aquí un optimista. Aquí uno de los que pensaba que la Real se clasificaría para la final. Aquí, también, un negado de los pronósticos que no ha acertado una quiniela en su vida. Vaya esto por delante para eliminar cualquier atisbo de que un servidor está sacando pecho. Porque, si bien confiaba en certificar el billete, no intuía ni por asomo que el equipo txuri-urdin iba a plantear lo que propuso de inicio en Anduva. Venía el Mirandés de jugar contra Zaragoza y Girona sus dos últimos partidos en casa. Y yo estaba convencido de que Imanol se acercaría más al plan maño que al catalán. Nada de eso. Todo lo contrario más bien. Concluyó el entrenamiento del domingo. Y supongo que el míster se metería en su despacho para ver al siguiente rival. Seguro que llevaba tiempo cocinando en su cabeza el partido de anoche. Pero quizás lo que vio del exrealista Pep Lluis Martí terminara de decidirle.

en largo El balear entrena ahora al Girona. Y, tras un par de sustos iniciales en la salida de balón, ordenó en Anduva a Asier Riesgo jugar permanentemente en largo. Así se las arreglaron los catalanes para mantenerse vivos en el partido sin excesivos sobresaltos, dentro de un encuentro de mínimos y de perfil más bien bajo. Pasaron luego los minutos. Empezaron a ensancharse los pasillos interiores. Y el Girona se acercó más que el Mirandés a un triunfo que al final resultó empate (1-1). Pues bien, ayer la Real planteó algo casi calcado. Con un plus de calidad. Con mejores individualidades. Pero con idénticas intenciones. Se trataba de evitar pérdidas como la que costó el gol de Anoeta. De saltarse la primera línea de presión burgalesa. Y de madurar la contienda lejos de Remiro, no cerca. Tarde o temprano, el duelo comenzaría a resquebrajarse. Lo hizo incluso antes de lo esperado.

más espacios Porque el penalti del gol llegó en el minuto 41. Pero, desde el 30 aproximadamente, el cuadro txuri-urdin ya no se estaba limitando a peinar balones largos y a pelear segundas jugadas. Las caídas empezaban a terminar en pies blanquiazules con espacio y tiempo para pensar. Las combinaciones cada vez resultaban más prometedoras. Y, aunque los acercamientos no resultaban excesivamente claros, el panorama invitaba ya al optimismo, superada con éxito una fase en la que varios envíos consecutivos a la espalda de Aritz pusieron en apuros al beasaindarra, descomunal a la postre. La Real se fue con ventaja al descanso. Y el modo en que lo logró otorgó todo el sentido del mundo a la titularidad de Willian José Stuani, poco brillante pero trabajador y comprometido. También a la presencia de Januzaj en el once, ya que el belga estiró el campo desde su banda acelerando la aparición de esa fase más abierta de partido.

la segunda parte La contienda tras el descanso apenas tuvo permutas tácticas en lo estructural. Pero sí en lo relativo a los perfiles de los protagonistas. Iniciada ya la segunda parte, Imanol quiso dar una vuelta de tuerca a los suyos inyectándoles la velocidad y la profundidad de Isak. Los txuri-urdin solo amagaron con encontrar al sueco al espacio. Pero mantuvieron lo prioritario ya a esas alturas del encuentro: la sobriedad y la seriedad en las tareas defensivas. El Mirandés, mientras, introdujo un segundo delantero. Un tercero incluso. Intensificó el bombardeo frontal al área guipuzcoana. Y entonces el técnico blanquiazul renunció esta vez a apostar por un esquema de tres centrales, tal y como hiciera en el Santiago Bernabéu. Prefirió sentar a Odegaard, introducir a Guevara en su lugar y adelantar a Igor Zubeldia al interior izquierdo, retrasando a la posición de 5 a Mikel Merino y su envergadura. Durante el descuento, el navarro se convirtió en la perfecta pantalla protectora de Aritz y Le Normand. Y la breve fase de agobio que había precedido al cambio desapareció de un plumazo. Al final se sufrió más por la trascendencia del partido que por su transcurso futbolístico. Bien por la Real, que se adaptó al escenario y a las circunstancias para, vestida de pragmatismo, certificar lo que anoche realmente importaba, el billete a la final. Para disfrutar de su versión más osada y rockera, nos remitiremos al sábado a las seis y media. Camp Nou. Otro gafe con el que acabar.