el Barcelona anunció ayer la renovación de Ernesto Valverde. Me parece una estupenda noticia. No para mí personalmente, porque el Barcelona ni me va ni me viene, sino para el fútbol español en general. Son pocos los entrenadores que me ha dado pena que no hayan recalado en la Real después de haber estado cerca de hacerlo. Uno de ellos es Valverde, al que se le llamó dos veces desde Anoeta. Otro de ellos fue Luis Aragonés, que estaba preparado para firmar si el equipo de Montanier no hubiese dado la vuelta de manera milagrosa a un 1-2 del Málaga con dos postreros golazos de Vela e Ifrán. Reconozco que en este segundo caso, el del Sabio de Hortaleza, tenía un especial interés en comprobar cómo se iba a desenvolver en un club como el nuestro sabiendo que, pese a su complicado carácter, como técnico era simplemente el mejor. Valverde es un ejemplo en todo para nuestro fútbol. Siempre pausado, alejado de la polémica, no le salpica ningún charco y es un entrenador competente al que solo le falta coronarse definitivamente con una Champions. Y una cosa muy importante, por lo que me cuentan, en el vestuario del Barcelona no le discute nadie. Ningún Isco de la vida ni ningún Dios en forma de futbolista como Messi. La selección le debería esperar para siempre porque no encuentro a nadie que encaje en ese perfil como él.

Me parece muy importante el éxito de esta gente porque pone en evidencia a otras personas que, por lo que se ve, no han sido capaces de digerir bien sus triunfos. Me refiero a Quique Setién. Los que le conocen saben que siempre ha tenido una personalidad fuerte y difícil. Que era tan buen jugador (un 10 de toda la vida) como problemático. Como entrenador ha terminado con follones en todos los equipos que ha dirigido. Ojo, que también sé que era un acérrimo defensor de causas justas, que no todo es crítica. No entiendo cómo se le puede estar yendo tanto la cabeza con el dichoso estilo que le ha llevado incluso a criticar sin venir a cuento a adversarios modestos, cuyo presupuesto duplica o triplica su Betis, como el Leganés. No, si quiere Setién, que un equipo casi de barrio que ha logrado el milagro de ascender y sobrevivir en Primera juegue sin defensas como el Dream Team de Cruyff. Y es que, además, yo puedo reconocer que el momento de la temporada en la que más nítidamente he visto superada a la Real ha sido en la segunda parte de Butarque. Fue un bombardeo constante y angustioso que puso en pie a su afición a la que vi disfrutar como a los culés en el 5-0 del Barça de Guardiola al Madrid de Mourinho.

Ya sé que el fútbol ha cambiado mucho. Que ya no se respeta como antes. Que las trampas cada vez ganan más terreno al juego limpio. El VAR debería ser implacable con los que engañan y cada vez tengo más claro que la próxima evolución en el fútbol debería ser acortar la duración de cada una de las dos partes de un partido para medirlos en tiempo real y evitar las pérdidas de tiempo. No puede ser que haya auténticos pérfidos profesionales en dicha materia. Es insoportable.

Pero heme aquí, aunque sea un iluso, que a mí me gusta que la Real mantenga intacto su señorío. Su saber estar y su vitola de club señor. Sin duda que gestos como el de no olvidar que le debían un favor al Leganés y permitirle vestir sus colores en Anoeta en su centenario como equipo de Primera División le honra. Pero hay muchas cuestiones que para mí chirrían y me molestan. La mayoría, además, por errores personales concretos, es decir, que son fácilmente subsanables.

Un ejemplo: cuando se destituía a un entrenador en el club, el primero en comparecer para analizar la crisis en la sala de prensa de Zubieta, en una norma no escrita lógica, era el capitán. La semana de la vuelta al trabajo tras el despido de Garitano, el que dio la cara fue un Aritz que se comió un mochuelo importante. Illarra solo habló en exclusiva para un medio. Me encontré con un excapitán esos días y no daba crédito a lo que había pasado.

Me gusta que la gente, al menos la mía, dé la cara. Para lo bueno y para lo malo. Por eso no me convence que Olabe salga ahora, con el viento a favor, para ofrecer explicaciones a cuestiones que tenía que haber aclarado hace muchas fechas. No sé a ustedes, pero a mí se me hace increíble que el 30 de enero se anuncien dos fichajes en la web y no salga nadie de la entidad a explicar nada hasta el 12 de febrero. Entiendo que no le guste el micrófono, que no sea el más hábil en la socialización, como su antecesor, pero en su sueldo y responsabilidad se encuentra el justificar lo que está sucediendo en el club. Se acepta que le gusta trabajar en la sombra y me consta, por gente que comparte la rutina con él, que reconocen que es muy bueno. Distinto. Y que se avecinan más cambios. Si de verdad son necesarios, que lo puedo dudar, no tendrá más remedio que explicarlos si pretende que calen en su parroquia.

Y lo siento, pero no me gusta. Me incomoda que en una rueda de prensa larga, en la que respondió muchas preguntas con evasivas, desviaciones flagrantes del tema o incluso mentirijillas (sí, sabemos lo que has hecho estos últimos meses en casa ajena), la cuestión que mejor preparada lleve sea el rapapolvo a Garitano. De la ambigüedad y falta de transparencia ha pasado, en mitad de la ola buena de Imanol, claro, a propinarle dos golpes certeros. Todos pedíamos que moviera el árbol, pero de los muchos movimientos que ha afrontado hay uno en el que no podía fallar. El entrenador. Ese al que no se sabe bien quién decidió traerlo. Porque en la primera jornada, tras ganar en Vila-real, ya se encontró con caras raras en el vestuario y el mismo del que dijo el director de fútbol después del 2-2 en Leganés “hay que hacer mucho más”. Exigimos un mínimo de calidad y un trato humano exquisito. Esto es la Real. Que no lo olviden. A por ellos.