Aborrezco el fútbol moderno
Decidido. Voy a promover una modificación a la campaña “Odio al Fútbol Moderno”, que denuncia la innumerable serie de circunstancias odiosas que se dan en la mutación de este deporte en negocio. Mi cambio en el eslogan sería “Aborrezco a muerte el verano del fútbol moderno”. Coincidirán conmigo, con el agravante en mi caso de ser periodista y tener que convivir con 1.001 especulaciones y rumores diarios que cuesta un mundo confirmar o desmentir, en que el periodo estival en cuestiones de la Real ha resultado simplemente inaguantable. Uno ya acepta que el tema marketing, el de vender ilusión -sea con una presentación en condiciones en Anoeta, sea transmitiendo buenas sensaciones en cuanto a juego y resultados en pretemporada o con algún refuerzo de postín- sea una batalla perdida. Pero me hace gracia escuchar la frase que tantas veces he oído en los últimos días: “Es buena señal que quieran a nuestros jugadores”. Lo será, seguro, pero si nos vamos a despertar casi todos los días del verano con una desagradable sorpresa en forma de amenaza de salida, uno empieza a replantearse si merece la pena completar una temporada tan buena como la pasada.
Yo no tengo ninguna duda. Muy por encima de los escandalosos detalles técnicos que está dejando Januzaj y que tienen boquiabiertos a sus propios compañeros, la mejor noticia hasta ahora es la continuidad de Iñigo Martínez. De largo, el mejor fichaje posible para la Real por todo lo que supone su rendimiento, regularidad, carácter y personalidad. Su marcha hubiese provocado un daño irreparable en el equipo. Este es el peligro que corren los clubes de cantera como el nuestro. Después de mucho tiempo de formación y cuidados, aparece un millonario abusón y se lo lleva cuando está preparado para ofrecer los mejores años de su carrera. No olvido la frase que me dijo el gran Patxi Illarramendi, su primer entrenador en Zubieta: “Nunca he visto progresar tanto a un jugador en Zubieta como a Iñigo”. Eso sí, pese a que entiendo el enfado de gran parte del personal y a que, para mí, jugar en Europa con la txuri-urdin debería ser lo más grande que hay, también comprendo que, con las diferencias que existen, Barcelona y Real Madrid se encuentran en otra dimensión y poco se puede hacer cuando llaman a sus puertas. Duele, pero es lo que hay.
Tampoco podemos rasgarnos las vestiduras. La Real es especial y diferente, aparte de ser simplemente nuestro equipo y lo amamos, porque mima su vivero y mantiene una firme apuesta por sus jóvenes con extraordinarios réditos. Pero en todo lo demás, y sin que sirva de excusa para sacar la cara al Barcelona, nada más lejos de mi intención dados sus repetidos menosprecios, hace tiempo que nuestra Real dejó de ser un equipo de provincianos para tener un presupuesto abismal de 80 millones, que es la mejor demostración de que aceptó las reglas de este, sobre todo en la Liga, descompensado juego.
Por comentar. Bartomeu llamó a Aperribay y al entorno del jugador para comunicarles que iban a fichar a Iñigo. Luego, por circunstancias extrañas, como es que la figura de su plantilla mande más que el presidente y sea capaz de vetar un refuerzo, no volvieron más. Pero esto ya ha pasado más de una vez aquí. A Juan Domínguez, donostiarra y realista de pro, el director deportivo le llamó para comunicarle que le iban a fichar en 2009, el verano anterior al ascenso, y lo dejó tirado, de forma ruin, compuesto y sin sueño. Algo parecido sucedió con su compañero en el único equipo realista que ganó el torneo alevín de Brunete, Asier Riesgo, con el que se reunió en repetidas ocasiones para tratar su regreso, y luego desaparecer por la presión de un medio de comunicación. Ver para creer.
Hasta el 31 de agosto, y viendo la casa de locos en la que se ha convertido el Barcelona, no se puede descartar que regresen con el importe de la cláusula. Y el caso es que, aparte de por el mediático Rivaldazo, la historia me suena. El último día de mercado del verano de 1999, la Real se llevó a Mutiu del Racing, abonando el precio de su libertad. Ni qué decir tiene el enfado que provocó en las huestes racinguistas.
Así son las cosas y así es este detestable fútbol moderno en el que navega nuestro equipo. A veces parece una txalupa en mitad de un océano gigante, como este verano, pero en otras, después de nuestro crecimiento, un trasatlántico dentro de una modesta bahía. Son las reglas de un juego viciado desde la misma corrupción de su federación y su dirigido sorteo del mismo calendario. Un campo de minas en el que, por mucho que por momentos nos sintamos vulnerables en la inferioridad como estas semanas, la Real ha logrado estabilizarse y encontrar una brújula, algo que consiguió en 2007 cuando sucedió la catástrofe. Al menos ya sabemos lo que queremos ser, lo más grande posible. Reitero, esto es insufrible y todavía queda lo más incomprensible. Que arranque la competición y todavía haya diez días de mercado para que los que no controlen los primeros nervios hagan sus compras de emergencia. Es como para empezar la Liga con suplentes hasta las regatas. Se nota que gruño, ¿verdad? Si me fastidia es porque esta Real me gusta tanto que no quiero que me la toquen. Aborrezco a muerte los veranos del fútbol moderno.