Hay días en los que resulta imposible escribir. Con un partido tan indefendible como el de anoche no llega la inspiración y, si lo hace, no apetece convertir la propuesta en comentario tangible, contante y sonante. Es lo que sucede cuando te sientas delante de un teclado a las diez y media de la noche y tratas de ordenar ideas y compartirlas del modo más llevadero posible. Trato de encontrar justificaciones, los porqués del atasco, pero pierdo el tiempo que no me sobra. ¡Y van?!
Jugar un partido de fútbol de la jornada trigésimo cuarta, en semana de tres, cuerpo a cuerpo con un Granada-Levante, cuando en la víspera han competido los mejores de la liga, los que se juegan el título, los que manejan pasta, es algo así como un escarnio en el que evidentemente no tienen culpa los protagonistas que juegan sobre el césped y los técnicos que los dirigen. Seguro que si hacemos una encuesta ayer en los vestuarios de Anoeta no votan dos a favor del día y la hora del match que nos ocupa. Los aficionados, también, porque sumando todos los presentes no llegaron a 15.000.
Aburrido, leía la prensa esperando que llegara el momento de ponerme a mis cosas del narrar. Ojeaba las páginas de política en las que un regalo de Rajoy a Puigdemont ocupaba titulares. En el encuentro entre ambos apareció un facsímil de la primera edición de la segunda parte de El Quijote. Es el momento en que Don Quijote viaja a Barcelona y conoce el mar. ¡Qué entrañable y poético, todo al mismo tiempo! No me refiero lógicamente a la charla de los líderes sino al momento en que el ingenioso hidalgo se encontraba de frente con la azul inmensidad.
Antes, en la primera parte, su escudero acapara mucho protagonismo. Es algo así como el confesor que escucha. Aquel con el que comparte reflexiones, sueños, ideales, utopías? ¡Cuán largo me lo fiais, amigo Sancho! Como si quisiera ir más deprisa que el tiempo, como si todo debiera suceder mucho antes, entre otras cosas porque la inmediatez se instala en medio de las zozobras y no cabe la calma sino la precipitación. Que las cosas sucedan, aunque no gusten.
El pasado sábado, por aquello del cambio de técnico, entendí como obligación ver al Getafe frente al Madrid. Aquello no era un partido, porque no había competición y las sensaciones que ofrecía el equipo de Esnáider transmitían desánimo y poca credibilidad. Además, cada vez que el árbitro sacaba una tarjeta amarilla de amonestación, se anunciaba que no disputaría el siguiente partido. Lesionados y sancionados unos cuantos, el cuadro azul llegaba a Anoeta de colista con una carita de niño enfermo que te mueres. Cinco jornadas por delante y la necesidad angustiosa de sumar los puntos suficientes para dejar tres por detrás y asunto terminado. No hay otra. Se trataba de saber si la Real volvería a ser fiable, en la línea de los últimos partidos, o se convertiría en la aspirina o el paracetamol que todo lo cura. Eligió el camino más desesperante y no fue capaz siquiera de defender la ventaja.
Los entrenadores se empeñan en la tarea de incentivar a los suyos con objetivos a corto plazo. No queda mucho para el final. Eusebio movió un par de fichas por devoción y una por obligación. La vuelta de Oier Olazabal a la portería era uno de los alicientes del encuentro, más por el futuro que por el presente inmediato. De la Bella volvía tras su partido fiable ante el Barça. Jonathas se encontraba con una nueva oportunidad de reivindicarse, en tanto que a Rubén Pardo le daban galones de conquista. ¿Sería suficiente? No, porque el técnico cambió a los dos últimos y el meta cometió un error en la jugada del penalti.
Estamos en el fin de semana en el que los libreros sacan a la calle las publicaciones, antiguas y nuevas, para que los lectores se atrevan a llevarse a casa la obra famosa o arriesguen con lo desconocido. Dicen que esta coincidencia se debe al hecho de que Cervantes y Shakespeare murieran el mismo día. Hay estudiosos que lo discuten. Casi es lo de menos. Los catalanes, que celebran San Jorge, intercambian flores y libros aunque todos hablan del Barça, de Alves y de Piqué, de Messi y de Neymar, y algunos del Espanyol.
Si entre las novedades existiera un texto explicativo de las razones por las cuales este equipo de nuestras entretelas se comporta tan rarito, hoy cautiva y mañana decepciona, estaríamos ante un best seller en toda la regla. Necesitamos el autor que se atreva, pero me temo que “largo me lo fiais”, porque no hay quien les entienda.