Llevábamos mucho tiempo sin vernos, porque las ocupaciones de uno y otro siempre dificultan los encuentros. Desde que se inventaron los problemas de agenda, cuesta tanto quedar con la gente que cuando llega el momento hay algo así como un respiro. Este jueves cené con un futbolista guipuzcoano que además es profesor en una ikastola. Fue uno de los pocos valientes que el pasado lunes acudió a Cornellá y disfrutó como nunca lo hubiera imaginado.
Hablamos del partido, de su club y de sus alumnos. Hay paralelismos entre el trabajo del entrenador en un equipo y el de un profesor en las aulas. Se trata de gestionar grupos. Comentamos bastante sobre el trabajo del día a día y la convivencia con los estudiantes. La sociedad ha cambiado mucho con los años. Hoy se deben tener en cuenta cuestiones que se refieren a la familia (divorcios, separaciones), a la procedencia geográfica y a otras variadas cuestiones que hace décadas no existían.
Le conté la historia de un profesor de francés que daba clases en el colegio que yo estudiaba. Era pied noir, un galo que debió salir de Argelia cuando este país se independizó. Se dedicaba además a las artes marciales. Físico tremendo, grande como un armario ropero de tres cuerpos. Los alumnos de catorce años le temían. Cuando abría la puerta de clase, lanzaba la cartera hasta la mesa. Con precisión absoluta caía sobre ella a plomo.
Hasta que llegó el día en que se pasó de fuerza y la cartera salió volando por la ventana para caer al patio. La carcajada de los chavales fue extraordinaria ante lo hilarante del caso. Mr. Jacques, que así se llamaba, agarró a un crío de la primera fila por la pechera, lo sacó del asiento y lo puso fuera de la ventana. Si lo soltaba caía al patio. La clase se quedó blanca, mientras el profesor le decía “Ríete, ahora”. Creedme que es cierto. A día de hoy, esto es impensable.
Antes también se estudiaba latín y ahora, no. Quienes pasaron por las aulas y declinaron el rosa-rosae aprendieron una lengua que sirve para el razonamiento tanto o más que las matemáticas. ¿Cuántas veces habéis escuchado “sabe latín”, para hablar de la experiencia y las tablas? Ayer a primera hora de la mañana busqué en Internet los colegios de La Seca para imaginarme el lugar en que estudiaba nuestro entrenador y dónde pudo aprender la lengua de Cicerón. El lasecano sabe latín por arrobas.
Le gusta mucho la quietud, e incluso la patrona de su pueblo es la virgen de la Paz. No pierde ni el equilibrio, ni la compostura. En las ruedas de prensa se defiende con muchas tablas, pero apenas orienta ni da pistas sobre sus planes dominicales, sabiendo que unos están enfermos, otros con mil dolores y otros cogiditos con pinzas. Lo mete todo en la chistera y saca un conejo saltarín que se defiende con sus mejores argumentos, gana partidos y suma puntos. Tres partidos, tres victorias, nueve puntos y tira millas.
No le duelen prendas a la hora de tomar decisiones. Sienta al que tiene que sentar y pone al que entiende puede ofrecer el mejor rendimiento. Da igual lo que figure en el carné de identidad. Mikel Oyarzabal constituye el mejor exponente de su convicción y de la del club. Todas las partes se reúnen, llegan un acuerdo y firman un contrato. Solo se puede aplaudir. Es lo que hizo el público cuando el entrenador le cambio cerca del final. Ovación merecida, ganada a pulso, porque en su mochila cabe una semana idílica, tres goles en dos partidos y casi fidelidad perpetua a los colores que ama y defiende. ¿Qué más se puede pedir?
El partido ni era fácil, ni comenzó con buenos augurios. El entrenador debió modificar cinco cosas respecto del encuentro de Cornellá. Los laterales, un central, el pivote defensivo y uno de sus escoltas. El equipo tardó en coger el sitio hasta que en una acción aislada llegó el primero. La zurda deliciosa del eibarrés acertó a meter el balón entre el poste y el portero. El gol cambió la tendencia porque la Real se asentó más y mejor y contó con la fortuna necesaria para hacer el segundo cuando el descanso llamaba a la puerta.
La progresión que conlleva la indudable mejora de Carlos Vela la agradece el equipo, la afición y el propio futbolista que firmó un pase extraordinario que Jonathas no desaprovechó tras soberano derechazo. Llegar al descanso con semejante ventaja cuando el pulso parecía bastante igual constituía un cheque al portador. Lo cobró en ventanilla con un tercer tanto que permite llegar a los treinta puntos y afrontar la siguiente cita desde la tranquilidad y sin que ninguno de los jugadores al borde de la suspensión fuera amonestado por el árbitro al que esta vez no hay que ponerle un pero.
El entrenador sigue a lo suyo, demostrando que con el conocimiento del juego, la sabiduría y el latín puede llegar a buen puerto llevando consigo a la tropa que cree en él y le demuestra con hechos la capacidad que se le intuía. Queda mucho, pero mientras siga sacando conejos de la chistera ni tan mal.