cuando lo creíamos todo perdido por la plaga que lleva años convirtiendo el fútbol en un negocio para unos pocos, siempre surgen algunos ejemplos que nos permiten reconciliarnos con el mejor deporte del mundo y atisbar una mínima esperanza de que la cosa no vaya a peor. Mi ilusión estriba en que sea el aficionado de a pie el que recupere un protagonismo que ha perdido por la millonaria irrupción de las televisiones, que hasta cubren increíbles porcentajes de presupuestos inflados gracias a su inversión (Real y Eibar no se escapan de eso).
Esta vez, el caso al que me refiero proviene de la mejor liga del mundo, la Premier, algo que no debería sorprender a nadie, y ha sucedido en uno de sus clubes más importantes, probablemente el de mayor historia, el Liverpool. Tal y como me contó esta semana mi amigo Joxe Mari, los propietarios presentaron una considerable subida en los abonos y las entradas para la próxima temporada por la inauguración en Anfield de la nueva tribuna Main Stand, que podía alcanzar las 77 libras por un solo partido. El pasado sábado los aficionados decidieron protestar abandonando el campo en ese mismo minuto, el 77, una fórmula muy poco habitual en la fiel hinchada red. El miércoles el propietario, el gerente y el vicepresidente pidieron perdón a los seguidores y prometieron congelar los precios en las dos próximas temporadas. Aunque lleva tiempo lejos de los títulos, el Liverpool sigue haciendo bien las cosas porque es un club que tiene claro que los hinchas son sagrados e intocables.
No tengo ningún problema en considerarme resultadista y cortoplacista, aunque soy consciente de que no me beneficia para mi trabajo. Es más, creo que el que no lo es, probablemente no siente la misma pasión que yo por mi equipo. Para explicarlo siempre pongo el mismo ejemplo. En septiembre de 1998 acabé mis exámenes con gran éxito, porque aprobé todo a lo que me presenté cuando acumulaba un marrón considerable. Mi amigo Pichi (zorionak aitatxo) y yo teníamos programado un viaje a Málaga de una semana para descansar y demás menesteres veraniegos. Cuando llegué a Donostia, de repente había cambiado el plan y me sugería ir en coche a Praga, donde el martes jugaba la Real el partido de ida de la eliminatoria de la Copa de la UEFA, y conocer la ciudad durante unos días más. Yo no lo veía claro. A la hora comenzó un partido de la Real en Tenerife y no tardó en mostrar su, desgraciadamente habitual, pobre imagen lejos de Anoeta. A lo largo del duelo, en el que no daban dos pases seguidos, repetí en varias ocasiones “¡no voy a verles a estos a Praga pudiendo ir a Málaga ni loco!”. Hasta que llegó el último minuto con 2-1 y Sa Pinto igualó en una acción casi a la desesperada. Cuando estaba entre el codo de uno y la rodilla de otro en el bollo de mi cuadrilla al más puro estilo del juego Enredos me salió un grito del alma: “¡Nos vamos a Praga!”. Y allí que nos marchamos, en lo que fue otra postal en txuri-urdin imborrable.
Muchos pensarán que las dos historias no tienen relación, pero yo creo que sí. Me gusta y cada día me convence más Eusebio. Es cierto que al principio recelé un poco de lo que me parecía una valentía excesiva, típica de Can Barça, donde contaba con futbolistas de enorme talento capaces de solucionar en una acción cualquier desaguisado táctico. Pero me parece un técnico coherente, con personalidad, que demuestra empatía con la plantilla y que no le tiembla el pulso a la hora de arriesgar. Por ahora, la mayoría de sus decisiones han sido acertadas y por ello el equipo sería séptimo en una tabla desde su llegada. Ahora bien, el pucelano debe ser consciente de que su proyecto no partió de cero en julio, sino que ha llegado a una plaza donde se arrastran unas secuelas importantes por una dinámica inesperadamente descendente y decepcionante. Su remontada planteada en clave tranquila, reposada y meditada, como su carácter, tenía que sustentarse en los resultados. Por eso debe entender que la eliminación de Copa, por su reiteración, y la humillación de Gijón, escocieron sobremanera a una afición que, como siempre, está empujando al equipo en momentos clave y que tendría que ser siempre sagrada e intocable. Espero que no lo olvide y no repita otro mensaje equivocado, porque aquí va a vivir tan cómodo como en el filial azulgrana, algo que no pueden decir muchos técnicos en Primera.
Para encender a una afición, también hay que darle. Y hoy es el día en el que no pueden fallar. Por la esquina asoma el derbi, que es el partido que más gusta ganar, pero para disfrutar en plenitud de ese duelo es obligatorio sumar los tres puntos hoy. Si no, nos olvidaremos hasta de los cinco goles de Cornellà. Porque esto es fútbol, funciona así y eres tan bueno como dicta tu último partido. Tu parroquia merece presentarse en Bilbao con tres triunfos seguidos, orgullosa y plenamente convencida de que va a asaltar el fortín del vecino. ¡A por ellos!