LA increíble historia de José Ramón Sandoval (2-5-1968, Madrid) es uno de los mayores ejemplos de superación personal que nos ha deparado el fútbol español en los últimos años. Este madrileño simboliza como pocos la lucha de los entrenadores de perfil bajo, que alcanzan la elite después de superar todo tipo de pruebas, y la de los hombres coraje que entregan su vida por el bien de los suyos, como lo ha hecho en el Rayo, próximo rival de la Real. Su leyenda nace en un campo en Ciempozuelos, se cuece en los fogones del restaurante familiar donde encontró la receta del éxito que llevó a la práctica en el equipo vallecano y culmina con la gloria de un ascenso imposible al pasarse más de medio año sin cobrar sus protagonistas.

Como todos los entrenadores, Sandoval también es un jugador frustrado: "Con 18 años tuve una lesión y un doctor me reventó la rodilla. Estuve en las categorías inferiores del Madrid, pero como mis padres no me podían llevar a los entrenamientos me quedé a jugar en Humanes, donde vivía. Después pasé al Ciempozuelos, un club con una cantera de prestigio que sacó a futbolistas como Señor. Era un delantero tanque, pero con muy poca mala leche. Era demasiado buena persona y me reventaron la rodilla por entrar con miedo en un choque con un meta".

receta del éxito Para ganarse la vida, el técnico del Rayo tuvo que tomar las riendas del negocio familiar: "Somos cuatro hermanos y tenemos varios negocios familiares de hostelería. El más importante es el restaurante Coque, que hace poco fue distinguido con una estrella Michelín gracias a mi hermano pequeño, y también contamos con una finca para organizar eventos. Yo tuve que entrar en la cocina, porque mi padre había sufrido un infarto. No tenía ni idea, hasta ese momento hacía tortillas y las tenía que tirar a la basura, pero agarré el toro por los cuernos y me dije esto lo saco por mis narices. Lo conseguimos".

Sandoval tenía claro cuál era el sueño de su vida: "Entre plato y plato yo estudiaba para sacarme el título de entrenador. Mi vocación y pasión era el fútbol, el resto era negocio familiar. Tenía el libro de las recetas a un lado y al otro el de técnica y táctica. Intercambiaba recetas, lograba una fusión extraña entre los fogones y el fútbol (risas). Se dice que hay que ser cocinero antes que fraile, pero yo he sido cocinero antes que entrenador. No me arrepiento de mis orígenes, porque me vinieron bien para aprender a dirigir grupos humanos".

Cuando logró el título, tuvo que sacar tiempo de donde podía para emprender la aventura en los banquillos: "Me fui al otro negocio familiar, porque tenía más tiempo para entrenar. Iba y luego volvía a mis cenas, lo llevaba en la sangre y tenía que justificar a mi hermano lo que hacía. Tengo familia, mujer y tres hijas, y el fútbol no me daba dinero".

Como todos los técnicos que no son exjugadores, el origen estuvo en la base: "Dirigía la escuela de Humanes y cogí al Parla, al que ascendí de Preferente a Tercera. Luego dirigí al Pinto, con el que jugué el play-off de ascenso a Segunda B, cuando nunca había llegado tan alto. Me ficharon como seleccionador de Madrid. Coincidí con Negredo, que aún estaba en el Rayo, marcó seis goles en la primera parte de un amistoso y me preguntó ¿Ya me ha visto míster, o quiere que siga jugando? Después fiché por el Getafe B al que clasifiqué para el play-off a Segunda B. Los dos partidos que perdimos se decidieron en las prórrogas, con expulsados y lesionados. No seguí al tener un rifirrafe con el presidente".

punto de inflexión Su carrera encontró el obligatorio punto de inflexión con su incorporación al filial del Rayo: "Yo firmé cuando estaba el cuarto por la cola en Tercera. A mí me llamaron en diciembre y acabamos décimos. Acepté porque vivimos en Vallecas, por un problema de salud de mi suegra. Al año siguiente hicimos un gran año, llegando a la final de la Copa Federación. Al siguiente me dejaron hacer el equipo y subimos".

El ascenso se consumó gracias a un milagroso tanto en el último minuto de un polémico descuento en Hospitalet con celebración a lo Mourinho incluida: "Su entrenador no quería jugar el domingo, dijo que tenía que ser el sábado, fecha en la que mi hija mediana hacía la Comunión. Mi mujer me quitó el problema al cambiar la fecha. La retrasamos para la semana siguiente, el problema es que si no ascendíamos ese día íbamos a tener que volver a cambiarla, porque hubiésemos jugado otra eliminatoria y eso ya hubiese sido imposible. Cuando marcó el Hospitalet, me di la vuelta y vi a mi mujer y a mis hijas llorando en la grada. Estaban situadas encima del banquillo del Hospitalet, por lo que cuando logramos el empate que nos daba el ascenso fui corriendo hacia ellas y les grité: Lo tenemos, lo tenemos. La gente lo interpretó mal. Salí a la rueda de prensa con la camisa rajada por la mitad. No sé como pudimos salir vivos, tuvimos que esperar dos horas en el vestuario. Al término del partido le partieron el banderín en la espalda a uno de los chavales y tuvieron que entrar al vestuario haciendo zig zags. Era la primera vez que el filial subía a Segunda B. El éxito me hizo cargarme de argumentos para que me dejaran coger al primer equipo".

Pese a su inexperiencia, su autoconfianza le permitía sentirse preparado para el gran salto: "La familia Ruiz Mateos no quería darme el primer equipo y me proponían seguir en el B. Hablé con mi representante y le dije que no, que ya había pasado la ESO y tenía que ir a la Universidad. No había entrenador elegido aún, yo les proponía una temporada con gente de la cantera y la mitad de presupuesto, pero se negaron. Yo les dije: No he entrenado nunca en Segunda B, pero la cuestión es que yo quiero coger al primer equipo. Si me dais la oportunidad os lo asciendo. Uno de los hijos de Ruiz Mateos me pidió que le explicara el proyecto y después de hacerlo, me dijo: Tú eres mi hombre, ahora tenemos que convencer a mi madre".

El entrenador se lo jugó todo a caballo ganador: "Me propusieron un contrato de novato, de vamos a darle una oportunidad de seis semanas y si no funciona la casa le echamos a la calle. Yo les contesté: Ustedes pueden poner el contrato que les salga de las narices, pero al final me van a pagar lo que yo quiero, porque voy a ascender al equipo. Solo les pedía unos variables y ellos se frotaban las manos, porque solo iba a cobrar 2.000 euros. Por lo tanto, si en octubre no estaba entre los seis primeros me podía despedir, aunque se conformaban con que el equipo estuviese entre los diez primeros".

Para su desagradable sorpresa, cuando había superado su primer reto con nota, se encontró con que la familia Ruiz Mateos cerraba el grifo: "En octubre íbamos primeros y fue cuando nos dejaron de pagar. Yo me había gastado todos los ahorros y había dejado el negocio familiar. Me pasé seis meses sin cobrar, por lo que tuve que pedir dos préstamos para sobrevivir. Toda la plantilla estaba igual, me preguntaba cómo iba a hacer para que corrieran. Me puse mi máscara de gladiador y les dije aquí morimos en la arena, o nos hacemos emperadores de Roma".

una unión inquebrantable La plantilla le adoptó como a un padre, por la defensa de sus intereses, algo que no siempre sucede en el fútbol: "Fui a casa de los Ruiz Mateos y, pese a que pensaban que iba a estar de su lado por haberme puesto de entrenador, les dije que se habían equivocado: Ustedes tienen una fábrica de sueños y se les ha gripado la máquina. La única empresa que les iba bien era el Rayo y la han metido en concurso de acreedores. Si no tienen dinero para pagarnos díganlo, pero no nos mientan más, porque al banco vamos con sus pagarés y nos manda a tomar por c…".

Esto le permitió fortalecer la unión del grupo, que ya confiaba ciegamente en sus decisiones: "Se dieron cuenta de que daba la vida por ellos, así que luego cuando tomaba una decisión en el campo sabían que lo hacía por el bien de todos. Si yo les decía: Tírese a un pozo sin agua, ellos se creían que cuando llegasen abajo iba a haberla. Tuve la suerte de coincidir con gente veterana que valoraba mucho la opción de volver a Primera y nos agarramos a eso".

En lo deportivo todo funcionaba bien, pero la tensión le pasó una inevitable factura: "Mi mujer y mis hijas me decían que se agarraban conmigo pasara lo que pasara. Me decían que creían en mí, y que siempre iba a ser así. Sufrí problemas de salud y les contaba a todos la mitad de la mitad. Tuve que empezar un tratamiento para el corazón. Iba con mala cara a los entrenamientos, pero le daba la vuelta porque tenía que sacarlo adelante. Solo me faltaba ponerme a conducir el bus. Lo hacía todo y me pegaba con todos. Me reunía con los posibles compradores, luego con los Ruiz Mateos. Llegó un día en que tuve un encuentro a escondidas y mi coche se quedó encerrado en el parking de un Carrefour. Tuve que comprar unas mazas para romper el candado, porque si llegaba sin el coche a casa mi mujer iba a pensar que lo había empeñado".

Tras el ascenso, Sandoval se encontró con el que club seguía sin pagarle mientras los bancos empezaban a apremiarle: "Logré un gran éxito y no cobré. Llegó un momento en el que tuve que encararme con los nuevos dueños para decirles que si no abonaba el préstamo lo iba a perder todo. Ellos llevaban dos meses de gloria, al haber comprado un equipo casi de Primera, y no íbamos a pagársela. Mi representante me tuvo que echar de la sala porque pensaba que me los iba a comer. Llegamos a un acuerdo, perdí pasta, pero bueno, me puse en regla, como para cotizar. Luego llegaron los administradores y me informaron de que ese contrato no valía. Me tuve que bajar un 40% del sueldo, 400.000 euros, cuando en verano no tenía jugadores, ni gimnasio, ni campo… Cuando le llamé a mi mujer para decirle que ya había firmado, me contestó, que le daba igual lo que hubiera hecho, que solo quería que fuese persona. Me sentía como el último mohicano, ¡mataba al último enemigo y aparecían más!".

presente y futuro Después de esta monumental tormenta, ha llegado la calma para Sandoval y el Rayo. Su intención está clara, salvar al equipo para que sobreviva, reivindicarse y ganarse la vida como merece con el fútbol: "Ahora en Primera quiero tranquilidad, paciencia y que le dejen al equipo jugar. Llevamos doce puntos y algunos ya nos piden ir a la Europa League, la gente está loca… Hemos hecho una coraza y me he propuesto vivir y pensar en fútbol. Intento que el equipo sea parecido a mí, valiente, para lograr que el jugador saque lo mejor. Tenemos que mantenernos para que el club sobreviva, porque si no, se muere. Nuestros jugadores son baratos, muchos de ellos no han jugando antes en Primera, pero quieren llegar a ser importantes en la elite. Estamos sacando provecho de lo que hicimos en Segunda".