Existe un gesto inconfundible en Donostia, cuando hay partido en Anoeta y se escucha un estruendo que estremece el cielo. Entonces, uno se detiene, quizá encoge un poco el cuerpo, se gira hacia el origen del ruido, aguza el oído y espera impacientemente a que el sonido se repita por segunda vez. Porque, si eso ocurre, significa que la Real ha marcado gol.

No está claro cuándo comenzó la tradición de los cohetes, probablemente única en el mundo, en una sociedad en la que el adjetivo singular se vende muy caro. "Que cada vez que se juegue un partido en casa se haga sistemáticamente, por la misma persona, organizado desde el club, dos cohetes para el equipo local y uno para el visitante... no creo que haya otro caso en el mundo", opina Iñigo Olaizola, miembro del Consejo presidido por Miguel Fuentes, responsable de la Donosti Cup y penúltimo Tambor de Oro. Ni fuentes oficiales ni personales se atreven a proporcionar una fecha concreta, pero el periodista Gorka Reizabal, uno de los mejores guardianes de la memoria txuri-urdin, lo sitúa a mediados de los años 60, en la temporada anterior al histórico ascenso de Puertollano.

No hay dudas, sin embargo, en el nombre de su inventor: Patxi Alcorta. ¿Cómo lo concibió? "No lo sé. ¡Se le ocurrían cosas muy raras!", confiesa Maite Alcorta, la mayor de sus cinco hijas. Pues de la misma manera en que decidió atar luces a una cometa, lanzarla desde Ulia y hacer creer a todos -incluida una emisora de radio, que difundió la noticia- que era un ovni. O poner a los corredores del Cross de Lasarte (con Emil Zatopek a la cabeza) delantal blanco y txapela para ejercer de camareros en su bar, el Irutxulo de la calle Puerto. O regalar globos exigiendo un peaje verbal: que gritaran Gora Euskadi o Aupa la Real.

"Quería que los arrantzales escucharon los cohetes en la mar", explica Olaizola. Alcorta es de esos hombres que no sólo dejaba huella, sino que sus pisadas nunca coincidían con las anteriores, siempre abrió senderos nuevos. Creó Las Madres, una cuadrilla de hombres que tenían como denominador común cuatro o más hijas. Muchos de ellos estaban fichados por el régimen franquista y cuando el dictador venía a Donostia con motivo de La Salve, "en vez de esperar a que se los llevaran a Martutene, quedaban con tortillas y vino y cogían el autobús para ir a la cárcel; se lo pasaban bomba", recuerda su hija. Alcorta, que fundó, en honor al torero cordobés, la Peña Zurito -y su hija asegura que la denominación de la cerveza txiki nació en el Irutxulo-, dejó otra muesca entre los símbolos de competición deportiva. "Fue el primero en vincular la txapela con los campeones. Creo que el término txapeldun, hoy totalmente instalado, es suyo", subraya Olaizola. El periodista y escritor Ander Izagirre cita a Alcorta, su tío abuelo, en su blog A topa tolondro: "Lo de las txapelas se me ocurrió en un delirium tremens. Veía boinas por todas partes. Y por eso luego las hice de todos los tamaños, desde txapelas enormes para ponérselas a los deportistas hasta pequeñitas para colgar en el retrovisor de los coches. A los atletas les hace más ilusión una boina que una copa. No hay que andar limpiándolas como los trofeos. Se sacude y ya está".

Sin el empuje voluntarioso de su inventor y el cambio de estadio, la costumbre de los cohetes se interrumpió con el cierre de Atocha. Olaizola, también sobrino de Alcorta, aterrizó en la Junta en 2005, "una temporada muy complicada". Pero al comienzo de la siguiente decide retomar la tradición de su tío. "Siempre me han gustado los guiños", afirma Olaizola, aunque no creo que hubiera "un run run en la calle". "Fueron años en los que deportivamente la Real no estaba bien, y este tipo de cosas surge en ambientes de una cierta euforia".

Con todo, el 10 de septiembre de 2006 regresó el ritual: se cumplía el partido 2.000 de la Real en Liga y se echaron tantos globos como encuentros disputados. A Alcorta le hubiera encantado, porque era un apasionado de los globos. También se lanzaron cinco cohetes pero, lamentablemente, tres de ellos pertenecían al acierto del rival, el Sevilla. La Real perdió 1-3. Fue la temporada del descenso.

"El formato de lanzamiento no tiene nada que ver con lo que se hacía antiguamente, pero era una manera de recuperar una tradición popular que contagiaba ilusión y hacía que la ciudad estuviera pendiente", explica Olaizola. "Nos ofrecieron dos posibilidades y elegimos la más contundente", aunque no puede imitar el añejo "estruendo bestial". Ahora se escucha en la zona de Amara y, algunos días, en Hernani, en función del viento. También es más rápido -y, por tanto, hay menos tiempo de incertidumbre-; antes era un proceso más complejo, y dependía de la habilidad del cohetero.

Como seña de identidad indiscutible de la Real, los cohetes también estuvieron presentes en el centenario, en un spot y en todos los ayuntamientos guipuzcoanos que quisieron unirse a la propuesta de Olaizola: lanzar dos cohetes a las 13.00 horas del 7 de septiembre.

En Anoeta

"Me pierdo la celebración"

"Dile que el de la verja quiere que los tire de dos en dos y no de uno en uno". El aviso es para Juan Iturralde, que en el partido anterior, contra el Elche, tiró un único cohete. Se había preparado cuando pitaron el penalti, pero Carlos Bueno le dejó a medio camino. Por eso, el pasado sábado, en el partido contra Las Palmas, se los exigían a pares. Desde que se recuperó la tradición en Anoeta, quien tira los cohetes es este hernaniarra, que se forjó, primero, en las fiestas de su barrio y, después, en las de su pueblo. "Me pierdo la celebración, es lo que más pena me da, pero por la noche procuro verlo por la tele", confiesa Iturralde, que se sienta en la puerta 26 y en cuanto uno de los dos equipos marca gol, sale disparado. Aunque ahora espera un poco más: "Aguardo a que el árbitro pite, porque una vez salí en cuanto metieron y un portero me avisó por los pelos de que lo habían anulado". Cuando se confirma, le abren una puerta atada rudimentariamente con una cuerda para facilitar una salida rápida al balconcito de la puerta 30, donde, mirando a la Residencia, dispara el cohete o, con suerte, los dos. Cuando lo hacía Alcorta los lanzaba en las inmediaciones del antiguo hospital militar, donde hoy se sitúan los juzgados de Egia. "Al principio los echaba él, pero después se quedaba tranquilamente en el palco y cogió a un señor que siempre le ayudaba con los globos, Luis Agreda", apostilla su hija.

Cuando Alcorta inició la tradición, le ponían multas... Ahora algún árbitro despistado lo anota en el acta. "No sé si fue la Federación o la Liga de Fútbol Profesional, pero quisieron imponer una sanción en Anoeta porque, como está prohibido lanzar bengalas o petardos en los partidos, algún árbitro anotó en el acta que, tras marcar un gol, se lanzó un petardo de gran potencia desde la tribuna. Se tuvo que explicar que era una tradición", cuenta Olaizola.

Contra Las Palmas no hubo, que se sepa, multa, pero sí desasosiego. Bueno empezó resarciéndose del fallo de la semana anterior, pero en apenas tres minutos Iturralde tuvo que salir dos veces, con cara de resignación por los tantos del equipo canario. Como siete días antes, hasta el último minuto se confió en la remontada. Y, cuando, a última hora, Labaka metió un gol inexplicable, el cohetero no pudo reprimir una pequeña celebración antes de salir corriendo para que otros lo festejaran.

El propio Alcorta disfrutó de su propio invento, aunque fuera una sensación agridulce. "Pasó las de San Quintín para morirse. Estaba en el Oncológico, entonces ubicado junto a Atocha, y oía los cohetes desde allí", recuerda su hija mayor. Sus cohetes.

Sin necesidad de un cargo -su hermano Juan Alcorta, el empresario que se enfrentó a ETA, sí integró una Junta Directiva, la de José Luis Orbegozo-, le regalaron una placa de agradecimiento y un balón firmado por todos los jugadores de la Real, la generación de Pela Arzak y compañía, que fueron a visitarle al hospital. Las rúbricas se están desdibujando, pero los surcos de sus ocurrencias permanecen. "La pena es que murió joven (con 59 años, en 1975)", lamenta su hija. "Si no, lo que hubiera organizado...".