Esta es la crónica de una moción de censura anunciada. La de un relevo institucional que se había convertido en una cuestión de tiempo, pero que ni UPN ni Ibarrola han sabido entender. La de una derrota política de un partido que llegó a controlar todas las instituciones en Navarra y que hoy ve cómo su influencia decrece cada día. Y la de una alcaldesa que, ciega de arrogancia, va a pasar a la historia como la primera a la que descabalgan del puesto. Seis meses ha durado en el puesto Ibarrola, la Breve.

Ha sido ahora porque ya se ha despejado el escenario político en Madrid y Sánchez es de nuevo presidente del gobierno. Porque no se podía alargar más la inestabilidad del Ayuntamiento y porque las investiduras pueden ser gratuitas, pero la gobernabilidad no. Y porque no era posible otra legislatura de bloqueo, sin presupuestos ni proyectos de futuro. La situación no era sostenible y había que tomar una decisión. Lo venía avisando el Partido Socialista para quien quisiera escuchar, para quien quisiera entender.

Sorprende por ello la airada y sobreactuada reacción de UPN. Es comprensible el malestar, la indignación y el cabreo del partido y de sus cuadros dirigentes. El de los votantes de la derecha, que ven caer otra pieza en el dominó sin capacidad de reacción. Pero los insultos al PSOE, el abandono de la Federación de Municipios o la salida del pleno del Parlamento –¿No va a volver el lunes?– son una puesta en escena que esconde también su propia debilidad. La de un partido que lejos de evitar el desenlace, lo ha acabado facilitando con sus propios errores.

Ibarrola, primer error

El primero fue colocar a Ibarrola al frente de la candidatura. Es muy posible que el escenario actual hubiera sido el mismo con cualquier otra persona, porque el ciclo va más allá de sus propios dirigentes. Pero la alcaldesa tenía todo a su favor para que la apuesta acabara en desastre.

Fue la portavoz de UPN en Salud la pasada legislatura. La parlamentaria más dura e inmisericorde con el Gobierno de Chivite. Una voz altanera que acusó y asedió a la consejera de Salud, de médico a médico, en los peores momentos de la mayor crisis sanitaria del último siglo. Era evidente que el PSN no quería gobernar con UPN en Pamplona, pero hacerlo con Ibarrola era imposible.

Algo que no ha entendido la alcaldesa, más preocupada por su imagen pública que por gobernar, tejer alianzas y buscar mayorías estables en un clima que ella misma se ha encargado de polarizar. Creía que el PSN no se iba a atrever porque la vara de mando le correspondía por derecho y se ha estampado de lleno con la moción de censura.

Con la reacción complica además su propia carrera política. Es difícil imaginar al frente del partido, o en alguno de sus cargos más relevantes, a alguien que no ha sido capaz de sumar alianzas y que se deja el cargo calificando de miserables a los dirigentes del único partido que puede facilitarle una futura mayoría.

El segundo gran error de UPN ha sido no asumir que la realidad política y social ha cambiado. La Navarra de hoy no es la de 1982, ni siquiera la de 2007. Como tampoco lo es el escenario político en Madrid. Negarse a aceptarlo solo ha servido para perder influencia en las instituciones y quedar relegado a una oposición frontal al Gobierno en la que el PP y Vox siempre van a hacer más ruido.

Tampoco era fácil escoger otro camino. El PP ya le ganó en las elecciones generales y el clima de polarización que azuza la burbuja mediática de Madrid complica un acercamiento al Gobierno de Navarra. Pero resulta ingenuo pensar que la oposición a la investidura de Sánchez con calificativos tan duros como los del PP y la presencia en las calles contra la amnistía con una extrema derecha que amenaza con colgar por los pies al presidente del Gobierno no iban a tener consecuencias. Apoyar su investidura hubiera sido excesivo, pero había margen al menos para matizar la posición y dejar puentes abiertos.

El futuro de UPN

El problema es que las perspectivas de futuro de UPN son todavía peores. En primavera celebrará un congreso clave donde habrá que renovar el liderazgo y fijar nuevas estrategias. Y no parece que el ambiente dentro del partido sea suficientemente frío como para hacer una reflexión seria y profunda sobre los motivos que le han llevado a esta situación.

Los regionalistas llegarán a la cita sin el paraguas que les ofrecía en Madrid el PP, que no va a dudar en aprovechar la debilidad de UPN para seguir ganando espacio en Navarra –la presencia este domingo de Feijóo en Pamplona apunta también en esa dirección–. Y lo hará además sin apenas instituciones relevantes en su poder. De momento sostiene Tudela pero buena parte de su poder municipal –Estella, Valle de Egués y Barañain– penden de un hilo que sostiene el PSN.

Queda por ver cómo gestiona ahora el Ayuntamiento la nueva mayoría municipal. Pero no parece que vaya a tener más dificultades de las que ha tenido hasta ahora en el Parlamento foral, que han sido más bien pocas. Entre otras cosas porque el acuerdo firmado entre el PSN y EH Bildu fija bien el marco de actuación y empuja a Joseba Asiron a una gestión prudente que evite conflictos en ámbitos como los símbolos o el euskera. A fin de cuentas, y aunque solo sea por conveniencia, todas las partes están interesadas en que la experiencia funcione.

Nunca se sabe cuándo volverá a soplar el viento a favor, los ciclos políticos a veces cambian rápido. Pero las perspectivas de UPN para dar la vuelta a la situación a corto plazo son escasas. La moción de censura en Pamplona no solo es una alcaldía perdida más. Es la prueba de que la dirección que ha tomado el PSN es ya irreversible y de que la travesía en el desierto de la derecha navarra puede ser todavía muy larga.

La idea de crear su propia asociación de municipios con las localidades donde tiene la alcaldía da una muestra del grado de confusión en el que se encuentra UPN. Pero no oculta que antes o después deberá dar respuesta a un dilema interno que lleva varios años aplazando, y que pasa necesariamente por una refundación del proyecto político regionalista. Cuando antes lo entienda, mejor.