Normalmente, para hacer cualquier valoración es preciso comparar. Las cosas no son buenas o malas, sin más precisión. Son mejores o son peores. Van mejor o van peor. Esto vale para la salud de una persona, la economía de un país, el estado de una empresa o unas elecciones. Para valorar hay que comparar. Y para comparar procesos electorales, mi dato preferido es el porcentaje de voto que obtiene cada opción política con respecto al censo electoral total, el electorado potencial. Ni el número total de votos (porque el censo es variable), ni el porcentaje con respecto al total de los emitidos (porque la participación cambia), ni el número de escaños (porque pocos votos pueden decantar el último en ser asignado) son buenos indicadores.

Valoraré sobre esa base los resultados de las elecciones a Cortes Generales recién celebradas en el contexto de las convocatorias electorales de los últimos doce años. Antes el panorama electoral estaba distorsionado por la exclusión de la izquierda independentista y doce años es un periodo suficientemente largo como para extraer conclusiones más o menos firmes.

La izquierda a la izquierda del PSE-EE –entenderán que la llame La Izquierda–, tras emerger con fuerza en 2015 –con una cantidad de votos que representaba el 19,3% del censo–, no ha dejado de caer hasta el 7,4% de esta convocatoria. Una parte de su potencial electorado ha podido votar al PSE-EE, a EH Bildu o se ha abstenido; los conflictos con Unidas Podemos y unas expectativas dudosas seguramente han pesado en esas decisiones. La Derecha –PP y demás partidos de esa parte del espectro, como Vox, Ciudadanos y UPyD–, que había venido perdiendo fuelle –del 13,7% en 2011 hasta un 8,7% en 2019–, ha remontado ligeramente –9,4% ahora– probablemente como consecuencia de la gran polarización y de la campaña para echar a Sánchez del gobierno que ha mantenido su brazo mediático en los últimos meses. El PSE-EE ha experimentado un ascenso significativo, llegando al 16,8% tras el bache de 2015 (9,1%, debido al empuje de Podemos) y un 13,4% en 2016. El socialista ha sido el partido ganador en la CAV, impulsado por la polarización y alimentado por antiguos votantes de La Izquierda y, quizás, de EAJ/PNV.

Si nos atenemos a las expectativas de unos y otros, los mejores resultados en esta convocatoria han sido los de EH Bildu. Su subida ha sido consecuencia, a mi entender y sin excluir otros, de cuatro factores importantes. Se ha implicado en la política estatal y ha comunicado muy bien las consecuencias de esa implicación. Ha hecho una oposición dura a los gobiernos forales y autonómicos liderados por EAJ/PNV en un periodo especialmente difícil (derrumbamiento del vertedero, pandemia, crisis de suministros, guerra en Ucrania, inflación), y en un contexto en el que los partidos que han hecho oposición han tenido, en general, éxito en casi toda Europa. Han sido capaces de llegar a acuerdos de país en materias de alcance estratégico, como el pacto educativo. Y han acentuado en el discurso su imagen más izquierdista a costa de un perfil soberanista menos marcado. No creo exagerar si califico estos cambios como una transición hacia el posibilismo y la realpolitik, eso que, antaño, tan duramente le criticaba al Partido Nacionalista Vasco.

Aparte de otros factores importantes, que analizaré en la segunda entrega de esta valoración, EAJ/PNV no ha rentabilizado en la misma medida la “relación preferente” con el gobierno de Sánchez. De hecho, la imagen que se ha proyectado ha sido de permanente incumplimiento o demora en su aplicación de los acuerdos con el gobierno central. Contaba mi abuelo Ignacio que en cierta ocasión un tratante de ganado le vendió una mula que no valía ni la mitad de lo que había pagado por ella. En la siguiente ocasión en que se encontraron, se quejó, haciendo ver al tratante que la mula había sido una mala compra. Este se le quedó mirando y le dijo “Ignacio, yo que tú no hablaría tan mal de la mula; así no conseguirás vendérsela a nadie a un precio razonable”. La anécdota es apócrifa, por supuesto. Mi abuelo nos la contaba para darnos, en primer lugar, una lección de humildad: hasta a él le podían engañar. Y, de paso, otra de astucia.

EAJ/PNV ha mostrado en varias ocasiones de forma muy clara su enojo con los incumplimientos de Pedro Sánchez. Ha actuado como mi abuelo nos contaba que hizo él tras comprar la mula. EH Bildu, por el contrario, lo ha hecho como aconsejaba el tratante. No creo que este haya sido un elemento clave, ni muchísimo menos, para explicar los resultados electorales, pero seguramente ha tenido su parte alícuota de incidencia. Y me ha parecido una metáfora adecuada para ilustrar la nueva forma de hacer política de EH Bildu.