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“A diferencia de Quebec y Escocia, en Catalunya no hay un camino de salida claro”

Experto en nacionalismos y profesor en la Universidad de Aberdeen, Keating (Inglaterra, 1950) reflexiona sobre Catalunya y los referéndums de Escocia y Quebec

“A diferencia de Quebec y Escocia, en Catalunya no hay un camino de salida claro”Pablo Viñas

donostia - El doctorando en Ética y Filosofía Política de la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona) Ander Errasti trae hoy y mañana dos miradas sobre el proceso catalán desde Escocia y Quebec, de la mano de los profesores universitarios Michael Keating y Alain G. Gagnon, respectivamente.

¿Qué factores llevaron a Escocia y Quebec a sus referéndums de independencia?

-Son casos bastante diferentes. El primer referéndum de Quebec (1980) fue un proceso de construcción nacional que se inició con la revolución tranquila de los años 60 y la transformación del quebequense desde un grupo etno-lingüístico a una nación con reivindicaciones de autogobierno territorial y mucha construcción institucional. Una rama de esa coalición nacionalista modernizada consideró que la consecuencia de ese proceso era lograr un estado independiente. El referéndum de 1995 fue, a su vez, parte de ese proceso pero hay que añadir la repatriación de la Constitución y el fracaso de los acuerdos de Mitch-Lake y Charlottetown que pretendían garantizar un estatus especial a Quebec dentro de Canadá. Cuando esto fracasó, se dio el movimiento por la independencia, aunque de una forma vinculada a Canadá. También se daba una división lingüística muy importante, en tanto que la mayoría de los francófonos querían la independencia mientras que una amplia mayoría de anglófonos se oponían.

¿Y en Escocia?

-No existe este factor lingüístico ni la historia de aflicción debido a este factor. En Escocia siempre ha habido conciencia de ser una nación, algo que el Gobierno británico nunca ha negado. Como en Quebec, hubo un proceso de modernización a partir de los años 60 con la expansión del Estado de Bienestar y de los gobiernos intervencionistas del Reino Unido. Las nuevas instituciones se crearon en el marco institucional escocés y casi los únicos responsables británicos que se veían allá eran los recaudadores de impuestos. La policía, los profesores y demás eran escoceses, lo que fue generando una sensación de comunidad política más allá de la comunidad histórica.

¿Y el debate previo al estatus escocés que hubo antes del referéndum?

-Hubo una creciente frustración con las competencias administrativas porque Escocia contaba con dos de los tres pilares clásicos del Estado: tenía su propio poder ejecutivo y judicial, pero no un parlamento. Este déficit democrático produjo un movimiento al que hay que sumar la sensación de alienación política.

¿A qué se refiere?

-Entre 1979 y 1997, Escocia fue gobernada desde Londres por el Partido Conservador, con muy poco apoyo en Escocia. Hubo una reacción ante las políticas neoliberales de los gobiernos de Margaret Thatcher y John Major. Esta reacción fue común en Escocia e Inglaterra, pero en Escocia la oposición a lo neoliberal se asoció a la cuestión nacional. Donde la clase social ya no funciona, la nacionalidad se convierte en el vehículo para expresar distintas concepciones de la solidaridad social. El nacionalismo giró de la derecha a la izquierda y ocupó muchos espacios socialdemócratas ocupados por los laboristas. Los conservadores ya habían desaparecido en Escocia pero desde ese momento también comenzaron a desaparecer los laboristas.

¿Y la independencia?

-En este contexto, surge la opción como una posibilidad real. Los nacionalistas ganaron las elecciones en 2007 y se posicionaron a sí mismos como el mejor partido para proteger a los escoceses. El apoyo a la independencia creció hasta el 40%, pero no cuando ganaron los nacionalistas. Cuando ganaron las elecciones en el 2007, el apoyo a la independencia decreció. Cuando obtuvieron la mayoría en 2011 el apoyo decreció una vez más, pero del 40% al 35%, de modo que podía afirmarse que hubo un momento de ruptura en el que se estabilizó el apoyo. Y, finalmente, cuando pudieron celebrar el referéndum, el apoyo subió de un 35% a un 40% o incluso 45%.

¿Qué ocurrió?

-Al igual que en Quebec en 1995, mucha gente votó por la independencia a pesar de no ser necesariamente independentista, porque quería dar una señal de que quería algo más que seguir con el statu quo.

¿Cómo explica el resultado escocés?

-Durante la campaña hubo una serie de errores serios por parte de los partidarios del no. Pasaron varios años tratando de oponer el ser escocés con el ser británico, un error categórico. Ser británico siempre ha sido algo compuesto, formado por ser británico y algo más, no va separado de ser escocés. El unionismo se olvidó de qué trataba el propio unionismo. El unionismo es un concepto relacional: no es el mismo concepto en Escocia que en Irlanda del Norte. Gordon Brown lo sabía, pero perdieron el lenguaje para expresarlo. El unionismo entra en una crisis ideológica frente al discurso nacionalista escocés por no tener una contra-narrativa. Mientras tanto, Alex Salmond, el líder del nacionalismo escocés, articula el unionismo tradicional a conciencia: afirmó que hay seis uniones y que él solo quería desprenderse de una: la política. Frente a esto, mantenía las otras: la unión monárquica, la monetaria, la social, la de Defensa y la UE. “Soy un buen unionista”, dijo Salmond. Fue brillante.

¿Y los unionistas?

-Durante mucho tiempo no tuvieron un contra-discurso más allá del “sed británicos y olvidaos de ser escoceses”. También perdieron el argumento sobre el bienestar. El SNP no tiene una propuesta de bienestar particularmente convincente, pero se posiciona como pro-bienestar en oposición a la postura pro-austeridad de Westminster. Y por último, el argumento económico: los nacionalistas fueron capaces de neutralizar este argumento porque los unionistas se aferraron al discurso del miedo sugiriendo, especialmente al final de la campaña, que Escocia era demasiado pobre. Muchos escoceses lo recibieron como un insulto y depositaron su confianza en el SNP. Eso explica que el resultado alcanzase el 45% que nadie había previsto al inicio de la campaña.

Tras sus referéndums, ¿cuál es el escenario de futuro en Escocia y en Quebec?

-En Quebec, dado que su progreso constitucional parece bloqueado y no parece que haya ganas para un nuevo referéndum -tal y como se vio en las últimas elecciones cuando se planteó la opción de un referéndum y el apoyo colapsó-, hay un proceso de construcción nacional de facto. Están construyendo Quebec como una comunidad política, como un estado de bienestar separado (a pesar de que esté en permanente cuestionamiento): es algo muy quebecoise, los ciudadanos consideran Quebec como el punto primario de referencia y Canadá como el marco secundario. Participan en la política canadiense pero no en el gobierno canadiense.

¿Y en Escocia?

-Algo similar. Escocia se ha vuelto el principal marco de referencia de los escoceses. Se han desarraigado de las elecciones británicas porque no han escogido unionistas para el Parlamento de Westminster (3 de 59). Se centrarán en construir Escocia como una comunidad política, en conseguir competencias clave que les permitan expresar eso -especialmente competencias de bienestar- así como en proyectar Escocia como un agente internacional. La presidenta, Nicola Sturgeon, es capaz de proyectarse a sí misma como alguien que habla más que de Escocia, algo que Salmond no era capaz de hacer. No veo a los partidos unionistas reconstruirse en Escocia porque creo que pertenecen a otra era y se han ido, no veo las bases para que resurjan. Veo a los partidos escoceses evolucionar en torno a la cuestión nacional aunque no veo al SNP siendo hegemónico. Habrá partidos que vayan y vengan, pero Escocia permanecerá como marco de referencia.

¿La situación de Catalunya es comparable con Escocia y Quebec?

-En buena parte. El proceso catalán es un proceso de construcción nacional que compite con el español. La nación española actual se empieza a construir en 1975 con la muerte de Franco, y compite con la construcción de la nación catalana. Son trabajos en curso que compiten entre sí por el mismo espacio normativo e ideológico. Los catalanes han estado más o menos acomodados hasta cierto punto durante los últimos 40 años, pero ahora el escenario está más y más polarizado.

¿Por qué?

-Uno de los motivos es la crisis del Estado español que no solo se refiere a Catalunya, pero en el que Catalunya es un elemento clave. La opinión pública catalana ha tendido a una posición mucho más favorable a la independencia debido al intento fallido de reforma del Estatut, de encontrar una tercera vía. A diferencia de Quebec y Escocia, no hay un camino de salida claro. Porque en Quebec hubo un referéndum. Si los quebequenses quieren hacer otro referéndum, el Gobierno federal pondrá todas las trabas posibles, pero lo habrá. Londres se percató de que tenía que conceder el referéndum escocés por motivos políticos...

A diferencia de Madrid.

-Sí. Muchos catalanes han defendido que el Gobierno español podría conceder un referéndum, incluso dentro de la Constitución. Puedes interpretarla de diversas maneras, hacer una consulta, puedes hacer diversas cosas... Si hubieran querido, podían haber consultado a la opinión pública. Así, parece que no hubiera salida. En Catalunya siguen poniendo el asunto sobre la mesa: un referéndum en 2014, unas elecciones plebiscitarias, una declaración unilateral de independencia? ¿qué significará todo esto? No significará nada, no pasará nada, es algo simbólico.

¿Sin consecuencias?

-No veo realmente hacia dónde va, es muy complicado, porque permanentemente se están perdiendo las oportunidades para el acuerdo por ambas partes. Así que no, no tengo ni idea de hacia dónde va igual que nadie en Catalunya tiene idea de hacia dónde va. Y ahora tenemos elecciones que no dejarán un resultado claro, habrá un Parlament muy fragmentado, lo mismo que a nivel estatal. Y por tanto, no habrá partes negociadoras claras incluso aunque hubiera una voluntad de negociación, ¿quién negociará con quién? Eso no está claro, así que creo que el proceso se alargará por un largo tiempo.